Quien me conoce, sabe que no soy mucho de ir a marchas y manifestaciones. Crecer con un padre antisocial que te dice que ir a estas cosas son “para llamar la atención” o porque “pago porque me alquilen” tiene su efecto a largo plazo.
Pero hoy tal vez llamar la atención sea algo bueno. O necesario.
Soy periodista. O al menos intento serlo. Así que a diario, por no decir que a cada hora, me toca leer notas sobre mujeres secuestradas, violadas, asesinadas o mutiladas; jóvenes sustraídas de sus vidas para engrosar la trata de blancas; indígenas vendidas por cuatro vacas o una botella de alcohol; estudiantes atacadas y asesinadas por sus novios o exnovios y dejadas en el campo o en lotes baldíos; mujeres que denuncian acoso y discriminación en sus empleos y escuelas por el simple hecho de serlo.
Por ello, para no vivir cada segundo del día abrumada, opté por lo que solemos hacer muchos colegas en este caso: desarrollar una coraza que te blinde de tanta tragedia y dolor.
Hasta que llegaron Ingrid y Fátima.
Tal vez suene a cliché, pero esas dos historias fueron como recibir un madrazo en la cabeza. Ingrid, una mujer violentada, asesinada y desollada por su pareja en un edificio de departamentos en el que ningún vecino intervino ni pidió ayuda porque como suele suceder, pensamos que “en asuntos de pareja no hay que meterse”. Ese ‘no meterse’ costó una vida.
¿Y de Fátima, una niña de siete años, qué iban a decir los que siempre están en contra? ¿Que fue su culpa por salir de la escuela, porque estaba vestida de cierta manera o por provocar a su asesino?
Aquí fue donde me cuestioné, tal vez de manera obvia, el por qué. ¿Por qué matar, secuestrar, violar, acosar y discriminar a niñas, indígenas, discapacitadas y profesionistas?
La respuesta es fácil: porque quieren. Porque pueden. Porque si atacan con ácido o violan a una mujer, las autoridades harán poco o nada; porque si golpean a su novia o esposa, su familia no hará nada porque “son cosas de pareja”; porque si acosan o discriminan, sus jefes y compañeros tampoco harán nada y lo que es peor, tal vez hasta se unan y lo celebren.
Porque quieren. Porque pueden. Porque saben que no pasa nada.
Y ya, ya estuvo bueno.
Y respondiendo a las preguntas que dan nombre a este texto, yo decidí unirme por eso, precisamente: porque ya estuvo bueno de que nos acosen, nos discriminen, nos violen y nos maten, que nadie haga nada y que eso sea la regla y no la excepción; que sea normal que cualquier hombre, por el simple hecho de serlo, se sienta con el derecho de profanarte porque sabe que no va a pasar nada.
Estoy consciente que una marcha o un paro no van a cambiar las cosas de la noche a la mañana…. pero sí tal vez en semanas, meses, o años, o en un siglo. Y el chiste es que cambien. Y no sólo por parte del gobierno, sino de nosotros mismos, de repensar la manera de cómo vivimos nuestra masculinidad y feminidad.
Sé que tal vez soy sólo una gota en un océano formado este domingo y lunes, pero como yo, hay miles de millones de gotas que, unidas, podemos formar una gran marea que ayude a transformar lo que tanto necesita este país: que no mate a sus mujeres.