Con un período infeccioso diferente, que permite que los portadores asintomáticos o presintomáticos diseminen el coronavirus, una capacidad de contagio más aguda y una difusión en las comunidades, la pandemia tiene peculiaridades de mayor peligro
El síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) fue la primera epidemia global del siglo XXI: comenzó en noviembre de 2002 y un año más tarde casi nadie hablaba ya de ella. Había sido controlada en ocho meses en los 26 países a los que llegó a afectar tras su surgimiento en China y luego de causar 8.000 infecciones y 800 muertes.
Muchos quedaron con la impresión de que el SARS, simplemente, se había desvanecido. Y ahora, ante la pandemia del COVID-19, se preguntan si acaso no podría suceder lo mismo.
Otros epidemiólogos salieron a refutar al controversial científico de la Universidad de Stanford que habló del “fiasco” del nuevo coronavirus. Marc Lipsitch, investigador de Harvard, subrayó: “Una pandemia como esta no se disipa por sí misma, como Ioannidis sugirió que era posible”.
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Y recordó que el SARS “fue forzado a someterse por intensas medidas de salud pública en muchos lugares”.
Entonces, con buena parte del mundo en distanciamiento social o cuarentena, ¿por qué no sucede lo mismo con el COVID-19?
“La transmisión se daba básicamente desde personas muy enfermas”, recordó el experto, en primer lugar.
Y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS, por sus siglas en inglés), que causó un brote de menor escala pero con una tasa de mortalidad extremadamente alta (35%), fue “una infección poco transmisible”, que tuvo su mayor incidencia “dentro de los hospitales, pero, por lo demás, era mucho menos contagiosa que el COVID-19”.
En primer lugar, “la trayectoria de la epidemia es visiblemente distinta”, escribieron.
SARS estaba bajo control en julio de 2003, en cuestión de ocho meses, y aunque había casos en otros lugares del mundo, se concentraron en cinco países: China, Taiwán, Hong Kong, Singapur y Canadá.
En cambio, en solo dos meses los casos de COVID-19 habían multiplicado por 10 el total de los de SARS, y siguieron en aumento. La pandemia, que también se originó en China, había cruzado entonces 46 fronteras, y continuó hasta los casi 130 actuales.
Eso a pesar de que la secuencia y el diagnóstico del nuevo coronavirus se pudo hacer mucho más rápido, en solo dos semanas. Y a pesar de que se establecieron restricciones a los viajes, por el SARS solo hubo recomendaciones.
El pico de la carga viral de SARS, que permitía el contagio, se presentaba entre los días 6 y 11 de la infección, cuando ya había síntomas evidentes: esa, creen, es una diferencia clave.
Se podía identificar a los portadores del SARS-CoV y proceder a la cuarentena, al rastreo de sus contactos y al control de su hogar para evitar la propagación. Se los hospitalizó en instalaciones separadas (algunas construidas ad hoc) de los demás pacientes.
Hubo cinco supertransmisores, pero ellos tres no presentaron las manifestaciones típicas. China llegó a aislar Beijing y cerrar 3.500 lugares de reunión pública, además de escuelas y universidades.
Singapur impuso mediciones de temperatura obligatoria, y Canadá emitió órdenes de cuarentena para las personas que habían estado con alguien con SARS, entre otras medidas.
Mientras que el SARS estuvo bajo control en julio de 2003, en cuestión de ocho meses, en solo dos, los casos de COVID-19 habían multiplicado por 10 el total de aquella epidemia
Es decir que, a falta de vacunas y tratamientos, funcionó el protocolo habitual para impedir la transmisión de enfermedades infecciosas: “Vigilancia de los síndromes, aislamiento rápido de los pacientes, aplicación estricta de la cuarentena de todos los contactos y, en algunas zonas, de la comunidad entera”, escribieron Wilder-Smith y sus colegas. “Al interrumpir toda transmisión entre humanos, el SARS fue efectivamente erradicado”.
Pero todo eso fue posible porque el virus solo se contagiaba desde alguien que había desarrollado el síndrome respiratorio, no desde los portadores sin síntomas. Algo que parece ser el principal desafío en el caso del agente causante del COVID-19, el SARS-CoV-2.
“Una explicación podría ser que el período infeccioso es diferente”, detalló The Lancet. “El aislamiento fue eficaz para el SARS porque el pico de la efusión viral se produjo después de que los pacientes ya estaban bastante enfermos con síntomas respiratorios, por lo que podían ser fácilmente identificados”.
No se conocen contagios desde pacientes asintomáticos de SARS. “En cambio, las pruebas preliminares de los casos de COVID-19 exportados sugieren que la transmisión durante la fase inicial de la enfermedad también parece contribuir a la transmisión general”.
El SARS y el COVID-19 no duran lo mismo en el ambiente
El Instituto Nacional de Salud (NIH) y el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, agregaron un factor más del mayor poder de fuego del SARS-CoV-2 en comparación con su antecesor: este coronavirus se puede mantener hasta tres horas en el aire, cuatro en cobre, 24 en cartón y dos a tres días en plástico y acero, lo cual le facilita la llegada a un nuevo huésped: “La gente lo puede adquirir mediante el aire y luego de tocar objetos contaminados”.
En cambio, el virus del SARS “no tenía la aptitud de persistir entre la población humana”, recordó en Health Line Mark Schleiss, especialista de enfermedades infecciosas infantiles en la Universidad de Minnesota.
Eso hizo que, con las medidas de salud pública, se lo pudiera contener y luego se extinguiera. “Este no parece ser el caso del virus del COVID-19, que parece poder diseminarse y desarrollarse en el cuerpo humano”.
“Realmente necesitamos una vacuna”, agregó. “Realmente”. Hasta entonces, el distanciamiento social y la cuarentena son las medidas que permitirán reducir el número de casos y permitir que los sistemas de salud no colapsen y mantengan la capacidad de tratar a los pacientes, concluyó.