Jessica Newburn vio su mensaje de texto al encender el teléfono esa mañana de otoño a las 5:54, y así llegó el alivio. Su mejor amigo todavía estaba vivo.
“No sé si debería agradecerte u odiarte por llamar a mi hermano”, escribió Ruben Urbina, un estudiante que, a los 15 años, era tan pequeño que parecía menor que un alumno de la secundaria.
La noche anterior, el 14 de septiembre, Ruben había intentado ahorcarse y había fracasado en el intento gracias a la llegada de su hermano, y ahora intentaba contárselo a su amiga Jessica.
Los dos vivían en el mismo complejo de viviendas del norte de Virginia, a sólo 12 puertas el uno del otro. Se habían conocido dos años antes asistiendo a PACE West, una escuela del condado de Prince William que ayuda a niños con discapacidades emocionales, y los había unido el tormento que los había llevado hasta allí: ansiedad, depresión, daño autoinfligido.
El Washington Post publicó el martes un extenso reportaje en el que reconstruyó los tormentos sufridos por el adolescente de 15 años y su trágico final, en lo que intenta ser un llamado de atención sobre las dramáticas cifras del suicidio adolescente en el país.
En promedio, un niño menor de 18 años se suicidó cada seis horas el último año en los Estados Unidos, según un balance publicado el 21 de diciembre por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). Casi la mitad de esos niños murieron por ahorcamiento, estrangulación o asfixia, mientras que el 41% usó armas de fuego. El número total, 1.533, fue el más grande en al menos una década. Siete de esos niños tenían apenas 9 años.
La historia de Ruben
Ruben, estudiante de segundo año, había tenido problemas especialmente en las tres semanas desde su regreso a la escuela a partir de las vacaciones de verano. Jessica, estudiante de tercer año, quiso hablar con él después de notar cortes en su brazo, pero no tuvo éxito.
Justo antes su intento de suicido, los adolescentes habían tenido una pelea y Ruben le dijo en una serie de mensajes de texto que ya no quería verla. En medio de la ira, sin embargo, también expresó su desesperación. “Tengo todos estos pensamientos tan acumulados en mi cabeza que ya no puedo pensar”, escribió Ruben. “Quiero que se detenga”.
“¿Estás bien?”, respondió Jessica, de 16 años, porque sabía a dónde podrían llevarle esos pensamientos. Ella misma casi había terminado su vida con píldoras varias semanas antes. “No hagas nada estúpido”, le pidió.
Junto al mensaje, le envió un tonto meme de un tipo gordo sentado en un banco junto al título “Breaking Benches”, una obra de teatro del programa de televisión Breaking Bad. Lo había usado antes para hacerlo sentir mejor cuando más lo necesitaba, pero esta vez, no funcionó.
“Me alegra finalmente tener las pelotas para suicidarme”, escribió. “Nos vemos :)”
“Ey, ¿qué dices?”, respondió, antes de enviar un mensaje de texto al hermano mayor de Ruben, Oscar, diciendo que su hermano necesitaba ayuda. También envió mensajes a la novia de Oscar.
“Deténlo. Llama a la policía para que lo detenga o algo así “, escribió Jessica. “Simplemente no dejes que se suicide”.
El hermano de Ruben, de 18 años, corrió a su casa y subió las escaleras a toda velocidad, gritando y golpeando la puerta cerrada de su hermano hasta que el joven abrió, llorando.
“Tengo demasiado miedo de experimentar eso otra vez”, escribió Ruben en un mensaje de texto que envió a Jessica a la mañana siguiente.
“¿Qué sucedió?”, respondió ella mientras se preparaba para la escuela y se dirigió al autobús.
“No voy a hablar de eso ahora”.
“Bueno”.
“¿Por qué simplemente no hacías nada al respecto?”, preguntó Ruben, recriminándole el llamado a su hermano.
“Porque soy un ser humano y tengo sentimientos”.
“No importa”, continuó. “Intentaré otra vez algún otro día”.
Todavía estaba enojada con él por las cosas hirientes que había enviado la noche anterior, y se lo dijo. El le pidió hablar después de la escuela, y ella accedió.
Jessica entendía su sufrimiento porque ella misma ya había superado lo que suponía que había sido su peor momento. La adolescente una vez había pasado tres días en un hospital después de cortarse y tragar más de 40 píldoras de Benadryl, pero desde entonces había recorrido un largo camino, una prueba de que Ruben también podría hacerlo.
