Por Carlos Carranza*
La manera en cómo nos hemos implicado en las campañas, la elección, la transición y el inicio de este nuevo sexenio nos puede conducir a la redefinición de nuestros alcances como sociedad civil participativa en la toma de decisiones y, por supuesto, como actores de las distintas posturas políticas en las que hemos concursado.
Entre tantos gritos y despropósitos que hemos escuchado durante los últimos meses —las proféticas catástrofes que algunos lanzan con la ligereza de quien pretende bailar sobre el páramo en llamas o las triunfalistas apologías de un régimen que reviste de compromisos el día a día— es momento de analizar con detenimiento la fuerza con la que podremos exigirnos todos los actores sociales que intervenimos en la construcción del país. Pero si lo que articula el discurso es el lenguaje hiperbólico, será imposible establecer un derrotero efectivo.
Así, pareciera que el rompecabezas es de un tema carnavalesco para algunos, justiciero para otros. El orden de un mundo preestablecido que se ha invertido, que se ha modificado en función de distintos intereses económicos y políticos, exige el surgimiento de una oposición distinta, que se consolide a partir de ideas y acciones concretas. Sin embargo, dicho objetivo parece lejos de ser concretado por los partidos políticos que se asumen detractores por el simple hecho de no ser ellos quienes ostentan el poder. Aun el día de hoy no logran ser convincentes de sus plataformas políticas y, mucho menos, económicas o sociales. Mejor ni entrar al terreno de lo educativo y cultural.
Insisto, en julio dio inicio una nueva curva de aprendizaje para el pensamiento político de oposición. Sin embargo, la sinuosa e irregular curva que se ha fundamentado es una burda repetición de esquemas de quienes, históricamente, fueron la oposición desde aquel lejano y contradictorio 1988. En un peligroso planteamiento de “blanco o negro”, podremos decir que los resultados de las últimas elecciones son la capitalización de todo un esquema de oposición que, durante décadas, se alimentó del descontento social que el pasado primero de diciembre, al menos, se sintió partícipe de un acontecimiento histórico.
Sería peligroso creer que no es necesario un contrapeso para cualquier régimen político. Es indispensable su existencia: aquí es donde la sociedad se puede apropiar del discurso y de las acciones que permitan imaginar que estamos aprendiendo a constituirnos como una sociedad democrática. Pero en el río revuelto del lenguaje hiperbólico —que se fundamenta en el clasismo, racismo o xenofobia— terminará por atomizar y aislar sus esfuerzos. Mientras las voces sean, por ejemplo, las del priismo que carece de argumentos históricos para plantearse como opción política o los guías redes sociales, el camino será sinuoso.
Hace unos días se recordó uno de los momentos históricos más infames: la llamada Noche de los Cristales Rotos. Sorprende ver cuántos hicieron referencia a que algo similar estaba por ocurrir en nuestro país. La hipérbole y sus alcances. Sin embargo, agradezco la referencia que me permitió recordar a autores que padecieron los horrores del nazismo en vida y obra –como Kraus, Roth, Musil y Canetti. Quizá, valdría la pena leerlos con detenimiento para mirarnos en el reflejo de una etapa llena de ignominia y absurdo, de diálogos sordos y pretendida superioridad social. Dice Kraus que “las gentes que han bebido de las fuentes del saber más de la cuenta son una plaga social”. Esa plaga es la que ahoga la posibilidad de disentir con la inteligencia necesaria. Desde una idea de superioridad ética e intelectual, los bandos políticos –los miembros del nuevo gobierno y sus
opositores- abrasan a una sociedad que no sabe escuchar.
Durante estos meses hemos aprendido a “detectar” el discurso populista. Seamos cuidadosos: este lenguaje no es privativo del partido en el gobierno; también es de quienes se asumen como oposición. Que la exigencia del cambio sea para todos, políticos y sociedad. Tracemos la curva de aprendizaje con calidad y nivel.
Académico
Twitter: @carloscarranzap
Source: Excelsior