CIUDAD DE MÉXICO.
El escritor y científico Fedro Carlos Guillén (1959) admite que es un apasionado de la historia de la vida privada. “Parte de mis filias tiene que ver con enterarme de cosas que no me importan y, para esto, no hay como las cartas. El género epistolar ayuda a desmitificar a los héroes y a quienes se han vuelto leyenda”.
En entrevista, el también ensayista afirma que hay personas que escribieron cartas pensando que el mundo las conocería, pero existen otras que no lo hicieron así. “La correspondencia te da una idea más humana de la estatua. Me interesa más la complicación que la lectura sencilla y digerida de lo que es un héroe”.
Por esta razón, el narrador confeccionó su tercera novela, La carta secreta de Darwin, a partir de diversas misivas reales, tanto del naturalista inglés como del neurólogo Sigmund Freud y el físico Albert Einstein. Y construyó de manera paralela una historia de ficción contemporánea.
En esta obra, que se publicará por entregas cada sábado —a partir de hoy— en el sitio web de Excélsior, se develará, a partir de las cartas entre Charles Darwin (1809-1882) y el también naturalista Alfred Russel Wallace (1823-1913), el lado humano del primero y el “juego raro” que realizó respecto de los descubrimientos del segundo. “Mi admiración por Darwin permanece inalterable. Pero los lectores se enterarán de que, en términos de honorabilidad victoriana, este científico era por lo menos cuestionable”, adelanta.
El doctor en Ciencias por la UNAM aclara que el 99 por ciento de las misivas están documentadas, son reales. “Parte del entrenamiento del científico es investigar. Encontré cartas sobre este drama del cual pocos se percataron a lo largo de la historia”.
Y explica que incorporó otros temas. “Me interesa el embarazo adolescente, el abuso de menores y la vida del mayordomo ficticio de Darwin, un veneciano de recursos limitados”.
Cuatro tramas se entretejen alrededor del protagonista Pedro Pablo San Juan, cuyo nombre une el de tres apóstoles. “Se lo puse porque me gusta, es muy sonoro, no por razones místicas. Este personaje es un padre soltero que se topa con algo que lo desborda. No da pie con bola en el amor. Y tiene un tío que es un alcohólico entrañable, Luis, quien le da la parte ligera a la historia”.
El autor de las novelas La traición de Bertrand y El revólver silencioso detalla que los personajes van cambiando de época. “La relación entre Darwin y Wallace fue cordial, amistosa, al final tuvieron una diferencia asociada a la inteligencia humana. Wallace reconoció que Darwin tenía prioridad sobre la teoría de la evolución de las especies. Yo hago conjeturas históricas, basado en los hechos reales”. Destaca que La carta secreta de Darwin nace de su obsesión asociada a tres grandes saberes: la historia, la ciencia y la narrativa.
LECTORES MILLENNIAL
Fedro Carlos Guillén está entusiasmado con el experimento de publicar esta novela por entregas, una estrategia de difusión que fue exitosa a finales del siglo XIX y principios del XX, y que ahora desea probar con los lectores del siglo XXI.
Son varias las razones para retomar esta metodología. Una de ellas es la nostalgia, pues parte de la literatura que yo consumí, cuando era adolescente, se produjo de esa manera: Salgari, Víctor Hugo, Dumas, Tolstoi, publicaron así sus obras”, agrega.
Otra razón es el experimento. En estos tiempos de prisa, en los que no sólo se venden libros, sino audiolibros y síntesis de libros, que ya es el colmo, me parece muy buena la pausa, la dosificación de una historia. Esto va a contracorriente de la época que vivimos, que tiene a la velocidad como signo”.
El autor de unos 30 libros añade que su novela ya está terminada, en 42 partes y un prefacio, pero no se quiere sustraer a la tentación de modificarla, “no en lo sustancial”, según los comentarios de los cibernautas. “Interactuar con los lectores es un reto atractivo. Este hábito de leer una vez por semana es un poco anacrónico, pero imagínate si los millennials se enganchan. Es como una fantasía para mí”, concluye.
FRAGMENTO
La carta secreta de Darwin
Prefacio
-La historia se repite. Ése es uno
de los errores de la historia
Charles Darwin
En Venecia, Pedro Pablo San Juan llegó al Campo San Maurizio buscando un bazar y prendió el octavo cigarro del día, pese a las advertencias puritanas que lo envolvían cada vez con mayor frecuencia. Su neurosis lo perseguía, se había cansado de los interdictos para fumadores que lo acosaban obsesivamente y cada vez con mayor frecuencia; “mojigatos”, pensaba. La solución le parecía de una simpleza supina; abrir bares y vuelos para fumadores, que cada quien se ocupara de sus asuntos y dejar de perder el tiempo en dirimir el número de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler bizantino.
Apreció la plaza: un cuadrado perfecto con viejos palacios que se habían fraccionado paulatinamente. De las ventanas colgaba un cuadro multicolor de sábanas y ropa secándose al sol. En el centro una bella fuente apagada en la que un ángel lloroso ensayaba una pirueta coronado por laureles y en la periferia los puesteros ordenados en una hilera que rodeaba la arquería presentando su vendimia. Le gustaban esos sitios en los que se podía encontrar desde un sombrero bicornio, platos de pacotilla para tías quedadas o una cucharilla victoriana. Él buscaba cartas, las coleccionaba desde hacía ya varios años y sabía que en esos sitios podía hallar algunas sorpresas. Se sentía un poco un intruso ya que estaba seguro de que, con algunas excepciones insignificantes, los autores y los destinatarios no las habían redactado para satisfacer la curiosidad de otros, sin embargo, siempre había sido un apasionado de la historia de la vida privada y tenía una colección de testimonios que algún día ordenaría como el de uno de sus favoritos de la Alta Edad Media: Una mujer de Berry había traído al mundo un hijo tullido, ciego y mudo, que era más bien un monstruo que un ser humano. Confesaba a lágrima viva que había sido procreado una tarde de domingo y no se atrevía a matarlo, como hacen a veces en casa así las madres; se lo entregó a unos mendigos, que lo instalaron sobre una carreta y se lo llevaron para mostrárselo a la gente. Alguna vez en una visita a Londres encontró una carta erótica de Joyce dirigida a su esposa y después de leerla no pudo dejar de pensar que el inmortal dublinés era un hombre del que la humanidad supo poco dado este contacto epistolar de diciembre de 1909.
Source: Excelsior