En principio, deseo que todos ustedes, queridos lectores, gocen de cabal salud; sin duda el mayor tesoro que podemos poseer. Todo lo demás, las cosas, las propiedades, el dinero, el estatus, créanmelo, pasan a segundo término.
Dicho lo anterior, de nueva cuenta debemos comenzar el año con una profunda reflexión sobre lo que hemos vivido, seguimos viviendo y seguramente continuaremos enfrentando en los próximos meses: la pandemia por COVID.
Mucho hemos hablado de la testarudez de la gente (la cual seguimos viendo) que es capaz de retacar espacios de compras para satisfacer necesidades que habríamos que cuestionar si son urgentes o simplemente caprichos; también hemos dicho que desde la autoridad se nos ha ocultado mucha información que, de haber sido transmitida fidedignamente, habría puesto en alerta a más personas, apelando a que con números más reales, sobre todo en la cantidad de fallecimientos, habría tomado las cosas con más seriedad.
Pero todos vimos al responsable de la pandemia feliz de la vida en Oaxaca, sin mascarilla, pasándola de lo lindo, mientras la gente seguía muriéndose en el país: en efecto, eso per se no tiene nada de malo ni rompe ninguna ley, pero expone la poca sensibilidad, la falta de congruencia y el desprecio por quienes en estos momentos están pasando por la enfermedad.
En Canadá, un funcionario hizo algo similar, se fue de vacaciones al Caribe, y por ese simple hecho fue removido del cargo. ¿Diferencias, no?
El tema en todo esto es que la mentada enfermedad es, en efecto, una verdadera ruleta rusa; todos hemos visto personas que se cuidan o cuidaron a más no poder, no salían, atendían los protocolos, llevaban una vida sana y, porque en algún sitio se bajó un segundo la guardia, se contagiaron, padecieron la enfermedad y muchísimos murieron.
En contraparte, tantos y tantos que valiéndoles 10 de mayo el asunto, salen, organizan fiestas, van a lugares concurridos y por alguna razón su cuerpo no adquiere el virus o peor aún, resultan ser asintomáticos y en su imprudencia, contagiaron a organismos más débiles que no corrieron con la misma suerte. Estas conductas en particular son las que vuelven tan peligrosa la enfermedad.
Muchos más factores se juntan, pero es innegable que no existe un patrón único de comportamiento del virus; algunas personas tienen fiebre, dolor de cabeza, dolor de cuerpo, conjuntivitis o diarrea, otras aún contagiadas, solamente tienen una pequeña gripa. De nueva cuenta, al no sentir síntomas mayores y salir de casa, nos convertimos en el arma homicida, por la falta de empatía ante el mundo.
Creerá usted que hay empresas que, ante el reporte del trabajador de malestares que podrían estar asociados al COVID que les impiden acudir al trabajo, se avientan la puntada de solicitar que el empleado se haga la prueba, pero que si resulta negativa, le descontarán el día.
Con todo respeto, esto es absurdo, porque las pruebas rápidas que existen (serológica y de antígenos) y que dan resultados en minutos, pueden generar falsos negativos en los primeros días de la enfermedad, además de que no detecta a los asintomáticos, es decir, aún con un negativo, para salir de dudas hay que hacer la prueba de PCR (la más confiable) que tiene un costo promedio de 3 mil pesos. Creo que las empresas debieran tener tantito sentido común.
Si cuidándonos hay riesgos, imagínese sin ellos; insisto, todos estamos expuestos a esta ruleta rusa.