“La costumbre, a menudo nos hace vivir en una jaula,
aun sabiendo que la puerta está abierta”
Una pesada loza ha invadido el ambiente de este iniciado año 2021, los ánimos de jolgorio con que arrancaba el año, poco a poco parecen alejarse para dar pauta a una rutina que ha sido la constante en estos últimos 10 meses a partir de que se tuvieron las primeras noticias de contagio por COVID-19 en nuestro país.
Desafortunadamente la llamada cuesta de enero ha pegado más fuerte que nunca en nuestro país, no solo porque la economía de muchas familias está en picada derivada de los gastos decembrinos; también, porque los empleos se han visto cerrados y las zonas productivas despobladas, no es solo el poco tránsito por la ciudad es también el haber impuesto una suspensión a la venta de algunos productos para generar menor movilidad, desafortunadamente por ello y el poco flujo económico, ciertos productos incrementan sus precios pues los intermediarios tienen que estirar alguno de los extremos, convirtiendo esa práctica en un círculo vicioso.
Estamos en una encrucijada pues, las clases en educación básica y profesional han regresado al escenario público, seguimos expectantes de hasta cuándo podrán los estudiantes regresar a tomar sus clases de manera presencial, la norma sanitaria indica que debe realizarse hasta en tanto el semáforo epidemiológico cambie a color verde, lo cual es una de las disyuntivas grandes de nuestros tiempos; pues desde hace más de 10 meses en el Estado de México solo hemos conocido dos colores de semáforo epidemiológico: el rojo y el naranja, presagio que augurar que este ciclo escolar 20-21 será totalmente a distancia.
La vida ya no es la rutina de “otros tiempos”, cada noticia que se plasma en los medios de comunicación, historias o anécdotas, parecen algo muy novedoso (o al menos así debería de ser), estamos ante una gran encrucijada; pues al menos esta generación no había pasado por la anómala situación de una contingencia sanitaria, menos aún un aislamiento social tan prolongado; los cánones han dictado nuevas medidas de convivencia a una generación que había plasmado sus esperanzas de subsistencia en la tecnología, en una nueva manera de entender el mundo, que resultó ser a fin de cuentas; una visión aleatoria de una realidad que debe tratarse y adecuarse a lo que hoy nos preocupa más: la salud.
Y es que, de nada sirve la tecnología si no hay quien la opere, quien la emplee o bien quien la pueda adquirir, sin duda las necesidades de la población mundial han cambiado, ahora somos más susceptibles a la ciencia esperando encontrar en ella las respuestas de nuestra propia subsistencia.
El encanto de “la costumbre” sobre nuestra vida está cambiando, al menos es lógico pensar que nuestras costumbres van a cambiar de nombre; el uso del cubrebocas por ejemplo, debe ser una costumbre que tendremos que ir adquiriendo como humanidad de manera indefinida, esto a pesar de que existe un sector de la población que se resiste a su uso, por eso es que debemos ir pensando en tal acción (el uso de cubrebocas) como un gesto responsable y consciente que traerá un beneficio personal y colectivo, hagamos mella en que esta acción no es una moda.
Las formas productivas desde hace ya algún tiempo iban evolucionando, cambió la forma de producción, de manufactura, de embalaje e incluso de entrega, el comercio de productos dio un vuelco vertiginoso, la industria a lo largo de esta pandemia ha sufrido estragos muy grandes que hoy deben ser analizados para encontrar un verdadero rumbo de progreso.
Ante esta situación en el caso del gobierno mexicano se emitió una reforma a la Ley Federal del Trabajo para que estén regulado el “teletrabajo” y las obligaciones obrero-patronales a distancia, a la que ahora debemos de “acostumbrarnos” en la nueva cotidianidad, en este nueva forma de entender nuestro entorno y de trabajar acorde al distanciamiento social, a las medidas sanitarias y al impulso a la económica nacional; y solo de esta forma con el paso del tiempo veremos como reacciona el sector empresarial a esta nueva modalidad, que dicen los analistas “vino para quedarse”.
Otra de las muchas facetas a las que debemos acostumbrarnos, aunque en realidad debería ser un obligación contante de todos, es el la aplicación de las medidas sanitarias correspondientes, ya desde la educación preescolar y/o la básica se nos ha inculcado el correcto lavado de manos, el cepillado constante de dientes (la higiene bucal); pero, por usos y cultura gran parte de la sociedad mexicana dejaba de lado la importancia de este tipo de acciones, a ellas ahora se debe sumar el uso constante del gel antibacterial y el lavado frecuente de manos (preferentemente), así como el uso cada vez más prolongado de sanitizantes en superficies y ropa; ahora se habla de realizar el estornudo de etiqueta, la higiene permanente, la desinfección correcta de alimentos e insumos de uso convencional, muchas actividades se están modificando para dar un correcto destino a nuestra salud o bien corregirlo.
Aquí no debemos dejar de lado que en la actualidad que se ha abordado una arista de la salud como prioritaria, la salud mental; que si bien anteriormente no se mencionaba como un factor de equilibrio en nuestra existencia, hoy recobra un auge mayúsculo, pues es en la mente donde se asocian padecimientos, propósitos, vicios y virtudes y es necesario por tanto, dar una atención oportuna y prioritaria al cuidado de nuestras emociones y reacciones ante una época que trae a su paso estrés, ansiedad y depresión; pequeños hilos de ilusión sobre lo que fue, lo que teníamos, lo que somos y se nos ha ido, estos meses han sido para muchos un claro suspiro de melancolía sobre el mundo y su pronunciado cambio.
Sin duda, lo que más está permeando en la sociedad es la forma de interactuar, el distanciamiento social, el saludo (de beso o mano), la comunicación, el aislamiento y tantas cualidades del humano que hoy tienen que empolvarse en el baúl de los recuerdos, hoy esas costumbres sociales se confrontan con la nueva normalidad a la que debemos atender; pero eso no debe quitarnos el sentido humano, la calidez, la alegría de socializar, la oportunidad de poder valorar no solo lo material sino lo intangible que en ocasiones resulta ser lo más valioso, la lucha por valorar a nuestros cercanos, nuestra familia, nuestra propia vida.
Debemos aprender a adecuarnos, a romper paradigmas y viejas costumbres, para dar paso a nuevas formas; debemos caminar en un halo de melancolía, pero con un paso de innovación, de aprendizaje, de resiliencia; debemos generar nuevas costumbres que edifiquen y fortifiquen nuestra nueva humanidad.