Sidore es un objeto inanimado pero Davecat, quien se hace llamar su esposo, le dio una historia: nació en un distrito de Tokyo y cuando tenía 8 o 9 años se mudó con su familia a un suburbio de Manchester, Reino Unido. Allí, durante su juventud, tocaba el bajo en una banda con tres amigos y le encantaba emborracharse casi todos los fines de semana hasta perder el conocimiento. Hoy dedica la mayor parte de su tiempo a abogar por las relaciones entre los humanos y los “sintéticos”.
“Esa y otras cosas he escrito sobre Sidore en estos 17 años que hemos estado juntos. Y me ayuda a mí y a los otros a interactuar con ella como una persona con ideas, sueños, pensamientos y gustos“, dice Davecat, un hombre que se gana la vida sistematizando información en un hospital en Michigan (EEUU), en una entrevista vía Skype.
Además de su esposa, Davecat vive con Elena y Miss Winter, todas sex dolls o muñecas sexuales, aunque él detesta ese término. “Lo odio porque es limitante y es de una mentalidad poca abierta”, dice y agrega que “ellas” son mucho más que objetos de silicona “anatómicamente correctos para tener sexo”.
Davecat está en su departamento en un suburbio de Detroit, otrora ciudad próspera que entró en decadencia unas décadas atrás, antigua cuna de la industria automotriz estadounidense, y que bien podría servir de escenario a un film distópico. Pero a él, fanático de la ciencia ficción, no le gustan las distopías y todavía se aferra a esa idea del futuro que aún no ha llegado con autos voladores, viajes intergalácticos y androides que conviven en armonía con los humanos.
Desde su hogar, un espacio decorado con pósters de películas japonesas de anime y de bandas como Joy Division, confiesa que siempre ha sentido atracción por las “máquinas” con forma de humano y por otros “artificios” -objetos que parecen reales pero no lo son- como las flores artificiales. Por esto se define como un “robosexual” -persona a la que le atraen los robots-, pero aclara que solo le gustan los que tienen forma de mujer.
“Con las cosas artificiales creo que no hay riesgos de que se hieran o se dañen o se lesionen o lo que sea. Y ahí me dije: vamos a probar con una mujer artificial a ver cómo nos va… ohh, esto en realidad está muy bien”, confiesa.
Hay varios ejemplos en la historia de hombres que se enamoraron o se sintieron atraídos por objetos con figura de mujer. El psiquiatra ruso Benjamín Tarnowski documentó en el siglo XIX dos casos: en la rusia zarista un joven fue arrestado por visitar en las noches de luna llena la estatua de una ninfa que estaba en la terraza de una casa de campo y en 1877 un periódico francés publicó la noticia de una jardinero que se enamoró de una estatua de Venus en un parque parisino.
También está la historia del pintor austrohúngaro Oskar Kokoschka, quien en 1916 al terminar una relación sentimental con la pianista y compositora Alma Mahler, mandó a hacer una muñeca de tamaño real con las medidas exactas y las características físicas de la artista, para así, de alguna forma, en ausencia del cuerpo real, seguir poseyendo a su amante.
Pero quizá uno de los primeros registros, en este caso en la ficción, está en Las metamorfosis de Ovidio. En una parte de esa extensa obra del poeta romano se narra la historia de Pigmalión, rey de Chipre, quien incapaz de encontrar a la pareja perfecta que cumpliera con su ideal de belleza se dedica a esculpir esculturas de mujeres. Y entre estas crea la de Galatea, de la que se enamora perdidamente y a la que Afrodita termina convirtiendo en una mujer real.
Una especie de Pigmalión moderno podría ser el artista estadounidense Matt McMullen, que a finales de los años 90 comenzó a materializar su gran sueño: esculpir mujeres que fueran -casi- reales. El progreso de su obra lo iba documentando en una página web. Al poco tiempo recibió cientos de correos electrónicos en los que le preguntaban si las figuras eran “anatómicamente correctas”; en otras palabras, si se podía tener sexo con estas.
McMullen se dio cuenta que allí había un mercado por explotar y fue así como creó RealDoll, líder y pionera en la industria de muñecas sexuales de silicona. En el año 2000 Davecat compró su primera sex doll, Sidore, a esta compañía californiana.
El artista ahora empresario es considerado por los aficionados a estos objetos como el “padre creador” de la sex doll moderna, una muñeca hiperrealista fabricada con silicona médica o TPE, de gran elasticidad y resistencia, que se asemeja al contacto y a la piel humana, y que se aleja de su antecesora: la muñeca inflable, un juguete sexual con un aspecto más gracioso y rídiculo que real.
