Para José Francisco Conde Ortega
Sólo es mirar, un poco hacia el frente, de lado, cómo si no estuviera el silencio acompañándonos, inmisericorde, frases que se llenan de sonidos apagados por el grito.
Es sólo aceptar que se fueron, lentamente, dolorosamente, sin fijarse en los cristales llenos de color que filtran el sol del día. Ese día que se hizo largo, la tristeza que resuena en los pasillos del hospital.
Sólo son los ojos que no logran acercarse a lo visto, aquellos recuerdos que se enciman en las gavetas de la habitación, con ese sonido cruel de las máquinas, con la furia de la enfermera que mira cómo se acaba la vida.
Es sólo buscar las manos, aquellas que nos advierten del camino, el recuerdo que viene con su movimiento, la distancia que hoy no es lo mejor del momento, pero lo único que puede definir el instante.
Sólo son los labios murmurando palabras pequeñas, mínimas, apenas audibles entre todo aquel ruido que llena la habitación, entre las cuerpos que rodean a los cuerpos en una danza sin sentido que asemeja un círculo de ritos y silencios.
Es sólo manejar rumbo al horizonte, a pedacitos de un camino que no termina, en fragmentos de paisaje que se difumina conforme el autobús circula por el sendero que todos hemos recorrido alguna vez.
Sólo mirar a medias, sin rodeos, esperanzados en las otras miradas, incluyéndonos en todo aquello que nos mira a medias, simples, sencillos, milagros que son milagros mientras el llanto se contiene a medias.
Es sólo decir una palabra sencilla, pequeña, agridulce. La palabra que define el todo de lo que se es, de aquello que se pierde en la negrura de la entrada por donde los pájaros del amanecer no aparecen.
Sólo es mirar un poco, atravesar las cortinas por donde no hay música ni gritos de niños ni mujeres sonriendo. Sólo el silencio, sólo silencio…