“Yo te pongo esta mujer, dale en su pinche madre y me das su corazón en ofrenda. Los oficiales encontraron corazones en ofrenda a mi Santa Muerte (…) Prefiero que mis perritos coman carne de esas mujeres a que ellas sigan respirando mi oxígeno (…) No creo salir de ésta, pero si salgo, de una vez le digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres (…) A todos los familiares de estas chicas yo les hablaba bien (…) Mientras yo siga aquí en la Tierra, voy a seguir haciendo todo el daño que yo pueda…(…) Mi mamá me encargaba todos los días con una mujer. Esa mujer me lo chupaba, esa mujer se subía. Esa mujer me hizo hacerle cosas que a mí como niño me desagradaban bastante (…) Mi papá ahí estuvo de mandilón con ella, mi mamá quería navajearlo, picarlo, acuchillarlo. Y yo viendo todo (…) Uno: porque a veces no me deja dormir esta madre. Dos: por el odio que les tengo. Y tres, pues sigue habiendo necesidad todavía. Que coman mis hijos a que coman en otro lado, mejor mis hijos (…) Me oculté muchísimos años de la policía, hasta ahorita que vine a caer (…) Lo que hago está bien, patrón, porque estoy limpiando al mundo nada más de porquería. Yo estoy completamente sano y bien…”.
Cuentan que cuando detuvieron a Juan Carlos, pidió la oportunidad de bañarse y ponerse un traje; pensó que sería presentado ante los medios de comunicación, no quería verse desaliñado “porque no soy un mugroso delincuente”, les habría dicho a los oficiales. Ese momento de gloria al que aspiran los asesinos seriales, según el perfil dibujado por los especialistas, no llegó, al menos no como él imaginó. No hubo traje ni presentación a medios. En cambio, tuvo una larga declaración, a la que corresponden las frases que anotamos arriba. Momento que fue registrado con un teléfono celular oculto y que días después sería filtrado en redes sociales.
Y como quien cuenta una anécdota que merece un sonoro aplauso al final del relato, el sujeto narró cómo y por qué mató a más de veinte mujeres, todas de la colonia Jardines de Morelos, en Ecatepec. Orgulloso de sus actos, aseguró que seguiría matando si tuviera oportunidad. No hubo una señal alguna de arrepentimiento, aunque sí momentos de debilidad cuando recordó su infancia, de los maltratos que recibió de su madre, de los abusos de amigas de ésta y del abandono de la mujer que amó, justo un par de semanas antes de que comenzaran los crímenes. Del orgullo a la tristeza en cuestión de segundos, pero ni un lamento por sus actos. Nada. Según los primeros reportes médicos, Juan Carlos padece trastorno mental de tipo sicótico y alteraciones de personalidad. Esa claridad con la que habla sobre sus asesinatos, se mezcla con aspectos de su vida que son más bien signos de una mitomanía que lo ha acompañado toda su vida. Como lo hace un personaje criminal como él, no puede desenvolverse en la sociedad si no es mintiendo. Quienes lo conocen, aseguran que nunca notaron nada extraño. Incluso los familiares de sus víctimas: “Nunca sospechamos, pues el señor muy inteligente se hizo nuestro amigo, nos sacaba a nosotros la información, nos preguntaba cómo iba el caso de Luz y todo y se veía preocupado…”, dijo a Imagen Noticias la mamá de una niña, casi adolescente, de 13 años, que vivía apenas un piso abajo de Juan Carlos y un día, tras subir a su casa con el pretexto de ver la bisutería que vendía la esposa de éste, ya no regresó a casa.
Se hace hueco en el estómago al leer la declaración de Juan Carlos. El corazón se contrae, se hace pequeño, duele, al pensar que, así como él, hay miles de asesinos que hoy, que ayer, que mañana, seguirán matando porque algo dentro de sí les dice que es lo correcto. ¿Qué carajos le hemos hecho a nuestro entorno que lo volvimos caldo de cultivo de asesinos? A Juan Carlos le llaman ahora El Monstruo de Ecatepec, un mote que debe dar regocijo a su necesidad de atención, como quien se enorgullece de sus actos, pero realmente pocas palabras definen lo que le escuchamos declarar. Monstruo, ése ser temido con maldad indescriptible y que no puede, jamás, tener espacio en la normalidad.
Source: Excelsior