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viernes, septiembre 20, 2024

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Hipocresía de un clérigo

En su obra de teatro, don Carlos Elizondo, sor juanista muy reconocido en el país, dice lo siguiente: Reproducimos en este cuadro algunos fragmentos de la carta en la que Sor Juana Inés hizo la crítica del Sermón del Mandato del Padre Vieyra, lo cual trastornó su vida muy gravemente. / En seguida, el obispo de Puebla da lectura a la contradictoria y desagradable misiva que, con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, envió a Sor Juana y publicó junto con la Carta Atenagórica. Esa misiva del obispo aparece aquí en un lenguaje actualizado y claro, porque al público le resultaría tal vez difícil entender la redacción original, que es demasiado confusa. / Tal vez se discutirá cuál fue la intención del obispo al publicar esos documentos, pero en medio del escándalo que causó la publicación, no faltaron panegiristas de la Carta Atenagórica como el doctor Castorena y Ursúa, el padre Diego Calleja y el censor Juan Navarro, que la consideró la corona de todas las obras de la madre Juana, y afirmó que el propio padre Vieyra la habría considerado a ella vencedora.

Al hacer la lectura de la carta que le hace llegar a Sor Juana, no me cabe duda que la hipocresía del remitente está asentada de manera además irresponsable. Pues pone a Juana Inés en condiciones de indefensión ante la rabia de aquellos que consideran al padre Vieyra un sabio insuperable. Que lo hiciera una mujer, y además monja de uno de los cientos de monasterios que hay en América y en España y Portugal es una afrenta que no se puede dejar de castigar. La carta de la comentada Sor Filotea de la Cruz, que no es otro que el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz dice así.

Señora mía. He visto la carta de vuestra merced en que impugna la fuerza de Cristo que discurrió el Reverendo Padre Antonio de Vieyra en el Sermón del Mandato con tal sutileza que a los más eruditos ha parecido que, como otra Águila del Apocalipsis, se había remontado este singular talento sobre sí mismo, siguiendo la planta que formó ante el ilustrísimo César Meneses, ingenio de los primeros en Portugal; pero a mi juicio, quien leyere su apología de Vuestra Merced no podrá negar que cortó la pluma más delgada que ambos y que pudieran gloriarse de verse impugnados de una mujer que es honra de su sexo. ¿Por qué este Obispo pone a la vista de todos a la madre Juana Inés, y él mismo no es capaz de poner su nombre y su sexo por delante? ¿Por qué se firma cono mujer cuando es un hombre? ¿No es acaso eso una muestra de cobardía suprema?… dicha Carta… está fechada el 25 de noviembre de 1690

Prosigue en esta Carta que tiene doble lengua, bífida en alabar, mientras prepara el golpe final al hacer público todo lo que ha escrito Juana Inés, dice: Yo, al menos, he admirado la viveza de los conceptos, la discreción de sus pruebas y la enérgica claridad con que convence el asunto, compañera inseparable de la sabiduría; que por eso la primera voz que pronunció la Divina fue luz, porque sin claridad no hay voz de sabiduría. / Aun la de Cristo, cuando hablaba altísimos misterios entre los velos de las parábolas, no se tuvo por admirable en el mundo; y sólo cuando habló claro, mereció la aclamación de saberlo todo. Éste es uno de los muchos beneficios que debe Vuestra Merced a Dios; porque la claridad no se adquiere con el trabajo e industria: es don que se infunde con el alma. Una carta lisonjera que sólo revisando los resultados nos dan prueba que dicha invitación para que Sor Juana Inés diera su opinión extensa sobre el Sermón del mandato del padre Vieyra pusiera a prueba no sólo al sabio portugués, sino también en ello a la Compañía de Jesús, en sus enseñanzas y resultados, y a los simpatizantes, que eran muchos, así como a sus propios adversarios. Así que el tema no era banalidad, sino un asunto serio en el que entra en pleno ring de la historia el tema de la mujer, la monja, la batalla de los sabios, la visión del dogma contra el método de la filosofía, y en el fondo de todo ello la envidia y el rencor porque tenían frente así a la mujer más grande que pudiera imaginar el imperio español en la península y sus territorios en América.

