La vida de un perro abandonado puede cambiar por completo cuando una familia que lo quiere lo adopta. Física y emocionalmente el cambio es evidente, sobre todo si antes sufrían de maltrato o vivieron un largo tiempo a la intemperie. Y donde más sufren es dentro de perreras, en las que se les trata como esclavos y basura, como si no fuesen seres vivos.
Esta mansión en New Hampshire aparentaba ser precisamente eso, una mansión. Uno pensaría que una elegante familia vivía ahí, pero resulta que la realidad no podía ser más distinta. Adentro, 84 grandes daneses se encontraban encerrados en jaulas o sueltos por la mugrienta casa cubierta de heces.
Muchos estaban bajo peso, tenían infecciones en sus ojos y patas, además de no tener acceso a agua limpia. A veces su única comida era un trozo de pollo.
En junio del 2017 un equipo de rescate animal de la Sociedad Humana de Estados Unidos ingresó a la casa y, según le contaron a The Dodo, jamás olvidarán lo que allí vieron. “Había un olor rancio y putrefacto, niveles de amoniaco tan altos que les lloraban los ojos a las personas que entraban. Había heces y basura y las ventanas estaban opacas de tanta suciedad”, contaron.
Muchos de los grandes daneses eran tan grandes como un pony, se veían tristes y como si hubiesen sufrido mucho. Dos de ellos, incluyendo una llamada Wanda, estaban encerrados por separado en una habitación.
“Tenemos unas fotos muy dramáticas de esa habitación, con uno de ellos durmiendo sobre la cama cubierta en heces”, dijo Morgan Rivera, rescatista. “Y hay otra habitación donde Wanda se escondía detrás de otro de los perros”.
Sin embargo fue ella quien con más rapidez de acostumbró a la presencia de este equipo de rescate. “Nos intentaba dar besos, quería afecto. Se mostraba muy sociable”.
El equipo trasladó a los 84 perros a un lugar en New England para esconderlos mientras luchaban por su custodia legal. Rivera se encargó de cuidar a todos ellos en su nuevo refugio donde entabló una especial relación con Wanda.
“Mientras estaba en el refugio, me miraba, sin importar dónde estaba. Me miraba, me miraba. Y todos los voluntarios me decían ‘sabes que es tu perro, ¿cierto? Te eligió’. Y yo como, ‘no lo sé. Tengo que pensarlo’. Y todos como ‘no, no, no, ella te eligió. Es tu chica’”.
Aunque Rivera tenía muchas cosas de que ocuparse en ese momento (su esposo sería sometido a un transplante de hígado) decidió que Wanda ya era el perro perfecto para su familia.
“Siempre me atraen los perros con más problemas. Pero sabía que con todo lo que estaba ocurriendo con mi esposo y con las enfermeras en la casa tenía que adoptar a un perro tranquilo. Y Wanda siempre fue muy sociable, dulce y literalmente amaba a todo a quien conocía”.
Una vez que la Sociedad Humana ganó la batalla legal por la custodia de estos perros, Rivera adoptó formalmente a Wanda, quien se fue a vivir con ella, su esposo, otros dos perros y gatos.
“No creo en las almas gemelas ni nada así pero si creyera, pensaría que ella es mi alma gemela. La amo más que a nada. Paso todo el día cuidando animales, y creo que nunca he amado a uno tanto como a ella. Es la mejor”.
Source: UPSOCL