Por Luis Wertman Zaslav
Si pudiéramos observar los millones de conexiones que hacemos a diario, desde que salimos de nuestros hogares hasta que regresamos a dormir, es posible que la imagen se pareciera a una gigantesca maraña de puntos que se encuentran y se separan a lo largo de las horas.
Tomemos como ejemplo los contactos en el transporte público, en la oficina, en las sucursales bancarias, en los restaurantes o en la escuela, entre muchos otros puntos físicos. Se trata de una enorme red de coincidencias momentáneas que, cada segundo, le dan forma a la Ciudad de México.
Ese mapa de interacción humana podría explicar también qué tan sencilla es la convivencia en una metrópoli o qué tan enredados son los nudos que no permiten a sus habitantes vivir con mayor comodidad.
De fondo, el caso del joven Marco Antonio Sánchez Flores es un problema que refleja el deterioro del tejido social. Faltan por conocer muchos detalles y un análisis objetivo y legal de lo sucedido, sin embargo, que una persona pueda desvanecerse de una ciudad como la nuestra, siempre será un recordatorio sobre la fragilidad, precisamente, de ese tejido que debería conectarnos a todos, porque se supone que somos una sola sociedad.
Primero, la aproximación de la policía como un elemento de desconfianza (y nunca en sentido contrario a los ojos de muchos capitalinos) cuando debería ocurrir lo contrario, que acudir o recibir la atención de la policía fuera una garantía de protección y tranquilidad inmediata.
Segundo, las omisiones evidentes al manejar una situación que involucra a un menor. Y no sólo me refiero a los cuatro agentes que participaron, sino a muchos testigos que pudieron prevenir por redes sociales acerca del hecho. Porque usar estos canales de comunicación para exhibir los abusos es correcto, pero es igual de importante que también las empleemos para ayudar a los demás.
Un elemento más que demuestra la falla en este tejido social, de acuerdo con lo conocido hasta ahora, es que Marco Antonio no estaba solo al momento de los hechos, y quien lo acompañaba, testigo de lo sucedido, no lo hizo del conocimiento de nadie en ese momento.
Darle un número a lo que sucedió después ya sobra, pues los errores cayeron en cascada. La remisión del muchacho a un juzgado cívico en Tlanepantla, Estado de México, su posterior salida de ahí, y luego su aparición en malas condiciones físicas en el municipio cercano de Melchor Ocampo, gracias a una llamada anónima, que sólo confirmaron esta absoluta indiferencia que tenemos hacia el otro.
Tristemente, esa hilera de omisiones parece de lo más común y advierte que podría darse a diario sin mayor problema. Si un joven actúa de cierta manera, corre el riesgo de convertirse en un tipo de ciudadano distinto; uno que puede volverse un problema (y por eso es mejor dejarlo ir) o que debe hacerse invisible, igual que muchos otros que hacen de las calles sus hogares, debido a su estado y apariencia.
Esta pérdida de valor por la vida de alguien más no es sólo una carencia de la autoridad, lo es también de cada uno de nosotros cuando presenciamos hechos de este tipo y no exigimos que, antes de cualquier cosa, se resguarde la integridad y nos conectemos de inmediato para obtener una solución.
No es el sistema de justicia ni la ley o la naturaleza de los policías, se trata de una mezcla de ausencias en la que nadie es responsable cuando todos lo somos. Si tenemos la capacitación adecuada, el respeto mínimo a la ley y sus representantes (que se lo deben de ganar, por supuesto), una auténtica cultura de resiliencia —no reservada sólo para las tragedias— y un sentido de red para comunicarnos a través de las múltiples opciones que nos da la tecnología, entonces podremos evitar otro caso como el de Marco Antonio, y como muchos que debieron ocurrir después de que, felizmente, fuera localizado.
Twitter: @LuisWertman
Source: Excelsior