“Si quieres que algo se muera, déjalo quieto”, dice Jorge Drexler en su canción ‘Movimiento’, y es que así somos los seres humanos, migramos por necesidad, por curiosidad, por supervivencia, por amor, para alejarnos del dolor.
Somos cuerpos que sueñan, que buscan, que buscan recorrer el mundo. A veces soñamos que podemos migrar y vamos a la playa, a la montaña, a otras ciudades en unas vacaciones que nos ayudan a admirar eso que queremos tener cerca. Al movernos, sentimos que nos apropiamos de otros territorios, que nuestros cuerpos son libres.
A veces al migrar nos reconocemos en los otros, las otras… A veces nos reconstruimos, pero también nos deconstruimos. Ver a otra persona en realidad me ayuda a verme a mí, ver lo que no soy, ver lo que sí soy. A veces nos damos cuenta de que nuestro mundo no es como pensábamos, o el mundo de otros no es como lo imaginábamos.
A veces decimos que vamos a estudiar o trabajar a otros lugares, culturas, países, pero en realidad recorremos un camino que nos lleva a conocernos, a vernos o a engañarnos.
También están los y las que no quieren, pero tienen que desplazarse sin privilegios y se quiebran, se fragmentan y se van despojando de su identidad, de su humanidad en un proceso de alienación y violencia que los convierte en cuerpos sobrevivientes.
Cuando veas a alguien migrar, piensa en qué te hace pensar, eso te dirá mucho de ti y de tu corazón.
Dra. Angélica Camacho Aranda, profesora de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tecnológico de Monterrey Campus Querétaro.
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