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Vidas paralelas

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Vidas paralelas

John McCain fue un héroe: Donald Trump es un canalla. John McCain fue un hombre con honor, que decidió sufrir años de tortura antes que traicionar a sus compañeros: Donald Trump se inventó un padecimiento en el pie para no ir a la guerra. John McCain ha muerto: Donald Trump ocupa —todavía— la Casa Blanca.

John McCain ha muerto, y las meras crónicas de su vida —que ni siquiera sus panegíricos— retratan a un hombre ejemplar que supo basar sus decisiones en un sentido del honor, del amor a la patria, y de la propia dignidad que no fueron sino irrebatibles: quien estuvo dispuesto a sacrificar el privilegio que le podría haber librado de la hospitalidad del Hanoi Hilton y, en cambio, sufrir durante años de tortura antes que traicionar a sus compañeros —para después regresar, baldado, a seguir luchando desde la trinchera política— no merece sino el respeto y la admiración que le han sido prodigados y que, durante los últimos años, han sido un duro contraste con la bajísima ralea del presidente norteamericano. Un miserable.

Un miserable que se exhibía en los centros nocturnos cuando sus coetáneos combatían en la jungla; un miserable que se relacionaba con los personajes más cuestionables mientras que McCain sufría el aislamiento total como parte de su tortura; un miserable que representa todo lo que el senador republicano despreciaba, un miserable que —incluso— se atrevió a cuestionar el mérito del senador por Arizona y a descalificarlo por haber sido capturado.

John McCain ha muerto, envuelto en la bandera que le dio sentido a su vida. Donald Trump, en cambio, continúa en la Casa Blanca y se enfrenta a lo que —posiblemente— será la semana más complicada de su existencia. Una semana en la que tendrá que enfrentar no sólo el descrédito de su propia administración —derivado de las acusaciones de miembros de su propio equipo— sino la comparación odiosa con el héroe que acaba de fallecer y que —incluso— dictó como su última voluntad que el actual presidente norteamericano no participara en sus exequias. El mismo presidente que, hoy, enfrenta la deshonra de sus principales colaboradores declarando en su contra: el mismo que, hoy también, acude a su cita con la historia.

Una cita con la historia que no es sino cuestión de horas. El círculo de la traición se cierra, mientras el lazo se sigue estrechando en torno a quienes, en otros tiempos, fueron sus principales colaboradores. Colaboradores que fueron incondicionales hasta que su propia seguridad no se vio en riesgo: desde su abogado particular, su director de campaña o su financiero personal, sus principales asesores se han visto sometidos, en los últimos tiempos, a la presión judicial de un sistema que funciona de manera inclemente y que podría derivar en el enjuiciamiento del hombre más poderoso del mundo. En Estados Unidos —hasta el momento—, las instituciones funcionan.

Y funcionan bien. Donald Trump es un demagogo que no ha dudado en apoyar las causas más cuestionables de la sociedad norteamericana, ante cuya influencia el Poder Legislativo y el Judicial han logrado colocar los diques que garantizan el funcionamiento normal sin comprometer —del todo— las propuestas del mandatario: de ahí la confrontación política que se trata de resolver, actualmente, en redes sociales. Trump ataca sin miramientos durante sus insomnios, la prensa responde al despropósito y el esperpento resultante obliga a cambiar de página de manera inmediata: lo que fue noticia una semana pierde relevancia a la siguiente y, mientras tanto, la política exterior se ve expuesta a grandes contingencias —se va a la mierda, pues.

Hasta allá, pues. Las comparaciones son odiosas, y mucho más cuando están involucrados un héroe de guerra y un presidente traidor. Los funerales de McCain no harán sino elevar el contraste, y la situación actual es campo fértil para elevar las apuestas: quien hoy no busca más que conspiraciones entres sus colaboradores terminará encontrando la desgracia en sus propios actos. Donald Trump se enfrenta a su semana más complicada, cuando las acusaciones están por alcanzar a su propia familia, sus colaboradores le traicionan y su mayor adversario muere, dejando su legado como evidencia. El héroe de guerra ha muerto, el presidente espurio continúa en el poder.

Plutarco, en sus Vidas paralelas, tendría un manjar.

 

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Source: Excelsior