Era pequeña, cuando escuchaba por las noches que mi padre se
levantaba y salía con su machete porque siempre decía que
había un animal en el terreno que rodeaba la casita.
Me tapaba con las cobijas hasta la cabeza, y me daba mucho
miedo lo que pasaba.
A la mañana siguiente todos los vecinos comentaban sobre los
ruidos que se escuchaban por la noche y decían que se turnarían
de dos en dos para velar toda la noche y hacerle frente a lo que
ellos y mi padre creían que era un enorme animal.
Cada que ponía la cabeza en la almohada suspiraba hondo y
profundo y le pedía a Diosito que nada se les apareciera porque
podía causar una desgracia en mi pequeña comunidad.
Mi madre me decía: mira María nada pasará, tú duerme tranquila,
los ruidos que se oyen deben ser de algún perro hambriento y lo
que anda buscando debe ser comida, así que mañana tú y yo le
pondremos eso, una bandeja de comida y mucha agua. Así ya no
tendrá que rascar la tierra y asustarnos.
Ya por la noche escuché cómo mi padre hablaba con los vecinos,
a él le tocaría la segunda guardia. Me quedé dormida un rato,
cuando escuché los gritos de los vecinos que decían, ¡es muy
grande! ¡Vámonos! Todos corrían despavoridos, fuí con mi mamá
me abracé a ella y por la ventana pudimos observar una especie de
perro enorme, negro, con los ojos rojos como de fuego, rascaba la
tierra furioso, como si buscara algo. Tápate los ojos María no lo
veas. ¡Por amor de Dios es un nahual! ¿Un que? Pregunté muerta de
miedo, a lo que mi madre respondió: Un NAHUAL y puede llevarnos.
Desperté temprano, me encantaba la escuela.
Desayunaba con mis padres cuando escuché el triste sonar de las
campanas de la pequeña parroquia que repicaban a duelo.
Y dijo mi papá: hay un difunto en el pueblo. Ví cómo ellos se miraron…
me pregunté atónita ¿El Nahual?