En México, cada dos años se toma una “foto” muy detallada de cómo vivimos y gastamos el dinero en nuestros hogares. Esa foto la toma el INEGI y se llama Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH). La más reciente se levantó entre agosto y noviembre de 2024 y se publicó en julio de 2025. Lo que revela es una mezcla de buenas noticias y tareas pendientes: en promedio ganamos más que hace dos años, la desigualdad se redujo un poco, pero el lugar donde vivimos, nuestro género y el tipo de trabajo al que podemos acceder siguen marcando grandes diferencias.
Primero, las buenas noticias. Hoy, cada hogar recibe en promedio 77,864 pesos cada tres meses. Es decir, casi 10 mil pesos más que hace dos años. Y la desigualdad —medida con un indicador llamado “coeficiente de Gini” que va de 0 a 1, donde 0 es igualdad total— bajó de 0.402 a 0.391, el nivel más bajo en ocho años. Para entenderlo fácil: si este número fuera la distancia en una carrera, quienes van adelante y quienes van atrás están un poco más cerca.
Gran parte de esa mejora viene del trabajo: los ingresos laborales subieron 10.5 % en dos años. Pero también pesan las “transferencias”, que son apoyos sin intercambio laboral, como pensiones, becas o programas sociales. Estos crecen 14.3 % y ayudan a que las diferencias no sean tan grandes. De hecho, sin ellos, la desigualdad sería de 0.450.
Ahora, la parte que preocupa. Si comparamos zonas urbanas y rurales, las ciudades tienen ingresos casi el doble que el campo. Un hogar urbano recibe 85,550 pesos cada tres meses; uno rural, 48,004. La diferencia se ve en todo: en lo que se gana por trabajo, en lo que se obtiene por rentar una propiedad, e incluso en lo que valdría alquilar la casa propia (“estimación de renta”). Y aunque el ingreso rural creció un poco, la brecha sigue como un muro que no hemos derribado.
El género también influye. En todos los niveles de estudios y edades, las mujeres ganan menos que los hombres. Entre quienes tienen posgrado, ellas reciben 77 mil pesos por trimestre, ellos más de 112 mil. Incluso en la edad de mayor ingreso, de 40 a 49 años, la diferencia es de 15 mil pesos trimestrales. Esto es lo que se llama “brecha salarial de género” y significa que, incluso con la misma preparación, no se paga igual.
Si vemos en qué se gasta, los hogares destinan la mayor parte a comer y transportarse. De cada 100 pesos que se gastan al mes, 38 se van en alimentos, bebidas y tabaco, y 20 en transporte y comunicaciones. La salud recibe apenas 3.4 pesos de cada 100. Esto puede indicar que muchas familias aplazan consultas y tratamientos, ya sea por costo o porque dependen de servicios públicos saturados.
Nuestros hogares también están cambiando. En promedio, ahora vivimos 3.35 personas bajo el mismo techo, frente a 3.66 hace ocho años. Hay menos niñas y niños y más personas mayores. Esto significa que estamos envejeciendo como población. Y eso, si no se planifica, puede generar problemas en pensiones, salud y cuidados a futuro.
Volviendo a la cocina, que es donde se siente el presupuesto, dentro del gasto alimentario en casa, lo más caro son las carnes (3,247 pesos cada tres meses), seguidas por cereales (2,254) y otros alimentos diversos (2,058). Este último rubro ha subido casi 60 % desde 2016. Puede ser que comamos más productos procesados o que estos se encarezcan. Y eso, para la salud, no siempre es buena noticia.
Cuando dividimos a la población en “deciles” (diez grupos según su ingreso), vemos que el más pobre (primer decil) ha mejorado: sus ingresos subieron 36 % desde 2016. El más rico (décimo decil) perdió un poco. Esto suena bien para la igualdad, pero en la práctica, quienes menos tienen aún viven con apenas 187 pesos diarios por hogar, cantidad que en muchas partes del país no alcanza para todo lo básico.
La propuesta es clara: usar esta encuesta como brújula de las políticas públicas. Que el presupuesto y los programas se diseñen y midan con base en estos datos, y que se ajusten rápido si no dan resultados. Así, en lugar de administrar carencias, podríamos planificar bienestar.
Porque la ENIGH no es solo un archivo lleno de números: es un espejo de nuestra vida diaria. Nos dice si podemos pagar la renta, si comemos bien, si viajamos en transporte público o en auto, si nuestros hijos estudian, si posponemos ir al médico. Hoy, el reflejo muestra más ingresos y un poco menos de desigualdad, pero también que las raíces de las brechas siguen firmes: dónde nacimos, si somos mujeres u hombres, en qué región vivimos y qué empleo podemos conseguir. Cambiar eso es el verdadero reto.
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