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El propósito inherente al habitante de la Tierra desde el interior del ser

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El propósito inherente al habitante de la Tierra desde el interior del ser

Tenemos un propósito en esta aventura llamada vida. Se trata precisamente de descubrir ese propósito: ser acción en consecuencia. La esencia es descubrir lo que soy y ser. Ahora bien, la alegría, la paz y el amor, entre otros elementos, son principios en esta esencia que van más allá de nuestro hogar al que llamamos cuerpo; no tienen polaridad, sino que son inmutables. Como parte de este camino hay que aprender, por ejemplo, a ser alegres, para ello hay que afrontar todas las creencias que arrebatan  la alegría. Así que solo se requiere comprensión y una actitud  mental determinada. Así es que la no aceptación es la única causa del sufrimiento; hay que dejar de enfrentarse a la realidad, es decir, dejar de resistir lo que es. Dejemos de trabajar sobre los demás, hagámoslo única y exclusivamente sobre uno mismo, modificar dentro de sí lo que molesta, el ego, y así dejar de hacerlo.

 

Entonces cuando la persona elije sufrimiento, se debe hacer una sola pregunta: ¿qué es lo que no estoy aceptando?; ahí residirá la respuesta. Todas las personas, sin excepción, tienen lo necesario para ser alegres; sin embargo, muy pocas saben serlo con lo que son y en consecuencia con lo que tienen. Aquí cabe una distinción, respecto a por qué mencioné la alegría y no la felicidad, que parece ser la búsqueda de muchos, esto es porque esta segunda es una emoción que depende del exterior, la alegría es una forma de ser que viene desde adentro. Así mismo, la paz interior es el resultado del propio desarrollo espiritual, no un don, por eso se debe de entrenar. El manejo de la paz requiere varios elementos: una información precisa para comprender que la vida es un proceso de amor y que el mal no existe, es la habilidad para manejar la propia energía vital, y su entrenamiento. Cuando se pierde, nuevamente la pregunta es ¿A qué me estoy resistiendo? Y en consecuencia ¿qué quiero cambiar?; ¿a quién estoy culpando?

 

Para responder hay que comprender que: lo que resisto persiste, que la gente no cambia y que no hay culpables solo consecuencias. Se trata entonces de amar al prójimo como a uno mismo. Así, por ejemplo, hay que compartir el tiempo con personas que tengan comportamientos muy diferentes a los propios, para aprender a amarlos y a respetarlos tal cual son. Esto significa que el amor es invulnerable, inmutable, universal y neutro. Es una forma de ser y no requiere objeto sobre el cual proyectarse. No es una fuerza, sino una herramienta. No es un sentimiento. Es dar siempre lo mejor de uno mismo. Si existe desmotivación lo mejor es pensar por qué estoy permitiendo que la situación concreta limite mi capacidad de servicio, que en realidad no debe depender de los eventos externos.

 

El entrenamiento del amor requiere de amabilidad y compasión, cualidades en las que a su vez se requiere autoeducarse. Estamos acostumbrados a tratar de manera refleja a quienes más queremos y más nos quieren, inclusive a nosotros mismos. Es fácil ser amable en condiciones favorables, pero ¿podría ser amable conmigo mismo cuando me siento culpable? ¿Podría ser amable cuando juzgo a otro? Entonces, amar sin ser amable es como comer sin saborear: puede llegar a frustrar e impedir el disfrute. Entonces se requiere de un entrenamiento para ser eficaz al expresar y dar amor a través de la amabilidad sin que afecten las condiciones y se convierta así en amor realizado, una gran fuente de dicha y salud. Entonces es claro que hay un propósito de amor que nos trajo al mundo, a esta Tierra que es nuestro hogar aquí y ahora, es el objetivo inmejorable de aprender dos cosas: ser, por ejemplo, alegre por uno mismo, es decir, no depender de nada ni nadie para gozar de paz interior. Al mismo tiempo, se trata, de amar al prójimo como a uno mismo, esto es, respetar los derechos de todos los seres. Como hemos dicho, esto se entrena. Surge la pregunta de ¿cómo? Se trata de un proceso con un diseño pedagógico, por ejemplo, para llevar a cabo el ejercicio de aprender a ser alegre, o lo que sea que seas, por uno mismo; si bien no hay recetas,  podría funcionar el vivir en un lugar, con unas personas determinadas y en unas circunstancias en las que todo lo que suceda alrededor sea, por ejemplo, agresivo. De este modo nos daremos cuenta de que nuestro tema no se debe a lo que ocurre alrededor, sino a la forma en que nos relacionamos con ello, y al rechazo y la resistencia que pongamos en marcha.

 

En cuanto a la segunda parte, amar al prójimo como a uno mismo, significa respetarlo tal cual es, no pretender cambiarlo, no ejercer resistencia ante los demás. Aquí, también hay un entrenamiento y tampoco hay recetas, pero podría funcionar vivir en un lugar donde las personas que lo rodean a uno piensen diferente, tengan costumbres variadas, crean cosas distintas. De esta forma aprenderemos a amarlas como son, sin juzgarlas ni condenarlas. Así se podrá cumplir el propósito de amor; y está es la auténtica razón por la cual los seres humanos estamos en el planeta Tierra.

 

Un breve ejemplo del cómo inmediato en el aquí y ahora y donde y con quien me encuentro. El fin de esta práctica diaria es sembrar semillas de apertura y amabilidad, lo que crecerá hacia una fuente de apreciación y amor. Así es que, al terminar tu lectura, siéntate en el borde de la silla y

lleva los brazos hacia atrás. Inhala profundamente con una sonrisa amable al aire que te alimenta. Acto seguido exhala y junta las palmas por detrás mientras te doblas hacia delante por las caderas como si ofrecieras tu corazón a la Tierra y reverenciaras la vida. Puedes también ampliarte y  expresar tu amor y amabilidad a la Tierra. Este puede ser tu comienzo para sentarte a pensar tu misión personal, lo cual implica tener un momento para preguntarte: ¿qué quieres lograr con tu vida? Hay que entender desde la honestidad que es importante enunciar en voz alta y por escrito nuestra misión personal, es decir, nuestro compromiso de vida. Sin embargo, se requiere de un profundo ejercicio de autoconocimiento para plasmar qué es lo que queremos lograr y ser en nuestra vida.

 

Entonces cuando piensas en crear tu misión personal, se requiere escarbar en lo más profundo del ser y para esto te puedes guiar con una serie de preguntas, que te advertimos no son fáciles; son preguntas que la persona misma en una brutal honestidad puede irse formulando respecto a los obstáculos que se han encontrado para ser auténtico. Pero nunca las cosas fáciles fueron las que hicieron la diferencia. Se trata de un proceso de descubrimiento interior, de descubrir tu misión personal, en él te darás cuenta que trae efectos inmediatos sobre cómo ves las relaciones interpersonales y tú formas de acción, porque va al centro de todo: la base con la que juzgas la importancia de las cosas. Por ejemplo, podrías recordar tus sueños de la infancia y cómo éstos están conectados con lo que eres hoy en día y lo que quieres llegar a ser.

 

Este último fue un ejemplo bastante cómodo, sin embargo, podrían aparecer por ahí algunas situaciones que fueron causas de resentimientos ya que es difícil estar dispuestos a volver a sentir aquello que, por evitar el dolor, no hemos estado dispuestos a resentir. Este es el trabajo que será incómodo, pero se requiere para dejar ir los bloqueos que nos hemos generado para dejar en libertad al Ser