Latitud Megalópolis | Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Sólo un Sith piensa en absolutos”, así sentenció Obi-Wan Kenobi a quien había sido no sólo su aprendiz sino que llegó a contemplarlo como su hermano, Anakin Skywalker. Esto pasó en la saga de ficción Star Wars, y refleja algo que a la vista de todos, hasta de los más incautos, se ha convertido en una premisa fundamental del movimiento autoproclamado como de la Cuarta Transformación Nacional, si no están a favor, están en contra mía y de México.
Ante un discurso demoledor donde se envuelven los personajes políticos, periodistas, sociedad civil y cualquier persona que opine de manera pública o actúe contra las consignas del proyecto que encabeza Andrés Manuel López Obrador, presidente que, -como el Senador Palpatine, mejor llamado Darth Sidious- después de una lucha larga y extenuante, repleta de alianzas ocultas y de tratos en secreto, logró aglutinar más del 53 por ciento del poder político de México, continuando su camino por la conquista de las posiciones restantes, tanto a nivel federal, como estatal y municipal.
Hoy en día, la trama nacional encarna una batalla por el espacio público de opinión, que, como era de esperarse, López Obrador y su gobierno han conquistado como suyo, envuelto en la hiper personalización de la figura del ejecutivo. No es una sorpresa que los temas de cada semana sean arrojados en su mayoría por el Presidente, es su forma de gobernar y de ministrar su poder, en búsqueda de debilitar a lo que queda de la “oposición”, aquella que, ante la debacle electoral de 2018, no ha sabido cómo articularse y sólo ha dado manotazos sin una estrategia definida.
El Senador Palpatine, cuyo maestro había sido un Lord Oscuro llamado Darth Plagueis, había descubierto el secreto de la inmortalidad, una técnica que por demás está decir que era prohibida para la Orden Jedi, la antítesis de los Sith, quienes buscaban la utilización de la ira, el resentimiento y la ambición, pensando en sí mismos y engañando a los demás para conseguir lo que querían, más poder.
Fue así como la campaña de López Obrador en 2018 se centró en palabras que todos querían escuchar, pero que en esencia, no cumpliría; o que las promesas traería consecuencias desastrosas que omitió decirle a la gente que votó por él y su proyecto de regeneración nacional. Esperanza, sí, todos queríamos escuchar esa palabra en el escenario político, porque eso le faltaba a México después de tanta corrupción e impunidad; “abrazos no balazos”, claro que todos queríamos oírlo después de que el país se convirtiera en un panteón, repleto de fosas clandestinas donde nunca pudieron descansar hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres, madres, y gente querida de miles de mexicanos, que, a la fecha, continúan buscando.
En fin, un diagnóstico perfecto acerca de la realidad mexicana que aunque se buscara esperanza de que había una salida, lo que más deseaba no sólo 30 millones de personas, sino la gran mayoría de la población, era el castigo severo a la corrupción que era ejemplificada en personajes como César y Javier Duarte, Roberto Borge, Fidel Herrera, Emilio Lozoya, Elba Esther Gordillo, y un sinnúmero de nombres y apellidos que orbitan y se conectan de manera sistemática y organizada en la maquinaria del poder. Claro que la gente quería y quiere acabar con eso, pero, la solución práctica que toma el obradorismo actualmente a través de la cuarta transformación es la polarización absoluta en la existencia de dos únicos bandos: conservadores que quieren regresar al pasado, o liberales y reformistas que aman a México.
La República Galáctica era corrupta, claro que lo era. Plagada de mafias que controlaban las cúpulas del poder y corrompen las voluntades de los individuos, pero, ¿Era en realidad la consolidación de un Imperio la solución?
El fin justifica los medios, decía Maquiavelo en su obra cúspide, El Príncipe. En este sentido se podría justificar la cruzada por la transformación nacional a partir de la centralización de todo el poder en la figura del Presidente, porque, ya era un Presidencialismo México, donde el Poder Ejecutivo Federal subordinada al poder Legislativo y al Judicial a través de la fuerza y la extorsión. Ya México estaba de manera fáctica constituido de esa forma, y se vislumbraba desde tiempos de Enrique Peña Nieto que se retomaría de nuevo ese esquema de control del poder, mismo que en la idea práctica de gobierno de López Obrador, se está ejecutando de manera perfecta.
Legalizar a nivel Constitucional las acciones de una única fuerza pública a nivel federal llamada Guardia Nacional; centralizar los recursos de programas de gobierno en 32 coordinadores estatales que tienen el control del dinero; hacerse de las posiciones claves dentro de los organismos autónomos y reducir sus presupuestos en la medida de lo posible para debilitar sus acciones; pactar con fuerzas políticas minoritarias para sumar mayorías dentro de las cámaras; y ganar más de la mitad de las elecciones intermedias para asegurar el poder y centralizarlo aún más.
La consolidación de una nueva cuenta del Presidencialismo absolutista en México, se vislumbra como la hoja de ruta que tiene actualmente el Gobierno Federal encabezado por López Obrador; una hoja de ruta peligrosa que ha causado en el pasado abusos por parte del poder y crisis nacional. Aún no podemos saber si este Imperio que se está consolidando como fuerza política y de gobierno en el país, va a traer resultados positivos, o se convertirá en otro desastre galáctico.
Datos del autor:
Licenciado en Derecho UV
Analista Político/ Humanista/ Columnista
Xalapa, Veracruz; México.
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