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jueves, septiembre 19, 2024

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El “violinista del siglo” que interpreta de corazón a corazón ilustrando la inteligencia musical

Hagamos un clavado en la historia, en donde podríamos descubrir cómo la música ha formado parte del ser humano desde sus orígenes. Hay que abordarla en tanto lo que es, un lenguaje que está unido a nosotros desde la antigüedad, es decir, ha sido desde siempre un recurso imprescindible para todo pueblo, deseoso de transmitir inquietudes, padecimientos, temores, pero sobre todo alegrías. Como diría uno de los más grandes violinistas de toda la historia, Yehudi Menuhin (1997): la música es nuestra forma más antigua de expresión, nuestro lenguaje más antiguo. Así es que estamos ante una extraordinaria herramienta de comunicación que además aumenta las capacidades para una auténtica comprensión y expresión del lenguaje verbal. El mismo  Menuhin  nos comparte que la música, al igual que el lenguaje, ha desarrollado sus propias estructuras, su gramática y su vocabulario. Se mueve de acuerdo a la manera humana de pensar y actuar.

 

Ahora bien, en tanto la existencia del hombre, este requiere de crear y apuntalar intuiciones. Para que estas sean conscientes hay que hacerlas pasar por momentos imprevisibles, con el riesgo que esto implica. Esto significa que el arte, lo creativo, la música, permiten a la persona expresarse libremente, comunicar sus emociones, de tal manera que se mantiene en contacto permanente consigo mismo, con la naturaleza, la humanidad y el universo. Hay que partir también de la idea de que el mundo sonoro es una vibración que nos rodea, y se inserta de forma directa en nuestro ser con millones de teclas de pasión, cólera, resiliencia y serenidad. El sonido es reconocido por nuestro cerebro como una abstracción.

 

Así es que vale la pena incursionar en el tema de que la inteligencia musical del violinista Yehudi Menuhin. Se manifestó incluso antes de haber tocado nunca un violín o haber recibido ningún tipo de instrucción musical. Esto es que, la poderosa reacción a este sonido en especial, y sus rápidos progresos con el instrumento, sugieren que ya estaba, de alguna manera, preparado biológicamente para esto. Significa que pareciera haber un vínculo biológico con cada tipo de inteligencia. Por ejemplo, el caso de la poblaciones especiales, como los niños autistas, nos demuestran que ellos que pueden tocar de forma sublime un instrumento musical, pero que no pueden hablar. Esto significaría entonces que se puede hablar de una independencia de la inteligencia musical. También habría que indagar sobre el hecho de que ciertas partes del cerebro cumplen funciones esenciales en cuanto a la percepción y la producción musical. Estas se podrían ubicar en el hemisferio derecho; sin embargo la capacidad musical no parece estar situada  en un área específica, como sí es el caso del lenguaje. También podemos hablar que hay evidencias claras respecto a que existe  la amusia, es decir, la pérdida de habilidad musical por lesión cerebral. Así es que sin duda la música es una forma particular de inteligencia.

Por otra parte, parece que la música desempeñaba un papel unificador importante en las sociedades de la Edad de Piedra, en el paleolítico, por ejemplo, el canto de los pájaros proporciona un vínculo con otras especies. La interacción de diferentes culturas, sugieren la noción de que la música constituye una facultad universal. Además, la notación musical proporciona un sistema simbólico lúcido y accesible. Ahora bien, las inteligencias se perciben a través de diferentes ópticas en las sucesivas etapas del desarrollo. En una siguiente etapa, se llega a la inteligencia por un sistema simbólico: así como primero se llega al lenguaje por medio de frases e historias, a la música a través de canciones, a la comprensión espacial a través de dibujos, al conocimiento cinético-corporal a través de la expresión gestual o de la danza; en esta fase, los niños demuestran sus habilidades en las diversas inteligencias a través de la adquisición que hacen de los diversos sistemas simbólicos. En estas cuestiones fue en las que incursionó y deja un legado impresionante el gran mago del violín Yehudi Menuhin quien ilustra la inteligencia musical de un individuo superdotado en el momento en que entra en contacto con un aspecto concreto del sistema simbólico.

Él mismo nos ha compartido que viviendo en la cuarta dimensión del espacio-tiempo, el sonido, representa un infinito impulso viviente, que está regido por las leyes del universo: la gravedad, la masa y la velocidad. Con el canto y la danza, la música acompaña todas las actividades terrestres del hombre; refleja y expresa todas sus emociones, pasiones, sentimientos familiares o de expansión: la felicidad, la tristeza, el amor, el sufrimiento, la fe, la veneración, el orgullo, el miedo, la ternura, el humor, y también la cólera y el odio, pero también las alegrías y el aumento en las vibraciones creadoras. Así es funciona este peculiar arte  para expresar su amor, sus creencias, sus angustias o problemas existenciales, las personas comunican sus estados de ánimo para salvaguardar su equilibrio psíquico y físico a través de la música. Tocar, cantar o bailar la música es vivir, es la acción, el movimiento en el tiempo, donde las ondas sonoras estimulan nuestro organismo, nos dan la energía y nos proporcionan el placer de escuchar.

