Shoko Asahara, el gurú fundador de la antigua secta Aum Verdad Suprema, ahorcado el viernes en Japón por su papel en un ataque con gas sarín, era un verdadero “iluminado” para unos y un temible manipulador de masas con sed de poder para otros.
De cabello largo enmarañado y barba abandonada, logró atraer, con una mezcla de carisma y misticismo, unos 10.000 fieles, incluyendo ingenieros y médicos que produjeron para la secta agentes químicos.
Fueron algunos de los miembros de ese grupo quienes, en la mañana del 20 de marzo de 1995, en plena hora punta, esparcieron gas sarín en el metro de Tokio, con lo que 13 personas murieron y unas 6.300 resultaron intoxicadas.
Desde entonces, se convirtió en el enemigo público número 1 de Japón, donde los medios le dedicaron miles de artículos y de programas de televisión para intentar explicar cómo este acupuntor semiciego pudo convertirse en un asesino.
Nacido el 2 de marzo de 1955, hijo de un fabricante pobre de tatamis en la isla de Kyushu (suroeste de Japón), en una familia de nueve hijos, Chizuo Matsumoto -ese es su verdadero nombre- padecía una ceguera casi total, debida a un glaucoma congénito, por lo que sus padres lo enviaron desde lo seis años a una escuela para ciegos.
Según testigos, ya de joven estaba movido por la ambición y tenía una sed de poder muy fuertes, así como un gusto por la dominación y la manipulación, durante su estancia de 13 años en el centro para ciegos.
“Para él, la violencia era como una pasión. Cuando la cólera se apoderaba de él, nada podía detenerlo“, contó un compañero de clase.
Asahara dejó la escuela cuando tenía 19 años con un diploma de acupuntor.
Se presentó al examen de ingreso en la prestigiosa Universidad de Tokio, pero no lo superó. Tras haber querido ser médico, quiso meterse en política.
Antes de casarse, abrió una clínica de acupuntura en la periferia de Tokio a finales de los años 1970 y ganó mucho dinero vendiendo plantas medicinales, incluyendo un “producto milagro”: una cocción de pieles de naranja que le costó sus primeros problemas con la policía en 1982 y el cierre de su clínica.
En 1984 fundó una primera secta religiosa en Tokio pero el culto no se cambió de nombre, a “Aum Verdad Suprema”, hasta 1987.
Desde entonces, el “profeta”, adorador de Shiva, dios de la destrucción en la mitología hindú, no dudaba en presentare como el Cristo o Buda reencarnados.
Sus devotos discípulos, sometidos a una dura disciplina, estaban obligados a llevar unas gorras especiales con electrodos que, supuestamente, difunden las ondas cerebrales del “maestro”.
“Asahara era bueno para el lavado de cerebro“, considera Kimiaki Nishida, profesor de psicología social en la Universidad Rissho de Tio. Según él, el gurú “mostró hábilmente su carisma y sedujo a jóvenes que sentían una forma de vida distinta en sociedad japonesa” en un periodo de consumo a ultranza.
Corpulento, el “maestro espiritual” solía vestir una túnica malva frente a sus fieles quienes, salvo los de alto rango, no podían mirar al “sabio” a la cara, por deferencia.
Lo que no le impide preferir el lujo a la austeridad. Amante de los autos de lujo y de las mujeres, no dudaba en viajar en primera clase y habría tenido hijos fuera del matrimonio, además de cuatro hijas y dos hijos legítimos.
En febrero de 1990, participó sin éxito en las elecciones legislativas. Un fracaso que lo llevó hacia un “descenso a los infiernos” en el que arrastró consigo a los discípulos de la secta.
Prediciendo el apocalipsis, aseguró que “matar puede ser útil a veces”. En paralelo, admitía sentir admiración por el sarín, el gas de combate inventado por los nazis, como atestiguan artículos publicados en sus revistas.
La secta, que adoptó el nombre de Aleph en 2000, lo desacreditó oficialmente pero los expertos consideran que su influencia sigue siendo importante. Encarcelado el 16 de mayo de 1995, su pena capital no se confirmó hasta 2006, y desde entonces esperaba en el corredor de la muerte.
Con información de AFP
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Source: Infobae