No hay nombres, pero sí un registro. Hace un par de días, un vídeo se viralizó rápidamente por las redes sociales. Comienza con un hombre y un niño que discuten en un parque. El día está soleado. Ambos son más o menos del mismo tamaño a pesar de la obvia diferencia de edad. Según cuentan, el adulto vio al muchacho (de unos 13 años) rayando autos y le llamó la atención. Él se planta frente a su mayor y lo amenaza. Se mueve de una manera que él cree que resultará intimidante. El adulto saca el teléfono celular y llama a su hermana. Dice que ella lo puede poner en contacto con la madre del niño. Así, todo se solucionaría rápido: la llegada de tutor, el niño problemático fuera, una reprimenda en casa. Suena lógico.
Mientras espera a que atiendan el llamado, el niño se sigue plantando de manera desafiante. El adulto se mete la mano en su pantalón deportivo e intenta evadirlo con la mirada y el cuerpo. El muchacho lo sigue. Se dan vueltas en círculos un momento. Cuando le atienden el teléfono, el mayor dice que está con un muchacho en el parque, y que necesita que llamen a su madre para que vayan por él. El muchacho no se va. Se cruza de brazos y lo mira.
La llamada termina, el adulto se pone de pie y la actitud del niño se vuelve más agresiva. Se para frente a él e intenta no dejarlo pasar. El adulto hace lo posible por continuar su camino. El menor lo empuja, le da manotazos, se para con toda la fuerza que tienen sus piernas, pero sabe que no puede contra el peso de alguien que podría tener tres veces su edad. El adulto va con las manos en los bolsillos y el torso por delante. Finalmente, el muchacho no puede hacer más que abrirle paso. El mayor de ambos se dirige a un salón. Allí, más gente lo espera. La puerta está abierta y hay algunas personas mirando lo que pasa. Justo antes de entrar, el niño da el primer golpe. Un puñetazo en el brazo.
Para molestarlo, el adulto finge sentir un tremendo dolor. Tirita, gime dolorosamente. Esto solo logra molestar más al niño, que sigue golpeándolo, y comienza a buscar puntos donde el daño pueda ser mayor. Desde el brazo, los manotazos suben al hombro y buscan el rostro del adulto. Cae otro empujón. El mayor de los dos se ríe de manera condescendiente. Cuando el chico busca de nuevo el rostro para darle un puñetazo, se acaba el chiste para el adulto. Su mirada, de repente, se vuelve severa. Una mujer intenta calmarlo, pero no lo logra. El hombre se avalanza sobre el cuello del chico, lo hace retroceder unos pasos y lo tira al piso.
El menor se azota contra el asfalto. Inmediatamente, suelta un grito desgarrador que satura el audio del vídeo. El adulto lo mira un segundo y vuelve donde estaba. Desde lejos se escucha que alguien grita “child abuse!” (abuso infantil).
Ahí se corta la imagen.
La reacción de las redes
En internet nada es secreto. Si algo interesa a la comunidad, simplemente se comparte. Y este vídeo recorrió una cantidad increíble de grupos en todas las plataformas de mensajería existentes. A pesar de que algunas personas llegasen a la conclusión de que el hombre estaba mal en su actuar, fue realmente un porcentaje muy bajo de los comentarios. En casi todas las redes, los comentarios más comunes son del tipo “se lo tenía merecido”, “es un futuro delincuente” o, “el hombre solo se estaba defendiendo”.
A pesar de que, en un principio, un vídeo como este generaría la idea de que las opiniones se dividen a la par, lo cierto es que una gran mayoría de los usuarios de internet sintieron que el acto de golpear al chico era una especie de justicia. Un acto que le dejará la importante lección de no pasar a llevar a los mayores y hacer maldades.
Sin embargo, ¿es realmente prudente reaccionar así contra las actitudes altaneras y agresivas de los menores? Porque, a pesar de que probablemente ese chico no vuelva a rayar autos (al menos no en ese parque). No habrá sido por la lección que recibió de parte de un adulto. Después de los golpes, no queda una profunda reflexión de “he actuado mal, por eso me reprimieron físicamente”. En lugar de eso, lo que suprime la acción, es el miedo.
Y con el miedo, viene más resentimiento.
