Tras dos intentos frustrados, López Obrador llega a la Presidencia con paso acelerado por la urgencia de resultados prontos en un país que conoce bien el desencanto por la factura de 53 millones de pobres y violencia desbordada de los últimos gobiernos. El peso de las expectativas es un acicate y, sobre todo, determina su actitud, la idea fija del destinado a rescatar al país del neoliberalismo. El país enfrenta una transición inédita que sabe al fin de una lucha para la izquierda nacionalista y que por primera vez alcanza el poder desde la alternancia, y de ocaso de una época para el modelo de tecnocracia modernizadora cosmopolita de los últimos 30 años.
Pero esa división en la esfera de la política y la lucha por el poder acabó por trasminar en la sociedad con estereotipos baratos (chairos y fifís) que desconocen la pluralidad del país a fuerza del discurso polarizador. Es, sin embargo, la nota más inquietante del mundo de lo desconocido que promete la Cuarta Transformación (4ª T). La polarización de la campaña traspasó las urnas como uno de los mayores riesgos en un país roto por la violencia y fragmentado por la desigualdad. López Obrador llega a gobernar una nación confrontada por años de careo con la corrupción y el abuso que él mismo le ha espetado al mundo de la política en su larga lucha por la Presidencia, y que ahora necesita reconciliar para poder gobernar, aunque sus bases rechazan su política de perdón, e incluso ahonden la división, como Taibo con su declaración “se las metimos doblada”.
La recuperación de la cohesión social no es el único desafío para el próximo gobierno. El poder económico y los mercados esperan con desconfianza las políticas públicas que aplicará dado que, a diferencia de los últimos seis gobiernos, el suyo no es predecible. El nerviosismo de inversores ha vuelto a ser visible las últimas semanas en la volatilidad financiera desde la cancelación del NAIM y, sobre todo, por su forma de tomar decisiones. El mensaje de tranquilidad y moderación a los mercados de la victoria electoral dio paso en la transición a pulsos con poderes económicos y consultas populares sobre megaproyectos, como el Tren Maya, por las que quiere que transite la emancipación del poder político en la 4ª T. Por lo pronto ha adelantado que en su toma de posesión fijará los compromisos de su gobierno y la forma de concretarlos ante el riesgo de que sus promesas se evaporen en el choque con la realidad.
¿Qué esperar de la 4ª T? En su lectura, el fin de régimen corporativo del autoritarismo del siglo pasado dio paso a un Estado “capturado” por poderes económicos e ilegales, como el narco, con el triunfo del modelo neoliberal. Con la mayoría en el Congreso federal y de los estados, y 30 millones de votos, en la transición ha desplegado una reingeniería institucional que refuerza el presidencialismo con medidas centralizadoras contra el poder de los gobernadores a través de la creación de los superdelegados en los estados, y que concentra el combate a la corrupción en Hacienda con el programa de austeridad.
En una sociedad dividida, la transformación lopezobradorista genera esperanza de un cambio verdadero en sus bases y ven en esas medidas la necesidad de pertrecharse para confrontar a poderes económicos e informales que se han fortalecido gracias al abuso, impunidad y corrupción, entre ellos, los gobernadores afectados por los escándalos con la actual administración. Otros temen que en el fondo se trate de un ataque contra la libre empresa y el mercado, así como contra la institucionalidad que construyó la “partidocracia” de los gobiernos de la alternancia como los órganos autónomos, contrapesos y el fortalecimiento de gobernadores en el federalismo.
Su primer objetivo como presidente tiene que ser conciliar diferencias, privilegiar la prudencia para evitar la confrontación, aunque los resultados no se puedan ver rápido. El mejor presidente, como pretende ser López Obrador, es que asuma por primera vez que los cambios no son personales y trascienden la vida de un sexenio de un mandatario. La 4ª T sólo puede caminar si asume un horizonte de cambio ordenado y largo plazo.
Source: Excelsior