Ingrid Sarchman, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires y especialista en las relaciones entre tecnología y sociedad, cree que en la arquitectura de las muñecas hay un ideal de belleza y juventud. “Eso se advierte porque no las hacen a todas iguales, cada una tiene sus propias características físicas”, dice y agrega: “Como si el cuerpo de la muñeca fuera, en un punto, la materialización del ideal corporal perfecto”.
En Nueva York, Brian Gill, dueño de Silicon Wives, vende muñecas fabricadas en China a hombres que en su gran mayoría están en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Australia. Por un precio más alto los clientes pueden pedir cómo quieren que sea su muñeca, escoger cada detalle de esta: el color de los ojos, del pelo, de la piel; la contextura, flaca, gorda o normal; la altura, alta o pequeña; el tamaño de los senos y el trasero; la forma de los ojos, de la nariz, de la cara, del pezón y hasta de la vagina.
Right, @Davecat and I need to pay another visit to The Village! I keep forgetting we were robbed of an hour due to that stupid bloody Daylight Saving Time. Until next time! pic.twitter.com/eMLsUS7E2K
— Sidore Kuroneko: Charming & Rubbery (@leahtype) March 11, 2018
“Tenemos dos reglas: no hacemos muñecas con apariencia muy joven, con aspecto de niñas o adolescentes, nos protegemos de eso. Y también nos protegemos del copyright, ya que hemos recibido cartas de actrices porno y personas de la industria del entretenimiento adulto en las que nos advierten que no podemos replicar físicamente a las actrices. Ellas tienen registrado su cuerpo y pueden demandar”, dice Brian en una entrevista vía Skype.
A diferencia de los vibradores y de otros juguetes sexuales, las sex dolls tiene un elemento inquietante para algunas personas, que tiene que ver, entre otros aspectos, con el reemplazo de la mujer por el objeto y con cómo la tecnología puede ser cada vez más alienante y nos aleja de las relaciones humanas. También abre preguntas que tienen que ver con la forma con la que hombres, quienes en un 90% compran las muñecas, y mujeres ven el sexo.
El fenómeno, sin embargo, viene en auge en algunas partes del mundo. En China y Japón hay hombres que viven con sex dolls a las que consideran su pareja. En ciudades como Barcelona han abierto burdeles que en vez de mujeres tienen muñecas. Y en Colombia una compañía las alquila y las lleva al domicilio del cliente.
Neil McArthur, experto en filosofía de la sexualidad y ética sexual de la Universidad Manitoba (Canadá), cree que cualquier forma de expresión sexual se puede considerar sana si satisface a la persona de una forma que no interfiere con otras actividades de su vida o con sus metas.
“Si la muñeca le genera a la persona angustia o depresión, puede requerir de una intervención. Pero si son felices y su vida no es afectada, nosotros no deberíamos juzgarlos”, dice McArthur.
Para Davecat las relaciones sentimentales con mujeres no le han funcionado. Nunca pudo tener algo estable, siempre fue el otro hombre, el amante. “Entonces en vez de estar en una situación en la que hay más drama, en vez de buenos momentos, me digo: probablemente esté mejor con una sintética, una mujer artificial”, confiesa.
La inteligencia artificial y la robótica son dos elementos que están generando la transición evolutiva de la sex doll a los robots sexuales y androides. Ya existen algunas muñecas con una tecnología básica que le permite a las personas interactuar con ellas. Entre estas está Harrmony, un prototipo de Real Botix, compañía subsidiaria de Real Doll.
McArthur dice que mientras los “robots sexuales” mejoren, la conexión de la gente con ellos será más intensa y las relaciones serán más comunes. “No será para todo el mundo, pero será parte del vasto calidoscopio de la vida humana“.
Además, cree que los robots ayudarán a las personas que tienen problemas para relacionarse o para encontrar un compañero humano. “Esto puede ser de gran ayuda e incluso terapéutico”, afirma.
Sarchman, por su parte, considera que la inteligencia artificial no sólo emula lo humano, sino que tiende a potenciarlo. “Si se elige una personalidad tierna, entonces será mucho más tierna que lo que podría ser una mujer, y así sucesivamente“, dice.
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Sin embargo, en el debate sobre la inteligencia artificial hay quienes advierten, como lo hizo el científico Stephen Hawking en el 2014, que el desarrollo de esa tecnología podría traer problemas al hombre que incluso “podría traducirse en el fin de la raza humana“.
Como lo recuerda Sarchman, el miedo del hombre a la máquina es una fantasía presente y recurrente en la literatura y el cine de ciencia ficción.
Pero a Davecat un androide como pareja más que miedo le genera ilusión, y se lamenta que ese tipo de robots, según ha estudiado, estarán recién disponibles en unos 50 o 60 años. Por el momento, agradece que la tecnología le proporcionó tres compañeras como Sidore, Elena y Miss Winter con las que vive feliz.
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Source: Infobae