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SOBRE EL CAMINO

Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

El Capy Rivera y el fracaso de los partidos tradicionales…

Sin duda alguna, el oro de la calle exhibe la pobreza de los partidos. En la política tradicional, la lógica suele ser inversa: los partidos se asumen como el vehículo indispensable para que una persona exista, crezca y sobreviva en el escenario público. Sin embargo, de vez en cuando aparece una anomalía que rompe el molde, un caso que incomoda a las cúpulas, al mismo oficialismo y obliga a replantear certezas. Alberto “el Capy” Rivera es uno de esos casos.

Hoy, el alcalde de Angostura representa algo poco común y profundamente revelador: no es él quien depende de un partido político para sostener su credibilidad; son los partidos los que ven en su figura un activo electoral, casi un salvavidas, para inflamar votos y sostener su propia supervivencia partidista. Y eso, en sí mismo, debería prender todas las alertas del sistema político local.

“El Capy” Rivera no es un alcalde de escritorio ni de discursos con corbata. Es un edil de terracería, de barrio, de infancia precaria, basado en la proclividad a servir a los más vulnerables, de gestión inmediata, de recorrido constante, de contacto directo con las ocho sindicaturas del municipio costero. Su forma de gobernar no distingue colores partidistas ni filias ideológicas: distingue necesidades. Y en un contexto donde la ciudadanía está harta de la simulación, esa cercanía se convierte en capital político real, no inflado.

Su administración ha puesto el acento en lo elemental: servicios públicos, atención directa, escuchar primero y priorizar después. En un municipio históricamente golpeado por la postración económica, la falta de visión y décadas de ineficiencia y corrupción, ese enfoque no es menor. No es milagroso, pero sí disruptivo. Y eso explica por qué su nombre pesa más que las siglas que lo acompañan.

Claro que no todo es terso. Hay fisuras, áreas que requieren ajustes y departamentos que aún no terminan de cuajar. Pero incluso esas grietas palidecen frente a algo más profundo: la voluntad primitiva de sacar a Angostura del abandono estructural, de recorrer las comunidades más lejanas, de escuchar reclamos que durante años nadie quiso recoger.

En ese engranaje también es imposible ignorar el papel de Anita Gutiérrez Palazuelos, presidenta del DIF Municipal. Su empatía, persistencia y cercanía con los sectores más vulnerables han reforzado una narrativa de sensibilidad social que hoy conecta con campos pesqueros, agrícolas y zonas que históricamente han vivido al margen de la atención institucional.

El punto de fondo no es la figura de un alcalde en particular. El punto es lo que representa. Cuando un personaje político logra separarse de la lógica partidista y su nombre suena más fuerte que las estructuras que lo rodean, algo está fallando en los partidos. Y algo está cambiando en la ciudadanía.

GOTITAS DE AGUA:

Quizá la pregunta incómoda no sea por qué Alberto “el Capy” Rivera es visto como oro molido por los partidos políticos. La verdadera pregunta es por qué los partidos han dejado de ser oro para la gente. Y mientras esa respuesta no se construya, seguirán dependiendo de figuras que nacen en la calle, se legitiman trabajando y se sostienen, no por siglas, sino por reputación.

Ahí está el debate. Y también, una oportunidad que no debería desperdiciarse. “Si cierran la puerta apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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Hoy, el alcalde de Angostura representa algo poco común y profundamente revelador: no es él quien depende de un partido político para sostener su credibilidad; son los partidos los que ven en su figura un activo electoral, casi un salvavidas, para inflamar votos y sostener su propia supervivencia partidista. Y eso, en sí mismo, debería prender todas las alertas del sistema político local.

“El Capy” Rivera no es un alcalde de escritorio ni de discursos con corbata. Es un edil de terracería, de barrio, de infancia precaria, basado en la proclividad a servir a los más vulnerables, de gestión inmediata, de recorrido constante, de contacto directo con las ocho sindicaturas del municipio costero. Su forma de gobernar no distingue colores partidistas ni filias ideológicas: distingue necesidades. Y en un contexto donde la ciudadanía está harta de la simulación, esa cercanía se convierte en capital político real, no inflado.

Su administración ha puesto el acento en lo elemental: servicios públicos, atención directa, escuchar primero y priorizar después. En un municipio históricamente golpeado por la postración económica, la falta de visión y décadas de ineficiencia y corrupción, ese enfoque no es menor. No es milagroso, pero sí disruptivo. Y eso explica por qué su nombre pesa más que las siglas que lo acompañan.

Claro que no todo es terso. Hay fisuras, áreas que requieren ajustes y departamentos que aún no terminan de cuajar. Pero incluso esas grietas palidecen frente a algo más profundo: la voluntad primitiva de sacar a Angostura del abandono estructural, de recorrer las comunidades más lejanas, de escuchar reclamos que durante años nadie quiso recoger.

En ese engranaje también es imposible ignorar el papel de Anita Gutiérrez Palazuelos, presidenta del DIF Municipal. Su empatía, persistencia y cercanía con los sectores más vulnerables han reforzado una narrativa de sensibilidad social que hoy conecta con campos pesqueros, agrícolas y zonas que históricamente han vivido al margen de la atención institucional.

El punto de fondo no es la figura de un alcalde en particular. El punto es lo que representa. Cuando un personaje político logra separarse de la lógica partidista y su nombre suena más fuerte que las estructuras que lo rodean, algo está fallando en los partidos. Y algo está cambiando en la ciudadanía.

GOTITAS DE AGUA:

Quizá la pregunta incómoda no sea por qué Alberto “el Capy” Rivera es visto como oro molido por los partidos políticos. La verdadera pregunta es por qué los partidos han dejado de ser oro para la gente. Y mientras esa respuesta no se construya, seguirán dependiendo de figuras que nacen en la calle, se legitiman trabajando y se sostienen, no por siglas, sino por reputación.

Ahí está el debate. Y también, una oportunidad que no debería desperdiciarse. “Si cierran la puerta apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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