Home Noticias Ya no es posible entender a EU pero sí a China, ¿porque?

Ya no es posible entender a EU pero sí a China, ¿porque?

0
Ya no es posible entender a EU pero sí a China, ¿porque?

Es clave entender hoy a los dos países más decisivos en el contexto global y en la crisis multidimensional del COVID-19. Pero la respuesta es solo parcialmente posible porque en EE. UU. la realidad ha entrado en una dinámica poco inteligible.

“Somos una nación polarizada cuya comprensión compartida del mundo se ha fracturado”, escribió el domingo 8 de junio el editor de The New York Times, Arthur Gregg Sulzberger. Su reflexión refleja una percepción lúgubre en la mayor superpotencia de la historia, que hace una semana envió al espacio a una nave pionera propulsada por una corporación privada, pero incapaz de detener a un virus microscópico que hace estragos.

En la segunda semana de junio, con dos millones de infectados, el COVID-19 ha avanzado y en pocos días producirá unos 120.000 muertos, y sin que se avizore bien un decrecimiento de la curva.

Paralelamente, el país alcanzó en mayo un 13,3 % de desempleo y con el asesinato de George Floyd los partidos Demócrata y Republicano rozaron una polarización a la que ahora se han sumado las manifestaciones antirracistas en las principales calles del país como no se veían desde el asesinato de Martin Luther King, en 1967. La dicotomía entre protestas públicas extendidas y el imperativo de la cuarentena, explicita sobradamente el crítico momento. Una encuesta publicada hace 48 horas por la cadena NBC y The Wall Street Journal concluye que 8 de cada 10 votantes estadounidenses creen que la situación está fuera de control.

Contradicciones, escándalos y una personalidad psicótica

Cuando diplomáticos y académicos mexicanos dijeron recientemente que de su rico vecino del norte no han recibido ninguna ayuda en la actual crisis, pero que sí se han visto aterrizando en México aviones chinos con ayuda sanitaria, y cuando el primer ministro canadiense tardó 21 segundos en abrir la boca para responder a una pregunta sobre el conflicto racial en su vecino del sur, captamos mejor la perplejidad de los socios más inmediatos. Al fin y al cabo, los tres países acaban de firmar la versión 2.0 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con el telón de fondo de la construcción del muro trumpista en la frontera mexicana.

En EE. UU. la parálisis en su propia concepción de los derechos humanos y en la acción exterior constituyen decidores indicadores porque el mundo aún se rige (aunque cada vez menos) por una globalización favorecida por Washington tras la Segunda Guerra Mundial, erigida en primer lugar para servir a sus propios intereses y luego a sus aliados. Pues bien, hoy Washington no solo contradice sus principios al distanciarse de la relación trasatlántica y de una serie de países, incluida China, sin ofrecer ninguna alternativa o idea de cooperación a cambio.

La más reciente fractura racial desencadenada la semana pasada, amén de una creciente división entre los partidos Demócrata y Republicano ha abierto la perspectiva de grietas dentro del partido gobernante, así como una discordancia social que ha arrastrado incluso al estamento militar, que en las últimas horas ha manifestado históricas desavenencias con el presidente ante el denigrante y enloquecido show político de la presidencia trumpista.

Trump, por enésima vez, ha vuelto a dejar claro que se nutre de un lenguaje de odio y división, que alimenta un comportamiento que le califica como enfermo psicótico, según distintas asociaciones de psicólogos norteamericanos. Trump aparece envuelto con el manto de la ininteligibilidad propio de su personalidad y el cortoplacismo miope que refleja su deseo de obtener la reelección a cualquier coste en noviembre.

China ante envites anómalos

En la conocida pugna comercial, China ha ido reaccionando ante cada decisión o declaración unilateral de Washington sin buscar la iniciativa en el enfrentamiento. Así, no es realista hablar sin más de la “guerra comercial entre China y EE. UU.” o de una “nueva Guerra Fría entre Washington y Beijing”, sino de reacciones legítimas de Beijing. Desde hace tres años, Trump también ha estado atacando las estructuras en las que se basan tanto la Unión Europea (UE) como la OTAN y los intereses comerciales europeos. Pero, curiosamente, apenas hay voces que digan que EE. UU. esté en guerra comercial o en una abierta pugna estratégica con la UE.

De hecho lo está, aunque ciertamente de otro modo que ante China, lo cual no quita gravedad a toda la situación. Acaso la mejor explicación que se acerque a lo que ocurre es la denominada “trampa de Tucídides”, del reconocido profesor Graham Allison. Esto es que en muchos casos a lo largo de la historia, la potencia hegemónica se siente amenazada por una con suficiente potencia para reemplazarla. Lo anómalo de este patrón histórico es que en este caso la potencia dominante no solo pretende dañar a la potencia que percibe ascendente (China), sino también socavar a su aliado tradicional (la UE).

Por experiencia histórica milenaria, China sabe de los riesgos de una guerra y hará todo lo posible por evitarla. A la vez, el país es suficientemente maduro como para saber perfectamente que no es posible ni deseable dominar el mundo. Antes de Trump, analistas estadounidenses (y varios en Occidente en general) creyeron durante décadas que a mayor involucración de EE. UU. con China, mayores posibilidades de que se pareciera a EE. UU. ¿Pero acaso alguien piensa hoy que China estaría obrando como obraría EE. UU.? El influyente académico y diplomático singapurense Kishore Mahbubani ha contestado recientemente diciendo que es “una pésima suposición. Sería muy extraño que un país con una cultura milenaria dejara que otro que tiene solamente un cuarto de su población, como EE. UU., lo cambie”. 

Meses peligrosos: probables trampas trumpistas

Tras el estropicio de la semana pasada visto por todo el mundo, aparece meridianamente claro que Trump podría perder las próximas elecciones estadounidenses. Sin embargo, hay que recordar que tiene la iniciativa, de manera que entre hoy y noviembre la unidad de EE. UU. bien podría estar en un aún mayor peligro, así como la paz regional y mundial. Si perdiese la elección, es posible especular con que prefiera un fin neroniano, significado que entiende cualquier estudioso del Imperio romano.

Hoy por hoy significa que estaría dispuesto a arrasar casi con lo que sea con tal de evitar la pérdida del poder. Porque perderlo le significaría también la posibilidad de enjuiciamiento en su país por una serie de causas judiciales conocidas. Así, estaría dispuesto a acabar con la unidad nacional o con la paz mundial si se llegase a  convencer de que le es conveniente. En esa senda aventurera es posible que se plantee profundizar en más desavenencias con China, yendo al límite de lo posible, incluyendo a Corea del Norte.

Dentro de lo que es extremo, también cabe especular con que se plantee una intervención armada en Venezuela o Cuba (causa en la que tradicionalmente tiene partidarios entre sus votantes). En este año en que vivimos en peligro y en que la realidad supera a la fantasía, China tiene la oportunidad histórica de profundizar aún más en un tejido mundial de concordia con países y bloques de países.

*Augusto Soto es director del proyecto Dialogue with China, y representante en España de la revista China Hoy.