Cuando Bronson nació, las cosas no fueron fáciles. Al recibirlo, sus dueños notaron que era diferente a sus hermanos: su labio y su paladar estaban hendidos.

No era como esperaban.

Más allá de un problema estético, el pequeño comenzó a tener dificultades para ser amamantado. Por lo mismo, comenzó a sufrir un progresivo debilitamiento y corría peligro. Ante ello, sus dueños optaron por no tener complicaciones: lo sacrificarían.

Así, con esa intención se dirigieron a una clínica veterinaria cercana. Era la única opción que ellos veían.

Pero alguien en la sala veía las cosas de forma diferente.

Una de las veterinarias del lugar tomó al perrito y decidió intervenir. Pidió que no lo sacrificaran a cambio de ella hacerse cargo.

Todos quedaron asombrados. Aun cuando ella misma conocía que la mayoría de los cachorros que nacen con esa malformación terminan por morir, era un desafío que estaba dispuesta a tomar.

Poco a poco, empezó a alimentar a Bronson con un tubo y se dio cuenta que era un método efectivo. Mantuvo este proceso por varias semanas y se dio cuenta de que el perrito crecía.

Sólo unos días más tarde tenía la fuerza suficiente para ir con ella al trabajo y acompañarla a cualquier lugar. Estaba tan agradecido que jamás quería separarse de su lado.

Así pasó el tiempo y un año más tarde vino por fin una oportunidad que no podían dejar pasar: Bronson estaba listo para ser sometido a una cirugía que lo ayudaría a superar sus dificultades.

Y lo hicieron.

El perrito pasó de tener complicaciones para alimentarse a ser un perro alegre y con una vida igual a la de los demás. Ahora es un canino saludable que sólo tiene agradecimiento para su dueña.

Y cómo no estarlo, si con sólo apenas días de vida pensaban en sacrificarlo y sólo una persona vio esperanzas en él. Nadie más vio que podía tener una historia diferente, excepto ella, que decidió confiar y darle una oportunidad. Y no se equivocó.

Source: UPSOCL