“He mejorado”, le diría ella. “Eso significa que tu también puedes mejorar”.
Y Jessica se lo diría otra vez esa tarde, pensó. Cuando se sentían tristes o abrumados o simplemente aburridos, los dos amigos caminaban juntos, a menudo a un lugar en los bosques de los alrededores de Haymarket, donde se sentaban en un banco y miraban hacia un estanque. Entonces, pensó Jessica, irían a otra de sus caminatas después de la escuela, se reirían juntos. Él la llamaría Jess, ella lo llamaría Wooben, y volverían a la normalidad.
Pero al final del día, cuando su autobús llegó a su vecindario, vio varios patrulleros policiales en la zona. Su padre y su madrastra estaban esperándola en la puerta de su casa.
El día de la decisión
“Papi, ¿qué está pasando?”, preguntó Jessica.
El padre le dijo que un oficial había disparado contra alguien en la casa de Ruben.
Al principio pensó que era su hermano mayor, pero cuando llamó al teléfono de Ruben, él no respondió. Cuando le envió un mensaje de texto diciendo que lo lamentaba, él no respondió.
Fue entonces cuando Jessica vio los mensajes anteriores, que había recibido mientras estaba en la escuela con el teléfono apagado. En uno decía: “Solo soy un niño que tiene un trastorno de depresión grave y ansiedad severa, y que probablemente también sea bipolar”. Y después de eso: “Solo mira a las personas que hacen cosas estúpidas como yo y no sigas sus pasos”. Y finalmente: “Las emociones son sólo temporales. No dejes que te controlen como a mí “.
Una hora más tarde, Jessica escuchó en la televisión algo que no quería creer. “Las noticias dicen que un niño de 15 años fue asesinado a tiros”, le envió un mensaje a su mejor amigo. “Por favor no seas tú. Por favor.”
“El suicidio”
Justo antes de las 11 de la mañana del 15 de septiembre, Oscar, el hermano mayor de Ruben se había despertado con los gritos de su madre.
Ruben está afuera, dijo ella, y tiene un cuchillo. Inmediatamente Oscar llamó al 911.
Según la policía, Ruben le había dicho al operador del condado de Prince William que tenía una bomba atada a su pecho, aunque no era cierto. Insistió en que estaba reteniendo a su madre como rehén, pese a que también era mentira. Aseguró que tenía cuchillos y sugirió que podría tener un arma, pero eso tampoco era cierto.
Afirmó, dijeron los investigadores, que “ya no quería vivir”.
Luego colgó.
Momentos después, Oscar y su novia encontraron a Ruben en el garaje, empuñando una palanca de un metro de largo.
“Llamé a la policía”, dijo Ruben, “para que puedan matarme”. Las marcas en su cuello del intento de suicidio de la noche anterior aún estaban en carne viva.
“Todo está bien”, dijo Oscar, tratando de convencer a su hermano de que lo que estaba sintiendo pasaría, como ya había pasado antes.
Los dos hermanos, según dijo la familia en entrevistas posteriores, desde hace mucho tiempo tenían pensamientos suicidas, por lo que habían hecho años de terapia y tomado antidepresivos. Sin embargo, Oscar había sido el violento entre los dos, metiéndose en peleas sangrientas, e incluso cumpliendo un tiempo en la cárcel. Ruben, en cambio, había sido hospitalizado una vez después de sufrir una sobredosis de Zoloft, pero nunca fue agresivo. Demasiado tímido a veces, le gustaba patinar y jugar videojuegos, estudiar la historia de la Unión Soviética y leer sobre el trabajo del astrofísico Neil deGrasse Tyson. Quería convertirse en diseñador gráfico cuando creciera.
“Aléjense de mí”, les dijo a Oscar y su novia.
Ruben salió al frente a su casa justo cuando la policía se acercaba. A las 10:58 am, dos oficiales estacionaron calle abajo, pensando en la amenaza de bomba del llamado telefónico. Hacía calor, pero Ruben llevaba una gruesa chaqueta gris North Face, lo que dificultaba saber si había algo escondido adentro.
Oscar corrió hacia la policía, tratando de intervenir, pero le dijeron que retrocediera.
Justo en ese momento, Ruben levantó la palanca sobre la novia de Oscar y la golpeó en la espalda. Dio media vuelta y se dirigió hacia los oficiales con la palanca levantada con ambas manos, dijo la policía. Uno de los oficiales le ordenó que lo dejara caer y otro le dijo que se detuviera.
