Succession es una serie emitida y producida por HBO que acaba de completar su primera temporada y que anuncia para el próximo año su continuación. Su eje no está en la trama sino en los personajes: básicamente una familia muy poderosa, dueña de un conglomerado de medios cuya cabeza, el viejo Logan Roy (Brian Cox), anciano y enfermo pero no por eso menos brillante y cruel, no ha preparado a ninguno de sus cuatro hijos para la sucesión.
Su prole es diversa pero cada uno de los herederos ha elegido alguna manera de no ser el padre, desde ser ecologista y/o rematadamente estúpido o drogadicto o, en el caso de la brillante hija menor, Shiv (la australiana Sarah Snook, una pelirroja deslumbrante), desentenderse de los negocios familiares y dedicarse a la política. Logan nació pobre y construyó un imperio. Sus hijos nacieron ricos y no conocen las necesidades. Esa brecha es infranqueable.
La trama es pequeña pero existe. Logan parece estar a punto de dejar la empresa y Kendall (Jeremy Strong), el hijo más apegado al conglomerado, recuperado de una adicción a la cocaína, se prepara para tomar el negocio en sus manos. Pero a diferencia de Rey Lear, Logan no suelta nunca el mando y lo que sucede a partir de eso son las idas y vueltas de una puja de poder.
El atractivo de Succession está en el desarrollo de los personajes y en un tono casi único en las ficciones televisivas y raramente encontrado en una película. La mayoría de los protagonistas es rematadamente tonto, torpe, no alcanza a entender ni lo que está sucediendo ni el mundo en el que vive. Son ricos, ridículamente ricos, al punto de desplazarse en helicóptero para asistir a un cumpleaños o prometer un cheque de un millón de dólares a un niño si conecta un home run. También son lo suficientemente crueles e insensibles como para romper el cheque delante de las narices del niño que falló el bateo.
Las cosas que pasan en Succession son terribles pero lo que genera es un horror asordinado y risueño. El secreto de la serie es indescifrable pero seguramente la tienen sus creadores, Will Ferrell y Adam McKay. Ferrell es un actor cómico y guionista, protagonista del resurgimiento de la comedia norteamericana en los 2000 y que ya había utilizado mecanismos parecidos (aunque más jugado hacia lo grotesco) para retratar el mundo del periodismo televisivo en Anchorman (2004). El director y coescritor junto a Ferrell de esa película aguda y desopilante era Adam McKay, socio de Ferrell en Succession y anteriormente director de La gran apuesta (The Big Short, 2015), una pedagógica y muy graciosa escenificación de la crisis inmobiliaria norteamericana de 2009.
McKay y Ferrel saben cómo tomar elementos de la realidad y distorsionarlos para mostrarlos en su verdad más profunda sin por ello sacrificar los elementos de la comedia y el drama.
Otro de los secretos de Succession son los actores. Es muy difícil lograr ese tono tragicómico, que no alterna sino que sintetiza miseria y comedia, y que logra cotas tan altas como para además lograr infundir cierta ternura en sus especímenes más idiotas y/o miserables. Mi favorito es Tom, el novio de Shiv, interpretado por Matthew Macfadyen, un actor de paleta tan amplia que incluyen desde este estúpido entusiasta hasta personajes en películas de época como Orgullo y prejuicio o basadas en hechos reales como Frost/Nixon.
El grado de desorientación de Tom, tanto en una orgía como en una reunión de accionistas, es memorable, al punto de generar compasión y ganas de golpearlo al mismo tiempo. Tambien hay que mencionar (habría que mencionar a todos, en realidad) a Kieran Culkin quien interpreta a Roman, un tarambana dueño de una nobleza imprecisa y difusa, pero nobleza al fin.
El elenco dispone del guión y la dirección de sus sueños, y los aprovecha. Aunque su atractivo pasa por otro lado, Succession no está desprovista de apuntes políticos. El viejo patriarca –una suerte de Rupert Murdoch- habla con el presidente de los EEUU de igual a igual y está en condiciones de ofenderse personalmente si éste no lo recibe. El candidato a presidente progresista, crítico del “rol de los medios” (¿les suena?) puede ser tan o más desagradable que sus enemigos de las corporaciones. Y el mundo de los poderosos está pintado de manera totalmente descarnada, con toda su insensibilidad y crueldad, por más que los protagonistas encuentren sorprendentemente un lugar en nuestro corazón.
Más allá del avance argumental, cada capítulo es una puesta en escena para que se desarrollen las características de los personajes: en una fiesta familiar, en una reunión en un rancho de Nuevo Mexico, en una fiesta hipersofisticada y clandestina, en un castillo de Escocia, etc. Los cliffhangers (ganchos al final de cada capítulo de una serie para mantener el suspenso) son casi inexistentes. Sabemos que en cada nueva emisión se barajará y se dará de nuevo: lo importante es reencontrarnos con esas criaturas insólitas que nos repelen y nos atraen en partes casi iguales.
*La primera temporada de Succession está disponible en la plataforma HBO GO.
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Source: Infobae