La música no será pues jamás abstracta, porque su objeto es el hombre viviendo en el tiempo. Así es que podemos analizar la música y hablar de ella, pero mientras que no sea interpretada y escuchada, no estará del todo realizada. Por ello es que para hacerla vivir, necesitamos a los intérpretes, músicos que la recreen y hacen pasar el mensaje del compositor, de su amor a la Humanidad y a un pueblo en busca de la felicidad. Para ello se requiere de generar un contexto en el que los intérpretes se consagran física y emocionalmente a la música que tocan, entregándose en cuerpo y alma a su público que alcanza un verdadero placer con las vivencias y emociones expresadas por el músico. Esta no es la excepción, el gran ejemplo de lo expresado Yehudi Menuhin quién nuevamente nos comparte que  debemos aprender a no separar el arte de la vida. El arte, bien sea visual o aural, no debe ser confinado a museos o salas de conciertos. Debemos de aspirar a hacer disponible toda la alegría, la simplicidad y la dirección de la comunicación de un gran arte. Debe llegar a ser parte de la vida diaria del hombre. Al escuchar a Menuhin estas palabras van más allá de una expresión, se trata de vivenciar el significado de la música en lo sublime. Es una creación viviente que demuestra todo lo dicho.

Esto lo podemos rematar por lo dicho y también vivenciado por el yo músico de Friedrich  Nietzsche, nos regala la experiencia de que la música es humana, muy humana. La percepción interna como una tercera oreja. Decía: imaginemos que un alma le habla a nuestra alma. Los grandes compositores siempre han hecho un llamamiento a nuestro corazón a través de la música. Podemos citar a Rameau que afirma que la verdadera música es el lenguaje del corazón. Un buen músico debe darse a todos los caracteres que él quiere describir. Por ejemplo Mozart componía para el ser humano. Su música transmite el mensaje de amor de la humanidad que el escucha tiene necesidad de recibir, cada uno encuentra su placer de escuchar, sea melómano o no. Así mismo se genera esto en las interpretaciones del mago Menuhin en quien la esencia de su genio era expresar una intensidad y la variedad de emociones humanas, contenidas en formas compactas, llenas de energía, con una precisión inspirada y refinada, comprendida por todos.

En este mismo sentido Beethoven decía que la música debe ir de corazón a corazón, de un ser viviente a otro ser viviente. Él descubría y comprendía a sus semejantes a través de sus propias emociones así como nosotros mismos nos reconocemos en él. Su discurso musical era de una inteligencia profunda y de una gran nobleza de espíritu, con una fuerza de carácter fuera de lo común y una inmensa emoción interior. De esa misma categoría, podemos ubicar las intenciones de Yehudi. Más allá inclusive, como ha logrado Bach, un legado una música de una dimensión atemporal que sitúa al hombre en el universo. Así es que su interpretación de la música se manifiesta por una extrema amplitud consciente e instintiva, donde la riqueza infinita de los sentimientos humanos se traduce por la fe profunda en la Humanidad.

Para sellar podemos decir que Yehudi Menuhin  es el violín del siglo, es un prodigio de la música pura: un Orfeo en el que el Instinto se convierte en Revelación.  Se le puede vivenciar de forma sublime en el virtuosismo volviendo con absoluta soltura del Concierto de Paganini en Re mayor, también podíamos haber sido testigos de que, a sus doce años, podía afrontar y resolver en una misma noche un Concierto de Bach, los de Beethoven y Brahms con el director de la Filarmónica de Berlín Bruno Walter, Einstein diciéndole Ahora sé que Dios existe. Como sentenciaba el pianista chileno que palpó la música interpretando desde barroco, Claudio Arrau, habiendo vivenciado el mismo contexto, sobre Menuhin: la música fluía de él como si el dios lo usara como mensajero. A la edad de veinte años, después de una gira planetaria, en la primera de muchas crisis por venir, tal como Orfeo se vuelve para racionalizar lo que los dioses le han dado y como Orfeo cuando mira a Eurídice, los dioses le niegan el dominio natural y supremo del instrumento. Después, y tras más de setenta años fue el gran músico y maestro, el humanista y filántropo, el idealista utópico, el que sabía vivir proyectado hacia el futuro, incluso como director de orquesta, hasta el último aliento.

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