En la revista citada Historia de España y el Mundo, aparece una entrevista al investigador César Cervera, derivado de sus libros como historiador brillante, él también habla de Felipe IV, a la pregunta que dice: ¿Diría que Felipe IV ha sido otra víctima de la leyenda negra patria? Él da la respuesta: Todo lo que tiene que ver con el imperio español ha llegado a nuestros días rodeado de prejuicios de todo pelaje. Desde religiosos a económicos. No en vano, en el caso específico de los monarcas del siglo XVII la desfiguración más severa la han sufrido por el cruel título de los Austrias menores. No es ajustado ni justo calificar así a Felipe III, Felipe IV y Carlos II, pero incluso entre los menores hay clases. De los tres, la historia ha sido muy crítica con Carlos II, indiferente con Felipe III y elogiosa en algunas facetas con Felipe IV. El apoyo del cuarto de los Felipes a Diego de Velázquez y el auge de las letras en este reinado hacen que su nombre hoy se vincule, al menos, a cuestiones positivas a nivel cultural.
Es importante atender y reiterar ese momento del gobierno de los reyes en la España imperial, pues de varias maneras podemos comprender lo que sucedía en el contexto histórico en el que vino a vivir los últimos cincuenta años del siglo XVII que como vemos no fue un siglo sin importancia para la Colonia en territorio americano. Sólo así podemos comprender que mucho antes del aciago 1690 no le hubieran caído todas las desgracias a Juana Inés, como sucede frecuentemente en sociedades cerradas y dictatoriales, que nuestra historia hace aparecer en todos los siglos de la humanidad. El entrevistador responde a la pregunta ¿Qué le debe la España de hoy a Felipe IV? El historiador responde: Estamos hablando del mayor coleccionista de pintura de su tiempo y uno de nuestros reyes más cultos, muy por encima de Carlos III, por ejemplo, al que tenemos por un sabio, pero ni le gustaba leer, ni el teatro, ni la música ni apenas la pintura… Felipe IV, en cambio, tradujo obras italianas, redacto estudios de educación de príncipes, compuso obrillas de teatro, leyó con desesperación y amó con pasión la pintura. Tenemos la manía de decir cosas tan prejuiciosas como que el Humanismo italiano se extendió al mundo a pesar de que los bárbaros españoles dominaban Italia, cuando fue justo porque lo extendieron ellos. Con Felipe III y Felipe IV ocurre lo mismo: ¿El Siglo de Oro de Quevedo, Baltasar Gracián, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Zurbarán, Murillo, Maino, Velázquez… alcanzó su máxima expansión a pesar de los reyes que dirigían el país? Digo yo que algo tendrán ellos que ver.
De esa atmósfera bebió Juana Inés, los años que le tocan vivir en el siglo XVII reciben la influencia de ese desarrollo, y en ese sentido la Décima Musa recibe esta riqueza y por ella es que podemos decir que sobrevive al grave peligro de caer en las garras de la Santa Inquisición en la Nueva España. Misma que tenía que estar atenta a los mandatos que le venían de España, cuando se trataba de asuntos de prioridad, como lo podía ser, el querer juzgar a un personaje que por algo le llamarán en Madrid la Décima Musa. Cuando nos enteramos de las ediciones que tienen sus obras en España sorprende que sean motivo de lecturas y compra de sus libros. Seguramente más allá que aquí en su patria de nacimiento. Leer y más leer, ese fue su método de estudio, un ejemplo de preparación personal que sorprende por su excelencia, misma que le lleva a ser integrante del Olimpo de las letras y de la filosofía al conocer y estudiar s los mejores filósofos de Grecia y Roma. Ello lo hará notar en su Carta a Sor Filotea de la Cruz con toda la extensión que merece, al decir cuál es el rango de su preparación, que sólo busca ignorar menos, que para saber más. Al retornar a la Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor entendemos mejor esta realidad. Publicado en el año de 1993 por Producciones Al Voleo el Troquel, S.A., en Monterrey, es una edición de lujo que nos hace comprender el porqué de dicha propuesta editorial. En el libro se refiere constantemente a la voz de nuestro premio Nobel Octavio Paz, que pone atención a esta Carta de Sor Juana Inés… por lo cual escribe en la revista Vuelta, en el número 78 lo siguiente: Hace trecientos años se ventila el juicio de Sor Juana Inés de la Cruz: ¿Santa, monja intrigante y marisabidilla o víctima de una burocracia eclesiástica? Un descubrimiento reciente ha puesto fin al proceso. Hoy contamos, según parece, con la disposición de un testigo mayor de toda excepción: Sor Juana Inés… Insistir en la lectura de estos tres textos es acercarnos a la vida de la Décima Musa y comprender su entorno desde los más lejanos en la España que para fines de la década de los ochenta ya le tiene publicada su obra en Madrid, y después en el país de nacimiento, donde la burocracia clerical le tenía preparado el golpe final: la Carta Atenagórica que no debería de salir a la luz pública y, la maldad de esa burocracia representada en el padre Manuel Fernández de Santa Cruz, le obligó a exponerse ante el peligro del Santo Oficio y de sus peores detractores.
