Para entender la historia de la humanidad es necesario recurrir al estudio del pensamiento de aquellos seres que dada la grandeza de sus ideas han dejado una huella indeleble en el paso del tiempo. Uno de ellos es —sin duda— Nicolás Maquiavelo.
A más de 500 años de la publicación de la obra más emblemática del filósofo italiano, que es El Príncipe, hace unos días, la Facultad de Derecho de la UNAM decidió recordar su inmortal legado, con el firme propósito de revalorizarlo y actualizar su aplicación en este siglo XXI.
El conversatorio “¿Qué tan maquiavélico fue Maquiavelo?” estuvo a cargo de Maurizio Viroli, profesor emérito de la Universidad de Princeton —uno de los más grandes especialistas de la obra del florentino— los doctores Jorge Islas, Leonardo Curzio y el que suscribe la presente columna, en un auditorio repleto de jóvenes ávidos de conocer el pensamiento del autor.
La conferencia magna de Viroli tuvo la intención de dejar claro que la obra insignia de Niccolo Machiavelli ha sido mal interpretada a lo largo del tiempo y que se ha construido una reputación equivocada entorno del carácter del autor, queriendo ver en esta obra —que es de lectura obligada para todo aquel que quiera dedicarse a la política— un manual de manipulación, maldad y astucia política.
Esta deformación ha llegado a tal punto que hoy en día se nombra “maquiavélico” —de manera común y generalizada— a quien miente, engaña, disimula y no tiene reparo alguno en su búsqueda por alcanzar el poder.
La proscripción y ataque de la Iglesia Católica a la obra de Maquiavelo es la principal causa de su imagen maligna, pero al mismo tiempo, es la razón por la cual su lectura ha trascendido en el tiempo; y a cinco siglos, aún se transfigura en un mensaje imprescindible para quienes son amantes de la política.
Como servidor público, tuvo una impecable carrera y estuvo encargado de manejar grandes cantidades de dinero, sin llegar a beneficiarse de esto, ya que murió en la pobreza, probando que buscó sólo el bien del Estado y no el propio. Solía decir: “Soy pobre porque he sido fiel”; y cuando se defendía de los infundios que lo atacaban, era claro: “No puedo ir contra mi naturaleza”.
Retomar el estudio de la retórica y hasta poética obra del florentino —desde la óptica propuesta por Viroli— es de suma valioso. Resulta que en verdad El Príncipe es una crítica certera a los políticos mediocres y a los gobernantes intolerantes, con temibles rasgos de autoritarismo.
A los gobernantes no les gusta escuchar críticas, pero el buen colaborador es el que —con prudencia— dice la verdad. Los gobernantes siempre deberían procurar estar rodeados de asesores honestos y directos, que busquen aconsejar el bien antes que el halago.
Reivindicar la memoria y obra de Nicolás Maquiavelo es reivindicar la grandeza de la política. A pesar de que advertía al gobernante para quien escribió sus consejos respecto de la maldad y ambición de la condición humana, al final le recomendaba ser culto, justo y bueno con su pueblo.
Finalmente, la conclusión del análisis de esta inmortal obra es que el ejercicio de la política debería estar reservada para grandes personajes, que no busquen el poder por sí solo, sino que aspiren a alcanzar la gloria del Estado, no su ruina.
Como Corolario, la frase con que resumió Maquiavelo al final de su vida, después de tantas diatribas: “No digo lo que creo, ni creo lo que digo”.
Source: Excelsior