En la fe el espíritu descansa; en la razón, vive;
en el amor, goza; sólo en el dolor adquiere consciencia.
Ermilo Abreu Gómez.
Querido y aguzado lector, espero se encuentre bien pese a las adversidades de estos tiempos de pandemia.
Sin duda que el 2021 no quiso quedarse atrás y nos sorprende con muchas noticias; consecuencias y estragos de la pandemia a lo largo de estos meses. Y basta una ojeada a los noticieros para darnos un balde de fría realidad.
Comencé estas líneas citando al escritor, ensayista, historiador, periodista, y dramaturgo mexicano Ermilo Abreu quien nos dice que en el dolor el espíritu adquiere consciencia; ¿realmente el dolor nos vuelve a la realidad, nos hace pensarnos dentro de ella, de lo que nos rodea y lo que sucede. El dolor realmente nos pone los pies en la tierra Lo dejo en interrogante porque cuántas veces el dolor nos sumerge en lo más oscuro, en lo más profundo y nos pierde.
Pero también es cierto que nos devuelve a la realidad y nos quita el velo de deseos y anhelos en los que vivimos como diría George Moore. Entonces es cuando algunos deciden hacer, tomar decisiones y no dejar nada para mañana o después. Por ejemplo, ahora en tiempos de pandemia, en que de pronto llega la enfermedad y todo lo planeado se viene abajo o qué decir cuando alguien se va, deja este mundo.
Porque a veces como dice Moore, vivimos proyectando, viviendo en el futuro y olvidamos el presente: lo que tenemos de inmediato, en ese momento, en ese día en cada instante, de darnos cuenta de quien está a nuestro lado, aunque sea a la distancia; porque déjeme que le diga, querido lector, que la distancia no es silencio ni significa ausencia.
La vida, el existir, la infinidad de cosas ya cumplidas y la inmensidad de cosas por cumplir como escribió Walt Whitman, esas que esperamos nos regale el tiempo, el destino, Dios. Pero también podríamos decir que somos víctimas de las trampas que la realidad va tendiéndonos paso a paso como aseveró Terrenci Moix en su obra La herida de la esfinge.
Qué es la vida, querido lector, este cúmulo de días, de suspiros, de llantos y alegrías a la que nos aferramos, de la que tanto hemos disfrutado y de la que podríamos decir como Ana Clavel, el lugar donde los dioses son crueles; sólo para nuestro mal nos hacen conocer el paraíso. Nos hacen conocer el paraíso en alguien o en algo para después perderlo.
La muerte nos rodea. Estamos bajo su voluntad. Los ríos continúan fluyendo sin nosotros. El tiempo pasa, incluso las estrellas se desvían hacia nosotros de una manera muy extraña. La muerte es imparable. La muerte es cruel. Dice el personaje de una película, ante el acecho de un ser inmortal, para el que, la muerte, no es lo peor, pues dice que la muerte es una crueldad para los que no la esperaban.
Y quién va estar esperando la muerte, quién podrá estar consciente cada día, todos los días que habrá de llegar la muerte. Probablemente algunos sí por alguna singularidad que les haga pensar en ese momento que como leíamos antes es imparable, inevitable.
Y para ello nos queda la fe, el creer en que tendremos esos días de más, esos años para cumplir los sueños, la fe en que veremos el siguiente amanecer en los brazos de quien se ama y de ensordecer con las risas y el gozo, y en esa fe es que podemos seguir. Esa fe que nos hace humanos.
Vivir pensando en que todo ocurre por algo, vivir por el motivo que se tenga; ese que nos empuja a despertar, caminar, hablar, escribir e incluso hasta llorar de alegría o de dolor. Y en el amor, el amor, para muchos el gran motor e incluso el mismo San Pablo, decía si no tengo amor, nada soy. Y es el amor como dice Abreu Gómez en el que el espíritu goza porque en el amor se puede vivir y trascender pues el amor no muere, el amor no se acaba cuando alguien deja de respirar, ese alguien sigue vivo en el corazón de alguien más, en la memoria, palpitando y recorriendo la sangre de quien le ama.
Entonces, vida, querido lector, será aquello que hagamos y la memoria que dejemos en los demás, vida, Toda la vida no es nada más que preguntas que han tomado forma, que llevan en sí el germen de las respuestas, respuestas que se van preñadas de preguntas. El que vea en ella cualquier otra cosa es un loco. Escribió Gustav Mayrink en su obra el Golem.
Qué nos queda entonces querido lector, vivir, existir y como diría Oscar Wilde, la vida no puede escribirse, sólo puede vivirse.
Van estas líneas con todo mi amor, para aquellos que han dejado de existir físicamente pero que vivirán en el latido, en la memoria, en la sonrisa que se nos escape con los recuerdos, en la lágrima que ruede con cada evocación, en el suspiro que habrá de escaparse al pronunciar su nombre.
Siempre en nuestros corazones.