Mucho sabemos de incriminados que en la historia de la humanidad se defienden por sí solos. Sor Juana es de esas. Y su vocación literaria, que no es la única ni la más sorprendente, pues debemos de comprender que fue enjuiciada por someter el Sermón del padre Vieyra a los juicios de la filosofía y no se utilizó para ello, el dogma ni la razón de Estado o la de la autoridad del sabio enjuiciado. El método de educación, sabiendo que no tiene derecho a ir a la Universidad, a la Real y Pontificia de Méjico; pensemos en cuánto para ella fue el saber de dicha universidad y no poder asistir a sus clases, en el saber que en dicho lugar se estudiaba la filosofía y no sólo la teología, que se podían revisar los hechos de la ciencia y literatura, así como todo aquello sobre las artes. Seguro se preguntaba qué llevaba a los hombres a hacer tales distingos entre una pareja que habían nacido para apoyarse en el progreso de ambos y no solamente de uno de los sexos.
Las aportaciones de Sor Juana, relevantes están en las letras, en la educación como tarea, de ser necesario, surgido de una enseñanza propia, de autodidacta, confinada por el machismo a no poder educarse como sí lo hacen los hombres. Pocos ejemplos más relevantes de autodidactismo en América en los últimos quinientos años que el ejemplo señero de Juana Inés, nuestra más preclara mujer que logra una sabiduría a nivel de cualquier pensador o filósofo, con resultados que en el laicismo comprueban que dedicada a la teología supo comprender el papel de la misma, pero no pecó al dedicarse a los temas de la ciencia, filosofía, literatura con igual entusiasmo con el sólo fin de ignorar menos, comprender más y más como lo viene a decir la filósofa Hanna Arendt 300 años después.
Por eso resulta relevante revisar la Carta de Monterrey, pues nos da luces de cómo es que Sor Juana Inés en el año de 1681, escribe un documento de autodefensa ante los embates cotidianos del rencor y la envidia, del odio contra quien sólo quería dedicarse al estudio de la vida humana, y no desea andar en los chismes de sociedad o del Monasterio, lugar que, sin duda, durante varios lustros vino a ser su hogar para realizar todas las maravillas que nos legó, la lectura de introducción a la Carta propone los resultados de investigadores y estudiosos, en particular, se cita por escritos aparecidos en la revista Vuelta en distintos números, destacado es el escrito de Antonio Alatorre, de la maestra Nina M. Scott, Rosa Perelmuter Pérez y de Georgina Sabat de Rivers, académicas de gran renombre en el mundo sorjuanista. En célula es posible comprender el genio de la Décima Musa: El Sueño; Carta Atenagórica; Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz; Poemas amorosos; Hombres necios que acusáis a la mujer; villancicos o Arcos triunfales, son expresión de una inteligencia superior que sólo quiso saber más para ignorar menos.