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lunes, septiembre 23, 2024

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CUANDO LOS HIJOS SE VAN

Probablemente uno de los temas más sensibles para los padres de familia en la actualidad sea, enfrentarse al momento en que un hijo decide, que ha llegado el tiempo de abandonar el hogar o la casa de sus padres para emprender lo que posiblemente será el reto más grande de su vida.

Desarrollarse como individuo, integrarse y crear lazos sociales propios y más importante aún, trazar su propio camino, el que a partir de ese momento le será el camino sin igual, uno lleno de oportunidades, de cosas por aprender, de retos por enfrentar, de experiencias por vivir y muy importante decir, que será también el camino que les verá caer una y otra vez hasta que ocurra una de dos cosas, regresen en busca de auxilio con sus padres o logren, a pesar de todo, encontrar el camino angosto que les ha de llevar hasta su destino verdadero.

Cuando nuestros hijos deben dejar el hogar, ya sea por motivos laborales, por estudios u otros, se forma en el corazón de los padres, una sensación que puede ser verdaderamente dolorosa, pero aclaro, incierta y la mayoría de las veces infundada.

Desapego, traición, desamor, olvido, desamparo, etc. Todo esto, debo decir, no es más que una sensación que nuestro corazón amante, corazón de padre protector crea, porque sentimos que quedará un vacío en nuestro hogar, probablemente físico sí, pero jamás emocional y además sabemos que ya no estarán bajo nuestro amparo, pero esto no significa de ninguna manera que ya no nos amen o nos rechacen o de la noche a la mañana olviden todo nuestro cariño o enseñanzas desde niños.

Los hijos son muy importantes para nosotros, son el fruto de nuestro amor y los queremos más que nada.

Los hijos crecen y maduran muy rápido, al menos así nos parece, pero para nosotros, ellos siempre serán nuestros bebes, que requieren, por tanto, de nuestro cuidado y protección continua.

Es por esto, por lo que, el sabio Salomón decía: “instruye al joven desde niño, para que cuando este crezca, jamás desvíe su camino” (paráfrasis)

Ciertamente, lo que siembres en el corazón de tu hijo o hija desde su niñez, será lo que lo acompañe todos los días de su vida, bajo cualquier circunstancia por vivir: buenos valores, hábitos proactivos, amor abundante, atención suficiente, tiempo de calidad y remanso.

Tenemos tantas cosas bellas y por demás importantes que dejar en el corazón de nuestros hijos que, lo que menos debe preocuparnos en esta vida es el momento de su partida, esa es una decisión que llegue o no, (por que no es condicionante de un hijo, puede ser que este decida que es mejor no separarse del hogar que le vio crecer, hasta que sea oportuno hacerlo) pero, si fuera el caso y el hijo por el anhelo de su corazón opta por salir de casa, lo más sabio será ayudarles y brindarles con el corazón en la mano, todo nuestro apoyo para que todo se dé en paz y haciendo así, las puertas del hogar, siempre quedarán abiertas para ellos.

No exasperes a tu hijo o hija con razonamientos necios del por qué no debe irse jamás, antes bien, se sabio, prudente y capaz de resolver los tiempos y haciendo así, tus hijos siempre guardarán en su corazón buenos tesoros que les serán fortaleza en su camino.

Probablemente el mejor regalo que podamos hacerles en ese momento es, apoyarlos incondicionalmente, sabiendo que es el tiempo más grande de prueba para ellos, cuando ya no esta papá o mamá para resolver las cosas.

Permítanme expresar lo siguiente, no hay nada comparable al momento en que un hijo (a) encuentran la facilidad de acercarse a sus padres para pedir consejo e instrucción con los asuntos que irán enfrentando, seamos sabios, entendiendo que dejar la puerta abierta para que nuestros hijos se sientan tranquilos y confiados de contarnos sus experiencia, problemas y toma de decisiones, hará siempre la diferencia.

Sí, es verdad, siempre será doloroso cuando llega el momento de enfrentarlo, pero posiblemente el verdadero temor sea, saber si hicimos lo correcto y, mejor dicho, lo suficiente en cuanto a su enseñanza y tiempo con ellos.

Por tanto, aprovechemos bien nuestro tiempo antes de que llegue el día en que debamos enfrentar este tipo de experiencias, seamos padres amorosos, sabios y entendidos, dediquemos el tiempo suficiente y necesario para sembrar en el corazón de nuestros hijos buenas semillas de vida y esperemos entonces, fruto abundante y una buena cosecha.

Recuerda que el amor verdadero, siempre será buena compañía.

El rey David decía que los hijos son como saetas en mano del valiente, son honra y virtud de los padres.

Es decir; educar a nuestros hijos, es una labor de día y de noche, una que en forma natural debe ocupar mente, corazón y voluntad.

Ha diferencia de un profesor o educador, los padres no cumplimos con un horario base para educar, nuestra labor es de tiempo completo, pero contamos con una herramienta maravillosa, que sabiamente debemos utilizar, el amor natural de nuestros hijos hacia nosotros como padres.

La visión natural de un hijo hacia su padre o hacia su madre es de honra, de admiración, de respeto, y de amor verdadero, amor incondicional.

Cuando los hijos ven y perciben lo mejor de sus padres hacia ellos, en forma natural surge en sus corazones el deseo de imitarlos y seguir su ejemplo, pero ¿que sucede, cuando nuestros hijos perciben todo lo contrario de nosotros?

Excusas, desinterés por escucharlos, falta de tiempo, falta de animo, falta de atención.

Los hijos son herencia de Dios para nosotros, pero nosotros debemos ser sustento, fortaleza, amor y plenitud para sus vidas.

Hoy por hoy, existen muchos enemigos de las relaciones entre padres e hijos, nos corresponde a nosotros limpiar el camino de nuestros hijos, para que oportunamente, exista en ellos el deseo de ser guiados por nosotros.

Como en un espejo, lo mejor de nosotros padres, debe reflejarse en la vida de nuestros hijos, cada día, a cada instante y con plena harmonía.

Eduquemos a nuestros hijos con amor, con prestancia, con visión, teniendo claro que debemos ser el mejor y el mayor ejemplo para sus vidas, no su mayor tropiezo.

Nuestros hijos, no tienen la culpa de nuestros errores, nosotros en cambio, si seremos culpables de sus mayores fracasos.

Formemos hombres y mujeres de bien, con corazones y propósitos firmes, capaces de dar a su familia y a su sociedad el mejor de los ejemplos.

El tiempo de partir llegará, cuando deba llegar, ocupémonos pues de darle a nuestros hijos lo mejor de nosotros como el mayor tesoro por guardar en sus corazones.

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