La estafa se registró en una estación del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, denunció la víctima.
Un hombre denunció que le vendieron chocolates apócrifos en el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro.
A través de un video en redes sociales, el denunciante aseguró que un sujeto se subió a vender la golosina en la estación Ciudad Azteca, de la Línea B, en el Estado de México.
“Topa esto, te va a gustar un chingo. Se sube un cabrón a vender barras de chocolate Hershey’s de 10 varos, tamaño king size”, relató.
“Me dice Xchel que desde que lo recibe la impresión no se ve auténtica. Los acabados tampoco ayudan. Destapo una, compré dos…”, agregó.
“Tiene este aluminio que se ve como mal empacado, me saqué de cuadro. Por eso la barra se veía tan prominente”, dijo. En las imágenes se ve que lo empaquetado no es un chocolate de la compañía estadounidense.
AQUÍ LA DENUNCIA:
OTRA ESTAFA: LA DE LOS PASTELES
“¡Señora, pase a la prueba, pasteles en 10 pesos!”, se gritaba. Se ofrecían bizcochos de chocolate, naranja, fresa, nuez, queso, elote.
Las personas se acercaban y recibían un trozo de pan que sabía rico. Sacaban sus dos monedas de cinco pesos y se marchaban. Acababan de ser estafadas.
La operación era muy simple. Los comerciantes hacían montones y montones de roscas o “pasteles” sin calidad, pura agua con harina y levadura; compraban un pastel bueno, el cual costaba entre 35 y 45 pesos y que ofrecían de “prueba”.
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Se trabajaba en hornos y anaqueles que estaban repletos de ratones y cucarachas. No importaba la salud de los clientes.
No importaba porque la venta era nómada: cuando el producto llegaba a un lugar, simplemente no se regresaba ahí. Los compradores no contaban con un lugar al cual ir a reclamar.
Al menos una familia de la Ciudad de México utilizó durante años esa treta para vender pan que, en varias ocasiones, ya estaba echado a perder.
La gente se marchaba creyendo que acaba de comprar la cena y no: lo que había adquirido era basura.
La venta de las roscas se llevaba a cabo en la Ciudad de México, en el Estado de México, en Hidalgo, en Guanajuato, en Guerrero, en Puebla… todos los lugares a los que se pudiera llegar vía terrestre, utilizando un vehículo que cargara la apócrifa mercancía.
Había clientes que probaban lo que acababan de comprar y lo devolvían. Sin embargo, era una porcentaje mínimo la gente que lograban percatarse antes de que el puesto ambulante se parara en otra esquina.
Había clientes que compraban sólo una rosca, pero también había quien se gastaba 100, 200 pesos. Pedían de todos los sabores y el despachador sacaba hasta de limón.
Terminales de autobuses, estaciones de Metro, lugares céntricos, escuelas, lugares donde el flujo de personas fuera abundante eran donde trabajaban. Las carreteras eran su mayor compañía.