El célebre autor nacido en Zapotlán el Grande, qué duda cabe, es uno de los pilares de las letras mexicanas. En el marco del centenario del natalicio del escritor jalisciense, fecha que se cumplió el pasado 21 de septiembre, la editorial mexicana et.al lanzó un ePub bajo el título Entorno arreolino (siete voces alrededor de Juan José Arreola), en el que muestra un abanico de textos que abordan una parte de la obra del narrador, actor, académico y editor fallecido el 3 de diciembre de 2001.
Convocados por el equipo encabezado por esa espléndida editora que es Adriana Bernal, fueron incluidos en este mosaico de voces Bibiana Camacho, Raquel Castro, Ethel Krauze, Luis Bugarini, Felipe Montes, Arturo Vallejo y quien esto escribe. La petición era simple; pero el reto, al menos para este redactor, era mayúsculo: elegir un borde, una esquina, un pliegue de la vida y obra de Arreola, y construir con ello un texto de extensión libre.
Así pues, en el capítulo El hombre de la varia invención, Ethel Krauze hace una evocación de Arreola como un profesor singular: “Fue el último año en el que Arreola estaría al frente de un taller literario con valor curricular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La primera clase del semestre. Si no mal recuerdo, era el año de 1974. Íbamos a enamorarnos de las palabras que fluían como peces liberados en boca del Maestro. Pronto nos olvidamos de que sería un taller de corrección de nuestros textos”.
En Bordar en el vacío. Arreola y la pantalla, Arturo Vallejo escribe un texto —cuyo sustrato es la inapelable memoria— acerca de cómo conoció, no en persona sino en personaje, al autor de La feria: “No me avergüenza confesar que conocí a Arreola a través de la televisión, con su capa, sus sombreros y toda esa facha con la que se le recuerda todavía. Pero lo leí por primera vez muchos años después, cuando estudiaba el primer semestre de la licenciatura en Literatura y Ciencias del Lenguaje en el Claustro de Sor Juana”.
Por su parte, en Cómo conocí a Juan José Arreola, Raquel Castro también echa mano de la remembranza y se remonta a su infancia para dar testimonio del asombroso hallazgo que para ella implicó el escritor: “Y ella [su mamá] se levantó, fue a su librero y regresó con un cuaderno y un libro chaparrito, rojo. Palindroma, de Juan José Arreola. Primero pensé que todo el libro sería de palíndromas (¿palíndromos? ¿palindromos?) y ya me daba la emoción cuando me explicó que, aunque ése era el título, no todo el libro era de eso. Pero me leyó los cuatro que sí había (¿epígrafes?) y me explicó los dos que me parecieron muy confusos (y me lo siguen pareciendo, aunque ahora, además, me parecen complejos y hermosos). Los otros dos: Adán, se ave. Eva es nada y ¡éres o no éres… seré o no seré no necesitaron explicación y, sencillamente, me encantaron”.
En Mago de capa negra, Felipe Montes también usufructúa esa cantera que es la memoria para situarse como un niño azorado por ese señor extravagante y simpático que aparecía en el televisor: “Yo tenía ocho años, y las apariciones de Arreola, ese imaginador profesional, surgieron a lo largo de poco más de un lustro. Jugaba ajedrez, contemplaba el cuerpo de una mujer, acariciaba una escultura, guardaba largos silencios, fulminaba con citas literarias al televidente, convertía sus frases en refranes y sus palabras sueltas en elogios, alababa la mexicanidad sin pintoresquismo, construía una nación sobre el cimiento de sus oraciones, fascinaba a un niño que quería ser como él”.
En Juan José Arreola, la flecha de Ulises, Luis Bugarini habla de la férrea voluntad que movió al cuentista jalisciense para alcanzar esa singularidad, que es “libérrima e íntima, salta a los ojos no sólo en una primera lectura de su obra, sino también en las relecturas. Es una magia conformada por ironías epidérmicas y gestualidades prehistóricas, capaces de sembrar en los lectores una duda razonable sobre la veracidad de lo que sucede a su alrededor”.
En Las seis visitaciones de Arreola, Bibiana Camacho escribe lúdicas y brillantes “continuaciones” de seis relatos esenciales en la obra arreolina: La migala, El guardavías (inspirado, desde luego, en El guardagujas), Mercado libre (versión de Anuncio), Un hombre amaestrado (cuya base es, por supuesto, Una mujer amaestrada), Un pacto con la Santa Muerte (basado en Un pacto con la muerte) y Para entrar al paraíso (alegoría de Para entrar al jardín).
Este humilde lector, por su parte, intentó establecer —ignora si lo logró— lazos temáticos entre un cuento de Arreola (Un pacto con el diablo) y un relato del argentino Ricardo Güiraldes incluido en su obra señera, Don Segundo Sombra. Ambos abordan, sin llegar a consecuencias fáusticas, el contrato demoniaco.
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Source: Excelsior