Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Morena y la pedagogía del límite…
Hay momentos en la vida de los movimientos políticos en los que la advertencia deja de ser consigna y se convierte en cartilla. No una cartilla dogmática, sino una delimitación ética. Ese fue, ni más ni menos, el mensaje de Luisa María Alcalde al cerrar el año: una lectura clara para quienes, desde dentro, han confundido la irreverencia con el desacato, la crítica con la comodidad y la militancia con la franquicia personal.
Cuando la dirigente nacional de Morena señala que “hay espacio” en otros partidos —PRI, PAN, MC— no está expulsando a nadie. Está haciendo algo más sofisticado: está recordando que los proyectos políticos no son refugios existenciales, sino apuestas ideológicas. Y toda apuesta exige coherencia. En términos aristotélicos, virtud como hábito: no se puede practicar la austeridad republicana de día y negociar privilegios de noche sin caer en contradicción ontológica.
La izquierda radical —y esto parece necesario decirlo una y otra vez— no se construye desde la rebeldía estética ni desde el narcisismo del disenso permanente. La irreverencia auténtica no consiste en patear la mesa del movimiento que te dio voz, sino en tensarlo desde dentro sin romper su estructura moral. Quien cree que ser irreverente es desafiar la línea política por cálculo personal, no es irreverente: es oportunista.
Morena no nació para ser un club de egos inconformes, sino un proyecto de transformación con una ética reconocible. Y la austeridad republicana no es un slogan de campaña: es el núcleo duro del movimiento, su principio rector, su frontera simbólica. Cruzarla no es un acto de pensamiento crítico, sino de deslealtad ideológica.
En clave foucaultiana, podríamos decir que el poder también se ejerce poniendo límites, no sólo distribuyendo espacios. Y eso es exactamente lo que hace Luisa María Alcalde: ejercer poder político para preservar la forma del partido, de cara a un proceso que ya se avizora convulso. Las 17 gubernaturas de 2027 incluida nuestra entidad sinaloense y los congresos no se disputarán solo en las urnas, sino en la definición previa de quiénes entienden el proyecto y quiénes solo lo usan.
Hay morenistas que se asumen “irreverentes” porque no aceptan disciplina. Pero la disciplina no es obediencia ciega; es conciencia de pertenencia. Gramsci lo diría mejor: sin una voluntad colectiva organizada, no hay hegemonía posible. Y sin hegemonía, la transformación se diluye en gestos individuales sin trascendencia histórica.
GOTITAS DE AGUA:
El mensaje es incómodo, sí. Pero la política seria siempre lo es. Morena no está cerrando puertas; está señalando salidas. Porque un movimiento que no se depura, se pervierte. Y uno que no se atreve a decir quién no cabe, termina por no saber quién es.
Avisados están. No como amenaza, sino como recordatorio filosófico elemental: no todo disenso es pensamiento, ni toda irreverencia es izquierda. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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