“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”
Voltaire
En plena encrucijada se encuentran el camino de la libertad, la igualdad y la fraternidad; lo que antes eran las sendas que cruzábamos con rutilante monotonía, hoy se convierten en pesados escalones que nos incitan a replantearnos lo azaroso del camino y cuestionar sí vale la pena andar ese camino.
Y es que la contingencia sanitaria ha traído tras de sí muchos cambios a nuestra forma de ver y entender el mundo; el Derecho se trasforma de manera precipitada, más que por su natural evolución (aparejado a la evolución humana) por la necesidad social de transformación, ante ello el Derecho ha dado pasos agigantados para adecuarse a nuestra realidad o lo que muchos denominan como “nueva normalidad”.
Cómo hemos podido observar, a lo largo de la historia uno de los grandes reclamos de la sociedad es y ha sido la aplicación de justicia; desde la Antigua Grecia, pasando por la anquilosada Roma Clásica hasta nuestros días, la justicia tiene su epicentro en el dolor social, en la permanente necesidad de hacer que el Derecho tome su sitial en la historia y haga que la virtud moral de la justicia, permita que los humanos actúen como humanos y den a cada quien lo que le corresponde según la concepción del jurista Ulpiano.
Sin duda, el avance social de la humanidad nos ha permitido desentrañar una realidad que debe ser palpable en nuestros días, existe una infinidad de ordenamientos legales que pretenden regular la conducta de la humanidad, para tratar de armonizarla; pero la pluralidad de leyes genera en la sociedad su falta de conocimiento y su descredito al cumplimiento de su fin primario que es, lograr una conducta armónica entre el individuo y la sociedad.
En los tiempos convulsos en los que nos encontramos, esta gran marea de incredulidad ante la ley viene a hacerse más latente, es evidente que las desigualdades se han incrementado considerablemente, propiciando un descontrol en la percepción social; el descredito sobre la justicia y el estricto apego al Estado de Derecho han generado que la ciudadanía pretenda cobrar justicia por propia mano, lastimando el tejido social.
La falta de una defensa real de los derechos de la sociedad ha propiciado que las leyes se vean “a modo”, creyendo entre un gran número de la población que el Derecho pertenece a quien tiene la posibilidad económica para alcanzar justicia, situación que es aún debatible; no debemos caer en la pesadumbre y el descredito de nuestras instituciones, debemos enarbolar una sólida defensa de nuestros propios derechos, procurando los de aquellos que nos rodean.
Es necesario encumbrar en el Derecho los anhelos de una humanidad que pide ser escuchada, que ve en sus necesidades la falta de un sistema que le proteja y le resguarde sin distingos, que dé solución a la problemática que día a día se le presenta, que haga efectiva la tinta de sus letras y que cómo en los tiempos del constituyente pase de los ideales a las realidades.
Sin duda, la ciencia jurídica pasa por un momento de enorme trascendencia, esta época de contingencia sanitaria cimbró su existencia y ha dado notas de análisis, más allá de lo que los juristas conocen como “derecho positivo”, refiriendo con ello a lo que es aplicable en un tiempo y lugar determinado y que resulta ser lo vigente; es decir lo aplicable, hoy nos preguntamos con fuerza ¿estamos preparados para asumir los cambios y trasformaciones de la humanidad?
Esto es así, las formas de aplicar el Derecho o de procurarlo, no son las mismas que las de hace apenas un par de años; la tecnología ha hecho que se tenga que replantear la eficacia de nuestro sistema jurídico y, sobre todo, nos ha obligado a ser realistas en lo sinuoso que resulta el andar del Derecho ante emergencias que vienen a romper una estructura que por años había funcionado de esa manera. Las audiencias virtuales resultan ser un ejemplo de ello, pues muchos de los operadores del Derecho a razón de su edad, se han visto en desventaja ante el uso de las tecnologías, pero también ante la falta de un sistema infalible que haga más accesible la justica y no más engorrosa, la falta de elementos de probidad que permitan legitimar la sentencia y sobre todo; nuestra falta de empatía hacia las necesidades humanas de ser escuchados, de ser juzgados por peritos en la materia que tienen en el sentido humano su raíz de justicia.
No se diga del estudio del Derecho, pues evidentemente no se podrán recuperar los largos tiempos de práctica que están quedando en el recuerdo por parte de pasantes, los estudiantes que realizan su servicio social o bien los practicantes profesionales; existen en la actualidad latitudes del mundo que empiezan a emplear software para dirimir controversias como si los problemas sociales solo fueran números y cifras que se pueden quitar y poner, más aún; se habla del empleo (como modelo de prueba) de un robot que cargado de datos puede impartir justicia y ahorrar en el engorro de juicios, lo cual nos aleja de nuestra humanidad pero nos acerca a nuestra modernidad.
El Derecho al ser una rama de las ciencias sociales debe evolucionar y con él, sus operadores, debemos empezar a replantearnos la forma de concebir la justicia, hacerla más accesible a la ciudadanía como pretendían los forjadores de nuestra Nación, buscando ponderar el empleo de las virtudes humanas, haciendo prevalecer la razón sobre la pasión, pero no olvidando que los seres humanos tenemos o somos en gran medida un porcentaje de emociones.
Las ciencias tratan de impulsar cambios en la forma de entender el Derecho, ahora se habla del empleo de la informática y de las neurociencias no solo para comprender el actuar humano, sino para respaldarlo, protegerlo y entrar a detalle en su universo y con ello hacer efectiva la máxima de dar a cada quien lo suyo.
Hoy la convivencia humana ha cambiado, debemos evolucionar y accionar; el Derecho debe enfrentarse a su realidad, fortalecerse y a su vez, hacer más fuerte a las instituciones, dando con creces el sentido de dignidad a la humanidad; el camino ha comenzado, defendamos nuestras virtudes y luchemos por enraizar nuestras aptitudes para poder seguir siendo seres, eminentemente pragmáticos.