No era una ignorante la llamada Sor Filotea de la Cruz, es decir el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, pues dice: Para que Vuestra Merced se vea en este papel de mejor letra, le he impreso; y para que reconozca los tesoros que Dios depositó en su alma, y le sea, como más entendida, más agradecida: que la gratitud y el entendimiento nacieron siempre de un mismo parto. Y su como Vuestra Merced dice en su carta, quien más ha recibido de Dios está más obligado a la correspondencia, temo se halle Vuestra Merced alcanzada en la cuenta; pues pocas criaturas deben a Su Majestad mayores talentos en lo natural, con que ejecuta al agradecimiento, para que si hasta aquí los ha empleado bien (que así lo debo creer de quien profesa la religión), en adelante sea mejor. Era el año de 1690, la maldad se empotraba en la existencia de una mujer que estaba más allá del siglo XVII, por eso no es extraño que hemos llegado en el mundo al siglo XXI y el ejemplo de ella sigue creciendo e imperando en el mundo de la verdad, que se busca a través de métodos científicos y no de aquellos que hablando de la metafísica, se convierte en especulación y al final en dogma, para que sea obligatorio creerlo aunque sea una muy grande mentira. Los hipócritas más pronto que tarde caen en sus elogios cuando hablan al que envidian, por eso dice el Obispo vestido de Sor Filotea: No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos —en que Vuestra Merced se ha visto tan celebrada—, después que Santa Teresa, el Nacianceno y otros santos canonizaron con los suyos hasta habilidad; pero deseara que les imitara, así como en el metro, también en la elección de los asuntos. Por qué escribir asuntos de amor en una monja que de ello no debe saber nada. Y si los sabe, debe callárselos por fuera. Por qué tratar asuntos humanos que tienen que ver con el comportamiento del hombre para con la mujer, si una monja no debe hacer distingos y sí caminar despacito dentro de la parroquia, sin que apenas se oiga su presencia, pues de otra manera el cura o la alta autoridad del obispo se puede inquietar por estos seres extraños a la cotidiana labor de la comunidad.

Lo dice, en su texto —la Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz, va a ser no una respuesta sino reprimenda por parte de Juana Inés al Obispo—, que dice hipócritamente lo siguiente en su Carta: No apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las mujeres el uso de las letras, puesta tantas se aplicaron a este estudio, no sin alabanza de San Jerónimo. Es verdad que dice San Pablo que las mujeres no enseñen; pero no manda que las mujeres no estudien para saber porque sólo quiso prevenir el riesgo de elación en nuestro sexo, propenso siempre a la vanidad. A Sarai le quitó una letra la Sabiduría Divina, y puso una más al nombre de Abram, no porque el varón ha de tener más letras que la mujer, como sienten muchos, sino porque la i añadida al nombre de Sara explicaba tumor y dominación. Señora mía se interpreta Sarai; y no convenía que fuese en la casa de Abraham señora la que tenía empleo de súbdita. Dos veces actúa Sor Juana impulsada por la necesidad de fijar su posición ante las atrocidades que los hombres y la iglesia hacen sobre la existencia femenina. Esta Carta de Sor Filotea de la Cruz igual que en el Sermón del Mandato del padre A. Vieyra reciben la respuesta de la sabiduría, si bien en el caso del portugués no está presente ya para responderle a Sor Juana, en el caso de la hipocresía ha de recibir una contundente Carta… que hoy es el mayor ejemplo autobiográfico de Juana Inés, que no busca en la misma dejar su deseo de que le reconozcamos sus grandes dotes, sino sólo decir lo que es historia y realidad en la mujer.

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