Bien dicen que en política no hay casualidades, y la renuncia de Héctor Serrano al PRD, luego de 15 años de militancia, en los que llegó a ser uno de los capos, tiene varias lecturas, pero ninguna checa con esa de que desde hace tres años lo había venido anunciando.
Independientemente de cómo lo pueda ver cada quien, lo primero que no checa es la fecha en que lo hace público. Si en realidad se quería retirar, ¿por qué lo hace justamente el día en el que el Congreso Nacional perredista decreta la “desaparición” de las tribus?
Si era su intención, bien lo pudo haber hecho antes de la violenta reunión nacional –o incluso después–, evitando, con ello, una mancha extra al evento, pues, queriendo o no, su anuncio lo enturbia y se presta a otras connotaciones.
Una lectura simplista sería que, debido a la derrota de su partido, Serrano salta del barco para no asumir más costos. Eso sería ridículo, pues los costos ya los pagó y su retirada se ve más bien estratégica y producto de una lectura rápida del Congreso.
Su mensaje de partida, donde asegura se va para dar paso a jóvenes liderazgos, es una puya para viejos caciques como Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Héctor Bautista, Guadalupe Acosta y demás fauna prehistórica del partido, a fin de que, igual, se jubilen.
Es una invitación directa a que los viejos dejen de estar exprimiendo la ubre del sol azteca y den paso a las nuevas generaciones. Que se retiren y no estorben, por eso, con su partida, se quiere llevar entre las patas a los lastres.
Acelera también su salida porque tampoco está ya para avalar los actos violentos de un partido agonizante ni para asumir los costos de quienes se dicen representados por él, pues ya no tiene condiciones para responder.
Los argumentos de su salida podrán ser muchos, pero lo único cierto es que, con su renuncia, lanzó una granada al proyecto de los liderazgos de la Ciudad de México, que durante años se alinearon a él a través de la corriente Vanguardia Progresista.
Quienes apostaron sus canicas por él, e incluso los que habían planeado apoderarse del PRD capitalino para, desde ahí, relanzar al partido, quedaron huérfanos y sin el elemento que los unía, para bien o para mal.
Había muchos que también lo querían fuera y ahí está ese cascarón en el que quedó convertido el partido, en el cual, oficialmente, ya no habrá tribus ni caciques, aunque sus cachorros serán los encargados de la refundación. ¿O sea?
A ver qué hacen ahora gente como Leonel Luna, Víctor Hugo Lobo, Mauricio Toledo, Dione Anguiano y Eduardo Venadero, entre otros, que ya no tendrán quien los “nuclee”, como dicen ellos.
Y qué cosas, los que hasta hace unos cuantos meses eran los perredistas uno y dos que dominaban la CDMX, Serrano y Miguel Ángel Mancera, no están ya en el PRD. El primero porque renunció y el segundo porque nunca se afilió.
Eso sí, ambos seguirán disfrutando una curul federal cortesía del sol azteca.
CENTAVITOS… El atorón que carga Morena desde hace varias semanas en Donceles, donde no hay certeza de quién encabezará la granja pejista, obligó a la suspensión de la reunión en la que el sábado pasado sería ungido Ricardo Ruiz como nuevo coordinador. La salida de Ernestina Godoy de ese grupo parlamentario, que originalmente se tendría que haber oficializado el jueves de la semana pasada y que de última hora se prolongó una semana más, obligó a Claudia Sheinbaum a retardar también el anuncio de su gabinete completo, al que la aún coordinadora parlamentaria se integrará.
Source: Excelsior