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Sobre el camino

Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Tere Guerra “La ilusionista”

Hay figuras públicas que presumen ética, transparencia y una vocación incansable por la justicia social… hasta que la realidad, siempre más testaruda que el discurso, revela los huecos de ese relato. El caso que involucra a la legisladora local Tere Guerra es uno de esos momentos incómodos donde la narrativa y la práctica chocan frontalmente, dejando expuesta una incongruencia que no puede ignorarse.

Hace algunos meses, ciudadanos comenzaron a notar algo inquietante: fueron agregados sin consentimiento a grupos de WhatsApp presuntamente vinculados al entorno de la diputada. Los objetivos no venían acompañados de explicaciones ni de coordenadas claras. Pero el propósito era evidente: inflar artificialmente la imagen pública de la legisladora, reaccionar a notas periodísticas, comentar, difundir, elogiar. Una maquinaria improvisada —o quizá muy planeada— de marketing político camuflado como “participación ciudadana”.

Más preocupante aún: la presencia en esos grupos de ex periodistasactivistas y ex servidores públicos previamente integrados. Un cóctel diseñado para dar la apariencia de respaldo social orgánico, cuando en realidad se trataba de operar bajo el viejo truco de la aplausometríadigital: fabricar eco, no diálogo.

Durante los escasos minutos en que algunos usuarios permanecieron en esos grupos, las instrucciones eran claras: compartir, reaccionar, elogiar. Nada de debate, nada de crítica, nada de transparencia. Solo una orden silenciosa:“Ayuden a construir la narrativa”.

Y aquí surge la pregunta que incomoda: ¿la diputada estaba al tanto?

La percepción general apunta a que sí. Y si no lo era, la omisión es igual de grave: en política, el desconocimiento rara vez exime de responsabilidad, especialmente cuando se trata de operaciones mediáticas que benefician directamente a la figura pública involucrada.

Porque si algo queda claro, es que esta práctica, de confirmarse, no se alinea con los principios de comunicación ética que Tere Guerra defiende con fervor cada vez que toma un micrófono. Por el contrario, evidencia una contradicción profunda: la búsqueda de legitimidad mediante mecanismos que distorsionan la percepción pública.

Cuando un político recurre a estrategias de apoyo artificial, erosiona la confianza ciudadana y alimenta la desafección democrática. Cuando una figura presume ética pero opera en la penumbra, convierte su discurso en propaganda. Y cuando la ciudadanía normaliza estas tácticas, se abre la puerta a una política donde el aplauso se compra y la credibilidad se manufactura.

¿Cómo confiar en una figura política cuya imagen podría estar sostenida por reacciones coordinadas y no por respaldo genuino? ¿Y qué dice de nuestra vida pública que empecemos a ver como “normal” un modelo que apuesta más por manipular la percepción que por ganarse la confianza con hechos?  

GOTITAS DE AGUA:

En tiempos donde la transparencia debería ser la brújula, cualquier intento por simular apoyo es un golpe directo a la integridad del servicio público. Y si una figura como Tere Guerra —quien ha construido su imagen sobre la defensa de lo ético— se permite siquiera coquetear con estas prácticas, entonces no estamos ante un descuido: estamos ante un profundo desfase entre lo que se predica y lo que se practica. La ciudadanía no merece aplausos falsos. Y la democracia, mucho menos. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…     

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Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Tere Guerra “La ilusionista”

Hay figuras públicas que presumen ética, transparencia y una vocación incansable por la justicia social… hasta que la realidad, siempre más testaruda que el discurso, revela los huecos de ese relato. El caso que involucra a la legisladora local Tere Guerra es uno de esos momentos incómodos donde la narrativa y la práctica chocan frontalmente, dejando expuesta una incongruencia que no puede ignorarse.

Hace algunos meses, ciudadanos comenzaron a notar algo inquietante: fueron agregados sin consentimiento a grupos de WhatsApp presuntamente vinculados al entorno de la diputada. Los objetivos no venían acompañados de explicaciones ni de coordenadas claras. Pero el propósito era evidente: inflar artificialmente la imagen pública de la legisladora, reaccionar a notas periodísticas, comentar, difundir, elogiar. Una maquinaria improvisada —o quizá muy planeada— de marketing político camuflado como “participación ciudadana”.

Más preocupante aún: la presencia en esos grupos de ex periodistasactivistas y ex servidores públicos previamente integrados. Un cóctel diseñado para dar la apariencia de respaldo social orgánico, cuando en realidad se trataba de operar bajo el viejo truco de la aplausometríadigital: fabricar eco, no diálogo.

Durante los escasos minutos en que algunos usuarios permanecieron en esos grupos, las instrucciones eran claras: compartir, reaccionar, elogiar. Nada de debate, nada de crítica, nada de transparencia. Solo una orden silenciosa:“Ayuden a construir la narrativa”.

Y aquí surge la pregunta que incomoda: ¿la diputada estaba al tanto?

La percepción general apunta a que sí. Y si no lo era, la omisión es igual de grave: en política, el desconocimiento rara vez exime de responsabilidad, especialmente cuando se trata de operaciones mediáticas que benefician directamente a la figura pública involucrada.

Porque si algo queda claro, es que esta práctica, de confirmarse, no se alinea con los principios de comunicación ética que Tere Guerra defiende con fervor cada vez que toma un micrófono. Por el contrario, evidencia una contradicción profunda: la búsqueda de legitimidad mediante mecanismos que distorsionan la percepción pública.

Cuando un político recurre a estrategias de apoyo artificial, erosiona la confianza ciudadana y alimenta la desafección democrática. Cuando una figura presume ética pero opera en la penumbra, convierte su discurso en propaganda. Y cuando la ciudadanía normaliza estas tácticas, se abre la puerta a una política donde el aplauso se compra y la credibilidad se manufactura.

¿Cómo confiar en una figura política cuya imagen podría estar sostenida por reacciones coordinadas y no por respaldo genuino? ¿Y qué dice de nuestra vida pública que empecemos a ver como “normal” un modelo que apuesta más por manipular la percepción que por ganarse la confianza con hechos?  

GOTITAS DE AGUA:

En tiempos donde la transparencia debería ser la brújula, cualquier intento por simular apoyo es un golpe directo a la integridad del servicio público. Y si una figura como Tere Guerra —quien ha construido su imagen sobre la defensa de lo ético— se permite siquiera coquetear con estas prácticas, entonces no estamos ante un descuido: estamos ante un profundo desfase entre lo que se predica y lo que se practica. La ciudadanía no merece aplausos falsos. Y la democracia, mucho menos. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…     

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