Los expertos opinan
Según los expertos del campo de la psicología y la psiquiatría, los golpes son profundamente condenables, y deben evitarse a toda costa. Isabel Cuadros, fundadora de la Fundación Afecto, asegura que los adultos deben tener como objetivo ayudar a los niños a sociabilizar mediante un comportamiento sano y equilibrado, sin embargo, muchos tutores creen que los golpes para “enderezar” una conducta, lo ayudan a amoldarse mejor a los estándares de esta sociabilización. Es aquí donde comienza el error. En sus propias palabras:
“Entre una palmada y un golpe severo hay una línea fácil de traspasar. Por eso, lo más prudente y menos riesgoso es abstenerse del castigo corporal, pues un adulto descontrolado puede excederse aunque no quiera hacerles daño a las personas”.
La profesional destaca que, según la comunidad de psicólogos y psiquiatras infantiles, se ha llegado al enorme consenso de que los adultos agresores pueden definirse globalmente como “seres humanos maltratadores”, y esto evidencia que solo reproducen lógicas que les fueron enseñados desde edades muy tempranas. La psiquiatra asegura que el círculo de las agresiones se basa, solamente, en reproducir lo que a otro le tocó vivir antes. A esas alturas, hay muy poco control de las emociones, y cuestionamientos sobre si lo que se hace está bien o mal. El resultado es clarísimo: se tiene a un niño pisoteado, humillado y ridiculizado. Su autoestima se desploma.
Y, ¿qué pasa con estos niños? Pues crecen cosechando la rabia en sus interiores. Entonces, cuando la capacidad física superior llega, saben que pueden dejarla salir con otros sujetos más débiles que ellos.
“Lo hago porque te amo”
Generalmente, asegura la psiquiatra, se tiende a pensar en estos casos como “castigos”, aludiendo implícitamente a que esas medidas son tomadas por el propio bien de los menores, pero ella asegura que no hay nada menos efectivo que esto para educar, pues los chicos tampoco aprenden lo que se les quiere “enseñar” (de hecho, está comprobado que los golpes exponen a los niños a ser más desafiantes y agresivos a corto plazo; y a sufrir depresión, desórdenes de personalidad, y estrés post-traumático a largo plazo). Además, destaca, detrás de esto se esconde una importante incapacidad comunicativa del adulto, que no logra poner en palabras su frustración para hacerle entender al niño mediante las herramientas del lenguaje que lo que está haciendo no está bien.
Para solucionar esto, Cuadros sugiere cambiar el concepto de “castigo” por el de “sanción”: comenzar pidiendo explicaciones y escuchando, evitando el lenguaje vulgar frente a ellos. Intentar ser justos y ponerse en el lugar de los chicos, y finalmente, pensar en las formas correctas de sancionar. Generalmente, la mejor forma de sancionar a un chico, es privándolo de las cosas que más le gustan.
Y, por último, y más importante para Cuadros, está la necesidad de educar dándoles el ejemplo.
“Pero si ni siquiera era su hijo”
Si volvemos al vídeo, muchos podrán pensar que el adulto que se vio enfrentado al niño no tenía por qué hacerse cargo de su educación. Después de todo, el muchacho no es su hijo ni parece tener ninguna especie de filiación con él. Sin embargo, es importante destacar que los consejos de la psiquiatra no son solo para padres enfrentados a hijos problemáticos. Si tenemos algún acercamiento con un muchacho así, lo más recomendable es actuar con calma y anteponer el diálogo. Generalmente, al ver pocos estímulos agresivos de parte de sus interlocutores, los muchachos desafiantes se sienten invalidados en la vía de los golpes.
Y, muy probablemente, el adulto que golpea al muchacho en el vídeo haya recurrido a muchos de los vicios mencionados por Cuadros: no hay un registro de la reprimenda que le da al muchacho por rayar los autos, así que no podemos hablar de eso; pero se muestra desafiante físicamente, y responde a las agresiones del muchacho; es incapaz de comunicarle mediante el lenguaje que se detenga, o que lo que estaba haciendo estaba mal (si miramos el vídeo, apenas hay presencia de diálogo, toda la comunicación es puramente física); y, por último, termina dejando salir toda su frustración mediante un golpe certero y desequilibrado en su fuerza.
Parece ser que ahora podemos abordar el registro desde otro lado, ¿no? Pues aquellos que lo defienden necesitan darse cuenta de que ese castigo, seguramente, ni siquiera funcionó para que el chico calmara esas actitudes.
Source: UPSOCL