En una semana inicia el invierno. Como todos los años, las autoridades sanitarias nos advierten del cuidado necesario ante las afecciones respiratorias, que especialmente acechan durante esta época. Y encima el asunto de la pandemia que, hace doce meses, no merecía una sola nota en los periódicos. En estas fechas, ironías de la vida, no hay espacio que deje de referirse a ella, directa o tangencialmente, por lo que algunos auguran que el nuevo calendario deberá decir, sí, año “7 DC”, es decir, “después del coronavirus”.
Los pastorcillos se inquietan al atardecer. Ha aparecido una nueva estrella en el horizonte, un lucero de esperanza, pero no saben cuándo les corresponderá, ¿en mayo, en septiembre?, porque la vacuna contra el covid está por arribar a la aduana, donde será almacenada a menos 70 grados centígrados, y deberán ser dos las dosis requeridas.
Nunca como hoy debió imperar ese doble discurso que es, en el fondo, un caos propositivo: “no se limiten las actividades productivas y comerciales, pero mantente en cautiverio”. Sal de casa (protegiéndote), pero no salgas (obedeciendo la sana distancia). El semáforo amarillo es naranja, en el límite, y ni hablar del rojo porque… a fin de cuentas, ¿eso qué importa? Cuando se anunció el semáforo sanitario se registraban dos fallecimientos al día, por causa del nuevo virus, ahora son 600, 700, según el humor de la fecha.
Pero habrá vacunas. Es lo que han prometido las autoridades, aunque su aplicación masiva ocurra, si bien nos va, hasta bien entrada la primavera. Y la que sea, la rusa, la inglesa, la china. Cualquiera es buena con tal de adquirir la anhelada inmunidad. Por lo pronto, adiós posadas, adiós celebración de cantina con los amiguetes, adiós villancicos, adiós cena con guajolote y veinte regalos, y adiós misa de gallo. “Hoy más que nunca hay que cuidarse”, nos lo han pedido ante el creciente registro de ingresos hospitalarios, “por lo menos diez días”, sugirieron en la mañanera, que es decir de aquí a la Nochebuena.
El problema central es el contagio. “A mí nunca me va a dar”… me baño todos los días, me lavo las manos, tomo jugos de naranja, ya compré mi cubrebocas. “Miren, aquí lo traigo, ¿quieren que lo ponga?”. Los contagios “de manada” se dan por los comportamientos “de manada”. Salir al bochinche, deambular sin sentido, acudir a nuestro puesto de tacos en el tianguis. “Pues claro que me quito la mascarilla, ¿o qué, cómo puedes comer sin quitártela?”. Lo que nadie dice es que esas “salidas” de casa son, muchas veces, indispensables. ¿Cómo se soportan cinco personas en una vivienda de sesenta metros cuadrados? Dos o tres por recámara, una sola televisión, un baño compartido y las malas caras acumulando agresividad.
Salir de casa, respirar aire, “ver gente”, tontear en los puestos, adquirir una chamoyada y, con un poco de suerte, una gotita de saliva flotando en el aire donde anida el infame virus. Lo demás, será cosa de esperar… el contagio aflora a los cuatro, cinco días, “como que agarré un catarrito”, y después los cinco de la vivienda, lo mismo.
Lo que nos están solicitando, ni más ni menos, es que practiquemos este año un ejercicio de hibernación. Como los osos de la literatura infantil. Aguantar el frío dentro de casa, toda la estación, sin fiestas ni festejos ni villancicos, ya lo decíamos. Una no-Navidad militando en el partido verde del Grinch. Lo mismo que el Año Nuevo y la epifanía de Reyes Santos. Horribles pascuas sin abrazos ni besos desaforados. Aguantando en casa, pegados al teléfono, al internet, a whatsap y similares.
Primero el personal médico de “primera línea”, las enfermeras y los camilleros, después la población veterana, luego los cincuentones, al final los jóvenes …al fin que nunca se la creyeron. Todo pasará, de mí se acuerdan, cuando comiencen a surgir los chistes del covid, ahora tan sospechosamente ausentes. Por lo pronto hibernación, y cambiarse la pijama cada lunes.