Por Socorro Valdez Guerrero
Almas descompuestas desata la muerte, sobre todo la repentina.
Sentimiento ambicioso empuja contra quienes aún en la agonía, padecen traición, desdicha y despojo.
Valor supremo a los bienes, que arrebatan a muertos, peor aún vivos.
Vil evidencia de codicia humana, que nada aprende de tragedia, de muerte.
De ella, que llega sin esperarla, y se va, sin llevarse ¡Nada! Sólo tu cuerpo.
¿Y tú?.¡Ni el puño de tierra!
Triste ambición hace olvides desvelos y sacrificios en plenitud.
Y muerto, ¡arrebatan sus pertenencias!
Infame codicia, sepulta momentos gratos.
Menosprecio de época infantil, sin peleas, hoy con odio y ambición de bienes.
¿Cuál amor filial? Cuando por mezquina ambición de lo mucho, poco o nada que ha dejado, se ¡destruyen!
Que dolor sentirán los que fallecen, y enseñaron a caminar firme y mirar la vida sin avaricia.
Tintes, tintes de ambición, laceran, separan, dividen y ¡Deshacen familias!
Rostros de muertos que en el más allá descubren, “primero nos lloran, y luego se ¡Arrebatan!”.
¡No aprendemos a la muerte!
De esa que no dejó abracen, despidan o arrojen ¡Un puño de tierra! Y tú, te llevas sus bienes.
De ella, que con su guadaña advierte: ¡No me importa su ambición, quiero su alma!
No logramos paz ni saborear y compartir lo que hay, lo que queda como recuerdo, con o sin testamento.
Compartamos juntos para sepultar la codicia.
¡Valor!, a ellos, no a sus bienes.
Aprecia sin ojo mercantil, lo que sólo fue su esfuerzo.
Lo que quieren para ¡Todos!
Honremos, con unión familiar, con respaldo mutuo.
No lágrimas falsas, con hipócrita luto, con rezos de simulado dolor y verdadera culpa.
Empujemos la unión.
¡No! la ambición, la codicia, para que contigo, después muerto, no repitan la ¡Rapiña!
Para que enfermo, no compruebes avaricia.
Para no ver a la familia, a los hijos, destruirse con la podredumbre de la ruin ambición.
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