Odio a las mujeres que creen que ser sensuales es sonreír y mostrar un escote profundo y que no puedan articular palabras.

Odio cuando no se cumple la palabra empeñada.

Odio a mi despertador.

Odio la palabra tener que hacer.

Odio que se atranque una película a la mitad (me ocurrió con la sensacional mexicana El infierno, pero acabé mal viéndola en internet).

Odio las mentiras tontas.

Odio al espejo todos los días cuando me tengo que rasurar y acabo casi ensangrentado.

Odio que me interlocutor se ponga a hablar por teléfono celular cuando había estado hablando conmigo.

A las mujeres con sus reglas y su síndrome ovárico cerebral.

Amo al dr House.

Amo el café americano recién salido de la máquina.

Amo el despertar sin sueño.

Amo ver mi agenda con el día vacío.

Amo a un alumno brillante que me desarma con una pregunta que me descoloque y contestarle con un no sé.

Amo mi soledad domesticada.

Amo.

Amo no reprimirme cualquiera sea el caso, y al margen del resultado, sentir que me atreví.

Amo el cine. la literatura, los toros y una buena conversación.

Amo dormir sin pastillas.

Odio las tarjetas de crédito.

Odio a los taxistas preguntones.

Y a veces amo a mis odios y odio mis amores.

Odio querer ser otro y no poder.

Odio acobardarme y no besar a la mujer que me provoca.

Odio hacer el ridículo sólo o en público.

Odio mi llanto con espasmos que no se detiene hasta que el sueño me tumba.

Amo al Barcelona, el ganador, por supuesto.

Odio estar incomunicado con mis hijos (nueve años).

Amo a mis amigos (son tres).

Odio el último cigarrillo de la cajetilla.

Odio mi bolsillo vacío.

A veces amanezco enamorado del mundo.

Otras, odiando al mundo.

Pero lo que más odio es cuando me traiciono un milímetro, es decir la inconsecuencia, frente a lo que soy implacable.

Amo a mi editor que me publicó mi primer libro.

Sigo amando a mi primer amor y al último.

Amo el péndulo del odio amor.

Amo Detalles de Roberto Carlos.

Odio al médico por lo último que me dijo.