En estos días que corren, y a pesar de las ausencias que nos han golpeado, las calles de la ciudad se llenan de personas que miran con esperanza el hecho de poder salir y caminar, de seguir en lo que se puede con esa vida que antes se tenía. No es fácil, y lo sabemos.
Cuando nos enfrentamos a una situación como la que vivimos, siempre aparece ese distintivo sello mexicano de valemadrismo y el humor que no siempre entendemos. La pandemia nos ha hecho enfrentarnos a estas situaciones. Cada día, en cualquier esquina, algo sucede que nos permite observar lo distinto que es la humanidad.
Hace unos días, mientras salía embozado, cubierto de gel y alcohol, con las manos lo más alejadas del medio ambiente, en busca de lo habitual del día, caminaba rumbo al mercado con la intención de comprar lo necesario para comer. Intentando no tener un contacto más cercano con nadie, husmeaba a mi alrededor con la firme intención de alejarme de todos.
En un alto, y mientras esperaba el verde del semáforo, un auto se estacionó a mi lado mientras la mujer se bajaba con rapidez del mismo. Un llamado de atención la hizo detenerse y voltear el rostro hacia la ventanilla. Los ojos se empequeñecieron con furia y sus manos se izaron al cielo como diciendo un no puede ser.
Intrigado, no pude más que esperar el final de dicha escena. No podía vislumbrar al interior del auto. Mis dudas crecían conforme pasaba el tiempo y en esa espera mi certeza de observar un acto fuera de lo común.
Del otro lado de la acera, se detuvo otro auto y sucedió nuevamente lo mismo. ¿Qué era lo que venían a buscar a esta esquina de la ciudad? ¿Cuál era el producto que venían a comprar dos familias, casi al mismo tiempo?
Estaba a punto de parecer un observador más que sospechoso en una esquina cuando la primer mujer de la historia regresaba. No eran más allá de las tres de la tarde y el día, un poco nublado, presagiaba un frío intenso.
Con un gesto de fastidio, un pequeño bulto voló de la mano de la mujer a la ventanilla abierta. Un ruidoso portazo selló la primera escena y el auto arrancó con cierta celeridad hacia el tráfico cotidiano. Algo similar sucedió con la segunda mujer, aunque el paquete voló desde un poco más lejos con menos puntería.
En este caso, la mujer no tuvo un gesto de furia sino de burla al ver como la puerta se abría con prontitud y una mano jalaba el paquete con prisa hacia el interior. Algo pasaba. Algo que mi natural curiosidad no iba a dejar pasar de lado.
Me di la vuelta para mirar hacia el lugar de donde habían salido las mujeres con ese paquete. ¿Qué vendían ahí? En lo que miraba el sitio, un tercer auto llegó y sucedió lo mismo. La mujer bajó, se metió en el local y estuvo ahí un momento. Salió con el paquete en la mano y se subió al auto.
Ya más intrigado, entré al sitio y miré a mi alrededor. Bombones, eran bombones, de todos los tipos y con sabores. Ahora sí no alcancé a entender el porqué de tan insólita compra y el porqué de la bolsita de papel.