A estas alturas del partido, estoy seguro de que todos hemos participado en todo tipo de sesiones Zoom durante la pandemia, desde las sorpresivamente placenteras hasta las que han quedado para el olvido. En la entrega anterior proporcioné algunos ejemplos al respecto.
Uno de los retos del Zoom es que a veces nos toca participar en reuniones a las que llegan personas de muy variada factura. Dicha situación abre la puerta a posibles confusiones, malentendidos e inclusive al conflicto. Tal vez ni siquiera se trate de que el otro haya dicho o hecho algo que me molestó y solo se trató de una falla técnica que me impidió verlo u oírlo con claridad.
En su libro “Comunicación en un mundo cambiante”, Beth Dobkin aborda el tema del conflicto, sobre todo en situaciones como las referidas, en las que nuestro interlocutor tiene puntos de vista y actitudes con las que diferimos. “Nuestras necesidades, creencias y valores, metas y formas de manejar el conflicto -escribe esta autora- influyen en la manera en que nos comunicamos cuando nos encontramos con otros que son distintos a nosotros”.
En ocasiones los confrontaremos y, en otras, simplemente los ignoraremos. Dobkin identifica cuatro diferentes maneras en las que podemos relacionarnos con dichas personas. La primera es el rechazo, en cuyo caso optamos por confrontarlas, menospreciarlas o simplemente ignorarlas. Es posible que a partir de dicha experiencia, nos abstengamos de invitar a personas así a eventos sociales o grupos de trabajo. A manera de ejemplo, digamos que tu colega Leonardo te caía bien, hasta que te enteraste de que es un ateo recalcitrado o profesa una creencia religiosa distinta a la tuya. Si bien te cuidaste de llegar a una discusión con él, prefieres cortar por lo sano y no lo incluirás en futuras reuniones virtuales.
La segunda variante de relación es la tolerancia. Regresando al ejemplo anterior, te cuidas de ignorar o rechazar a Leonardo y, en vez de ello, optas por conversar con él. Posiblemente te digas: “Ok, le voy a dar chance de que me diga por qué no cree en la existencia de los ángeles: yo le explicaré por qué estos seres celestiales son objeto de veneración para mí, aunque la situación no deja de parecerme incómoda”.
El tercer tipo de comunicación es el respeto. Si bien estoy en desacuerdo con Leonardo, puedo entender perfectamente por qué se considera una persona agnóstica. Tal vez yo lo sería también si me hubiese criado en una familia como la suya. Podría, inclusive, considerarlo como un potencial amigo, pues en el terreno político -que es también sumamente importante para mí- coincidimos en muchas cosas.
La cuarta posibilidad es la participación. No solo respeto a Leonardo como persona, sino que lo considero admirable, por su integridad a toda prueba. Es tal la confianza que me inspira, que puedo darme el lujo de estar en desacuerdo con él sabiendo que podrá comprender y apreciar mis razones. Si bien no es fácil llegar a este cuarto nivel, coincido con Carl Rogers, un psicólogo humanista, quien afirma: “He encontrado un enorme valor al permitirme comprender a otra persona, y si me permito comprenderla, bien podría de paso transformarme”.