Desde hace casi 10 años, Chen Guoxing cuenta a los turistas el peor día de su vida: el 12 de mayo de 2008, cuando un terremoto de magnitud 7,9 mató a su hijo único y a más de 80.000 chinos.
Este funcionario de 54 años se encarga del mantenimiento de los escombros de Beichuan, una pequeña localidad de la provincia de Sichuan (sudoeste) y una de las más afectadas por el sismo.
Todavía en ruinas, se ha convertido en un lugar para recordar el trauma nacional: el seísmo de 2008, que con 87.000 muertos y desaparecidos, fue el más mortífero en el país desde el de 1976 (al menos 240.000 víctimas mortales).
Chen trabaja con un equipo de 200 personas (en su mayoría supervivientes) encargadas de preservar los vestigios y de acoger a los visitantes.
Veinte guías acompañan en las ruinas a unos 2,2 millones de turistas anuales y varios agentes se encargan de conservar intacto este lugar para las generaciones futuras.
Los visitantes curiosean entre las ruinas. Se asoman y ven la zapatilla de un niño o un balón desinflado…
Bastoncillos de incienso
En compañía de parientes de las víctimas, algunos visitantes queman bastoncillos de incienso en homenaje a los muertos.
En las calles de asfalto agrietado, algunos edificios aguantan en pie gracias a vigas metálicas. El acceso a ellos está prohibido por motivos de seguridad.
Chen guía no obstante a los periodistas de la AFP hacia un alojamiento colectivo que albergaba profesores. Allí, cientos de libros permanecen cubiertos por el polvo.
La mayoría de los propietarios de las viviendas murieron en la catástrofe.
Alrededor de 3.000 cuerpos fueron enterrados en una fosa común en las afueras de la ciudad y unas 20.000 personas siguen sepultadas bajo los escombros de Beichuan. Entre ellas, el hijo de Chen Guoxing, muerto al derrumbarse el colegio.
El padre se enteró de su muerte días después, por la radio. “Fue como si se me cayera el cielo encima”, recuerda.
Después del terremoto, algunos padres estaban furiosos de que sus hijos hubieran muerto en el derrumbe de los colegios, mientras que los edificios oficiales permanecieron en pie.
Chen perdió a ocho parientes en la catástrofe; nunca encontró el cadáver de su hijo.
Como la mayoría de los supervivientes él se fue a vivir a un apartamento más grande en el “nuevo Beichuan”, construido a unos 30 km de allí. Una ciudad animada con avenidas y alamedas.
¿Turismo a largo plazo?
Desde el terremoto, el turismo se convirtió en el principal proveedor de empleo de la región, explica Chen Guoxing.
Muchos habitantes se preguntan cómo será su futuro dentro de 10 o 20 años, cuando el interés de los visitantes haya decaído.
“No podemos sólo depender del turismo para cubrir nuestras necesidades”, afirma un guía de 25 años delante del antiguo colegio de educación primaria.
Su familia carece de medios financieros para pagarle estudios superiores. Y el empleo de guía es por el momento su mejor opción.
Más allá de las dificultades económicas, el mantenimiento de las ruinas de Beichuan es en sí un desafío, tanto financiero como técnico.
La ciudad gasta cada año 20 millones de yuanes (2,6 millones de euros) para mantenerla tal cual. La lluvia, el viento y la erosión ponen a prueba lo que queda de los edificios.
Wang Huarong, una guía de 33 años, cree que es dinero bien gastado: “Cuando los visitantes ven las ruinas de la antigua ciudad, reflexionan. Se dan cuenta de que las cosas que consideran importantes quizá no lo sean tanto”. “Entienden que tener una familia, esa es la verdadera felicidad”.
(Fotos: AFP / Johannes EISELE)
(Texto: Ben Dooley, AFP)
Source: Infobae