La del agua es la historia de la humanidad, una preocupación constante en el origen del progreso de los pueblos. Las grandes civilizaciones nacieron y se desarrollaron cerca de o en torno al agua. Su carácter holístico, su complejidad, su naturaleza de poliedro platónico: el icosaedro, hace que tenga múltiples puntos de vista.
No puede abordarse desde un solo ángulo. Ahora, abrumados por lo que se desmorona a nuestro alrededor, cuando buscamos nuevos paradigmas que nos lleven a recuperar la senda del progreso, perdemos de vista lo que emerge más allá de nuestro entorno cercano.
El acceso al agua es una relación social que expresa el poder que ejercen ciertos grupos humanos sobre otros. La principal razón para la falta de acceso es su desigual distribución. En este sentido, el agua es un recurso limitado; pero principalmente como consecuencia de la acción humana, es además un recurso escaso.
Ligado a lo anterior existe un vinculo significativo con la desigualdad social la cual es una situación de disparidad o desventaja de alguna porción de la ciudadanía de un país, o entre países de una región, o entre regiones del mundo, respecto a otras que se ven favorecidas injustamente.
Si bien la desigualdad social no sólo se mide en la riqueza o pobreza económica de las familias. Hay otros factores que son determinantes para la calidad de vida de las personas, el acceso a los servicios básicos, especialmente al agua limpia.
De hecho, para algunas personas, las diferencias en el acceso al agua expresan el poder de unas personas sobre otras; ya que mientras unos grupos, por ejemplo, pertenecientes a la industria, hacen uso indebido o explotan el agua para fines comerciales, más de 2000 millones de personas en el mundo, especialmente en zonas rurales o asentamientos, carecen de acceso a los servicios básicos de agua y saneamiento, según datos de las Naciones Unidas.
Las cifras globales ocultan disparidades significativas. A escala planetaria, África alberga a la mitad de la población mundial que bebe agua de fuentes no protegidas. En el África subsahariana, solo el 24% de la población tiene acceso a una fuente segura de agua potable y las instalaciones de saneamiento básico –no compartidas con otros hogares– alcanzan únicamente al 28% de la población.
Dentro de los propios países existen también importantes diferencias, especialmente entre ricos y pobres. En las ciudades, los pobres que viven en viviendas informales que no están conectadas al agua corriente a menudo pagan más por el agua (de 10 a 20 veces más que sus vecinos de barrios más ricos) por un servicio de igual o menor calidad prestado por vendedores de agua o camiones cisterna.
Hay demasiado ruido semántico en torno al agua. El discurso dominante, al igual que en otros grandes asuntos promovidos por Naciones Unidas como el hambre o el cambio climático, es habitualmente plano, enfático, repetitivo, burocratizado…, con escaso valor añadido, tintes abstractos y declaración de buenas intenciones, de principios trufados de números.
En este sentido llega a los ciudadanos de modo más bien difuso, fragmentado, cuando no interesado. Hay que conectar el discurso con la realidad de las personas y debemos concientizar por el tema pandémico que, en esta ocasión, se haya puesto el acento en la cooperación porque implica lealtad, alude a la gestión y el uso de los recursos hídricos entre protagonistas diversos, invita a actuar juntos con el objetivo común de alcanzar beneficios colectivos. Será una oportunidad este 2021 para debatir, divulgar determinados temas y consensuar prioridades.
Finalmente, el acceso al agua potable es un derecho humano, es decir, constituye un aspecto fundamental para la dignidad de una persona, una familia o una comunidad entera. Sobre todo en caso de las mujeres que la mayoría se traslada a manantiales en países de extenso territorio y escases de agua potable por lo que esta será un punto a considerar sobre los factores de ruralidad, etnia y género, como expresiones de desigualdad inhiben el pleno ejercicio del derecho humano al agua.