Yo fui esa niña viendo a
los pastores llegar a adorarlo
con la certeza premonitoria
de dejarlo abandonado
después a su bíblica suerte.
Tenía la ilusión puesta en
la gracia celeste
y sabía que al pesebre
no llegaban juguetes.
Imploraba entonces por
un poco de fe del creyente,
cariño de padres y
la infantil promesa de
un mundo nuevo que amanece
después de la noche de paz
y de los reyes de Oriente.
Ya en mi forma adulta
rehuía hablar de Belén
por el miedo de lo ingenua
que pudiera parecer.
Aunque adornada de oro
La pobreza del espíritu
no se puede ocultar
de tantas almas hipócritas
que engañan con la verdad.
Me molestaban aquellos
felices perennes de manos
llenas de dicha material.
Hoy que la vida dispone el final,
creo que no era un error
el dulce amor por la Navidad.