Ruben siguió avanzando. El oficial disparó dos veces y el adolescente se desplomó.
El funeral
Las personas se dirigieron hacia las puertas dobles de color blanco de la funeraria, algunos con trajes o vestidos negros y otros con camisetas anaranjadas, porque ese era el color favorito de Rubén.
Al pasar, una mujer entregó copias de una carta abierta que el padre de Ruben, Óscar Urbina, había escrito al oficial Robert Choyce, el veterano de la policía que le disparó a su hijo.
Se titulaba “Una carta de perdón”, pero la mayor parte del texto estaba llena de furia. “Independientemente de las circunstancias que rodearon la muerte de mi hijo … él no hizo nada malo… tú lo hiciste”, escribió Urbina, que estaba de viaje cuando ocurrió todo. “La diferencia entre usted y nosotros es que … usted es CULPABLE. Nuestro bebé es inocente”.
Urbina afirmó que el oficial debería haber usado un Taser o un spray de pimienta para detener a Ruben, pero no dispararle con un arma de fuego.
El abogado de la comunidad del Condado de Prince William, Paul B. Ebert, concluyó sin embargo que el tiroteo estaba justificado porque, dijo, Ruben “estaba listo, dispuesto y capaz de infligir la muerte o lesiones corporales graves a los oficiales que respondieron la llamada“. Ebert dijo que se trataba de un “suicidio a manos de la policía”, el único que involucró a un menor en los 52 años que tenía de carrera.
“Esto fue extremadamente premeditado”, expresó.
Aquellos que estudian el suicidio juvenil y buscan controlar su continuo aumento, se enfocan en la prevención. La evidencia muestra, de acuerdo con el CDC, que los adolescentes son más propensos a actuar por impulso si tienen acceso rápido a “medios letales”, en particular drogas poderosas o armas de fuego cargadas. Igualmente importante es, dicen los expertos, tratar eficazmente las enfermedades mentales en niños, y este fue el punto que persistió en la mente de la madre de Ruben, Rosaura Urbina, después de su muerte.
Su hijo ya había intentado suicidarse con una sobredosis y por ahorcamiento, fracasando en ambas oportunidades, y en la casa no había armas de fuego. Pero Ruben, se dio cuenta tarde ella, había ideado una forma diferente de acceder a medios letales.
Jessica
Jessica estaba a la sombra, justo detrás de una carpa granate donde docenas de personas se agolpaban alrededor de la ataúd de Ruben en el cementerio.
Tenía una caja de pañuelos en sus manos, y de un hilo alrededor de su cuello colgaba un brazalete de cuentas que Ruben le había traído de su viaje de verano a México. Vestía una camiseta naranja, para él, y en su muñeca izquierda llevaba una banda naranja.
“Somos Ruben”, decía una inscripción. Cuando una maestra se lo había dado en la escuela esa mañana, Jessica se dejó caer al suelo del pasillo y lloró.
En medio del dolor, la culpa también comenzó a molestar en su cabeza. Jessica sabía que Ruben estaba enamorado de ella, y se preguntaba si tal vez ella podría haberle dicho algo que torciera su decisión. Pero también sabía que no siempre había una respuesta: que a veces personas de su edad, o de cualquier edad, querían terminar con su vida por razones inexplicables.
Jessica nunca pudo terminar de entender por qué ella misma había intentado suicidarse esa noche en octavo grado, o por qué se había sentido tan infeliz en los meses anteriores. Su vida había sido genial, pensaba. Tenía amigos, padres cariñosos, buenas calificaciones, pero nada de eso parecía importar en ese momento.
Solo después de soportar meses de terapia grupal fallida y de medicamentos ineficaces, diagnósticos erróneos dañinos y una aseguradora poco acogedora, finalmente comenzó a encontrar una sensación de calma. La mudanza en noveno grado a PACE, con sus aulas pequeñas y el enfoque paciente, habían ayudado.
Incluso después de saber que Ruben estaba muerto, Jessica continuó enviándole mensajes de texto. Una vez le escribió que estaba lanzando un globo naranja en el cielo para él. Más tarde, le envió una colección de sus emojis favoritos: un taco, una hoz y un martillo, una cabeza de Isla de Pascua.
“Te extraño”, escribió ella. “Desearía que estuvieras aquí”.
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Source: Infobae