La hazaña de convertirse en el próximo mandatario le corresponderá a él como abanderado del PRI, a su equipo de campaña, a la estructura del partido y, finalmente, a los electores. No está fácil.
Si bien el PRI está en la zona de competencia en una elección cuya fotografía al día de hoy revela una contienda a tercios, Meade tiene en primera instancia dos obstáculos mayúsculos que superar. El primero es la marca de su partido. No hay ninguno que tenga más negativos. El 51.7% de los encuestados declara rechazar al PRI, seguido de Morena con 34.7% (Consulta Mitofsky, octubre 2017). El segundo obstáculo es el de deslindarse de un presidente y un gobierno cuya popularidad anda por los suelos y que está muy mal evaluado en dos de los asuntos que se perfilan como definitorios de las campañas: la inseguridad y la corrupción junto con la impunidad.
Presentar alternativas frente a estos dos problemas no es cosa sencilla, no sólo por la profundidad que han alcanzado, sino además por la identificación que la población hace de ellos con el gobierno actual. Posicionarse en el tema de la violencia requerirá de idear una estrategia que rompa con la política que ha venido siguiéndose durante 11 años y que ha resultado en el aumento de los delitos de mayor impacto. El caso de la corrupción es, si cabe, peor. Las historias de corrupción de este sexenio nadie puede borrarlas. En este mundo no hay impolutos, pero, hasta el momento, su trayectoria ha sido limpia y no ha sido objeto de ningún escándalo, aunque la oposición salió a reprocharle de inmediato que cuando llegó a Sedesol no denunció la corrupción que encontró. Por fortuna, su posición es que la corrupción requiere no sólo de voluntad, sino también de construcción de instituciones.
Tiene otro par de obstáculos más que, sin embargo, puede y parece ya estar explotando en su favor: no es militante del PRI y ha servido en gobiernos de signo distinto. Respecto a su no militancia, en las pocas horas que lleva como aspirante a la candidatura ha hecho dos cosas inteligentes. La primera es jugar con los ritos del viejo PRI y hacer la visita de las “siete casas”: sectores obrero, campesino y popular, movimiento territorial, jóvenes, mujeres y legisladores. No tenía opción. Es de esperarse, sin embargo, que no siga otras tradiciones priistas como poner o dejar que se pongan operadores políticos en las áreas más sensibles a la corrupción.
Además, ha ido posicionando la idea de que el PRI ha sido el único partido que se ha abierto a “sectores más amplios”, que no se ha encerrado en su propio entorno y que no tuvo reparo en dar su candidatura a un simpatizante. En este punto le gana al Frente, presentándose como “ciudadano sin partido” y “abierto al diálogo con la sociedad”. Priismo y sociedad, dijo, es la fórmula más poderosa.
Respecto a su participación en los gobiernos panistas, sus declaraciones se dirigen a persuadir de que esta característica representa una ventaja. Lo que ha dicho es que durante su ya larga trayectoria en el sector público y en los puestos que ha ocupado, nada se ha hecho sin el apoyo del PRI. A ello ha agregado que en sus distintos puestos ha compartido y trabajado con todos los sectores. Con la CTM en los temas pensionarios, con la CNC en los proyectos que impulsó desde la Financiera Rural, con los más pobres en los programas sociales desde Sedesol, con las fracciones de todos los partidos en las negociaciones presupuestales. No es monedita de oro, pero en su trayectoria profesional, en efecto, ha hecho más amigos que enemigos.
Aunque no puede darse por sentada, la tradicional disciplina priista, que raras veces se ha roto, también juega en su favor. Tendrá que cuidarla y trabajarla. Como él mismo lo dijo: convencerlos que los puede representar. Por lo pronto —pero es muy pronto—, ha recibido muestras de aceptación por parte de buena parte de la estructura priista, y con matices menores, pero importantes, como el de Osorio Chong, de sus compañeros de gabinete.
Pienso que un factor fundamental en su designación fue el cálculo de que, en balance, un candidato como Meade sumaba más apoyos de fuera (votantes de otros partidos y electores sin preferencia partidaria o indecisos) de los que podría restar de priistas “enojados” por la designación de un externo. El cálculo no es malo, pero no puede descartarse que alguien quiera patearle el tablero.
Por último, hay que regresar al dilema de más difícil resolución: no pelearse con el Presidente, pero sí deslindarse. Meade ha dado una pista. A la pregunta formulada por López-Dóriga, en una entrevista el día de ayer, sobre si rompería con Peña Nieto, contestó: “No voy a romper con nada de lo que creo que ha beneficiado al país”. Añadió que para ciertos problemas, se requieren nuevas respuestas.
Source: Excelsior