Zuleyka Franco
Estamos terminando el mes en que celebramos a todos los niños, grandes y chicos, desde el pequeño que tenemos en casa y que de vez en vez anda corriendo de un lado a otro, como al que de repente se asoma detrás de una máscara de adulto y se cubre con una coraza de madurez y seriedad.
Así que comencemos por tratar de entender por qué es que a menudo, olvidamos que podemos seguir siendo niños sin dejar a un lado las responsabilidades y la diversión.
Bueno pues al nacer no eres consciente de nada, ya que te concentras principalmente en las necesidades de tu alma, la cual desea que te aceptes junto con tus experiencias, defectos, potenciales, debilidades, deseos, personalidad etc. sin embargo, poco después de nacer nos damos cuenta de que cuando nos atrevemos a ser nosotros mismos, alteramos el mundo de los “adultos” o el de los que están cerca de nosotros y de ello deducimos que no es bueno, ni correcto ser naturales.
Ese doloroso descubrimiento provoca, sobre todo en un niño, una crisis de ira, que llegan a ser tan frecuentes que nos vemos obligados a creer que son normales. Estos episodios se conocen como “Crisis de la Infancia” o de la adolescencia, según sea el caso. Es posible que lleguen a ser normales para los humanos, pero ciertamente no son naturales. El niño que actúa naturalmente, que es equilibrado y que tiene el derecho a ser él mismo no pasa por ese tipo de crisis. Por desgracia, ese tipo de niño (natural) casi no existe.
La mayoría de los niños pasan por las siguientes 4 etapas:
Después de conocer la alegría de ser él mismo, conoce el dolor de no tener derecho a ser él mismo, que es la segunda etapa. Llega enseguida el periodo de crisis o de rebeldía que es, la tercera etapa. Con objeto de reducir el dolor, el niño o adolescente se resigna y termina por crearse una nueva personalidad para transformarse en lo que los demás quieren que sea. Algunas personas permanecen estancadas en la tercera etapa durante toda su vida, es decir, reaccionan comúnmente, están enojados o en permanente situación de crisis. En la tercera y cuarta etapa es cuando creamos las numerosas “máscaras” (nuevas personalidades) que nos acompañan durante la mayoría de nuestra vida si así lo queremos y que sirven para protegernos del sufrimiento que vivimos en el transcurso de la segunda etapa.
Entonces debemos entender cada una de las etapas que vivimos a lo largo de nuestra infancia y que tienen que ver con lo que nosotros mismos construimos para salir al mundo avantes de todos los “NO” que vivimos entre la infancia y la construcción de nuestra personalidad.
No rompas, no brinques, no hagas travesuras… Esto es cuando somos pequeños y nuestros padres o las personas a cargo creen que con un “NO” sabremos que lo que hacemos en ese momento no es correcto; pero qué pasa cuando somos adolescentes? La palabra NO sigue en nuestras vidas, no repruebes, no te arriesgues, no sueñes. Y al llegar nuestra adultez creemos que todos esos “No” han desaparecido y que al culminar una carrera, casarnos y tener hijos por fin seremos libres, y nos damos cuenta que después de 30 años esa palabra sigue presente en nuestra vida. No llores, no te caigas, no lo demuestres, no te expongas, no, no, no!.
Cuando haces un recuento de todo lo que no hiciste, de todo lo que reprimiste y de todos los No que traes tan arraigados en tu educación, en tu manera de pensar y en tu personalidad que han marcado creencias tan erradas de muchas cosas en tu vida, comienzas a preguntarte el por qué no de todo eso si eran cosas que te hacían feliz, maneras de ser con las que podías ser tú mismo y acciones con las que podías sentirte libre.
Si eres una persona que ha buscado expandir su consciencia empezarás a querer saber de dónde viene tu frustración, de dónde viene tu insatisfacción o tus inquietudes ante muchas cosas que antes no te importaban ni te cuestionabas. Este es un muy buen momento para comenzar a reencontrarnos con nuestro niño interior, no hablando literalmente sino de la esencia y de lo que significa volver a ser un niño.
Un niño vive el momento, es travieso y hace cosas pero sin maldad, está libre de prejuicios, dice las cosas que piensa y como son, como las siente, es libre de expresarse sin temor al qué dirán, si no le parece algo lo dice, tal vez se enoje y haga berrinche, pero lo hace porque no está sujeto a conveniencias para aceptar alguna situación. Un niño es capaz de negociar siempre y cuando la negociación lo haga feliz, un niño brinca y grita de felicidad sin importar dónde lo haga o el qué dirán. Un niño corre y abraza cuando le da gusto ver a alguien, es capaz de alzar y abrir los brazos para demandar un abrazo o que lo carguen sólo porque se siente seguro de querer estar cerca de alguien, un niño puede acariciarte la cara mientras habla porque no le da miedo exponer sus sentimientos, es noble. Un niño es capaz de decir “Te Amo” sin preocuparse de que se aprovechen de él por decirlo.
Una cosa es clara, los adultos estamos tan sujetos a una sociedad llena de prejuicios, de restricciones, de tabús, de normas sociales y de un “deber ser”, que ha dado pauta a que nuestro “ser puro” esté saturado de todo lo que no nos deja disfrutar los momentos y a las personas más importantes en nuestra vida.
Depuremos esas falsas creencias de que un hombre no llora o que no debes demostrar tus sentimientos para no ser lastimado, hagamos a un lado los convencionalismos que nos detienen ante la posibilidad de amar y ser amados, gritemos un Te Amo a nuestra pareja en un espacio público, abracemos a nuestros hijos sin ser el día de su cumpleaños, sonriamos al caminar por la acera aunque piensen que estamos locos, brinquemos de alegría ante una buena noticia aunque todos volteen a vernos y alcemos nuestros brazos al cielo y demos gracias por estar aquí y ahora, y celebremos por tener salud.
Y por favor nunca olvides de vez en cuando, consentir a tu niño interior!
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