La alternancia se convirtió en punto de llegada y no en punto de partida.
Juan Luis Hernández Avendaño
Las contundentes palabras se tornaron emblemáticas y fueron citadas con sacrosanta solemnidad: “México debe pasar, de una vez por todas, de la condición histórica del país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes”. Plutarco Elías Calles las pronunció el 1 de septiembre de 1928, pero su autor fue José Manuel Puig Casauranc, como lo confiesa en sus memorias de curioso título: Galatea Rebelde a varios Pigmaliones. Escribe una oración epitáfica: “Un sistema transitorio que se alargó por culpa de todos”.
¿Hasta qué punto se pueden deslindar las leyes y las instituciones de los hombres encargados de cumplirlas y de dirigirlas? Hay hombres que, por su gran entereza y por su identificación con sus deberes, se convierten en hombres-instituciones y existen instituciones que, por no estar dirigidas por personas idóneas, no llegan a consolidarse.
Calles, considerado como el padre del sistema político priista que gobernó México 71 años, transmitió a la clase política el síndrome del Maximato sintetizado en un principio, “aquí decido yo”, el cual ha permeado en todos los órdenes de gobierno aun después de la alternancia.
Frente al arribo de un nuevo gobierno, hay señales de un grave retroceso. Anoto algunos ejemplos que riñen con una auténtica vida institucional y si ésta no se fortalece, no puede haber Estado de derecho.
El espectáculo en la instalación de la LXIV Legislatura deja mucho que desear. Porfirio Muñoz Ledo no habló como presidente del Congreso, lo dominó su egolatría al referirse a su historia personal. Una frase cuestiona las esperanzas generadas en la pasada elección: “El pueblo de México nos ha otorgado a todos sus representantes el mismo mandato, aunque en funciones diferentes: la cuarta transformación del país”. Frase sumisa y servil hacia el Ejecutivo federal de quien habla a nombre del Congreso de la Unión. Dos ideas se quedaron sin una adecuada definición: “Vivimos aquí la refundación de la República”, “Esta es la hora cero de la nueva República”. Con ese rimbombante lenguaje, se incurre en una espeluznante incongruencia. La República surge 500 años antes de Cristo en Roma, cuando termina el periodo de los siete reyes y se divide el poder para su ejercicio. Lo que se dijo el sábado es exactamente lo contrario: el poder se concentra.
La calidad de un congreso se mide por el nivel de cultura en el debate. El discurso del representante de Morena fue soez e insolente. Se pueden hacer los señalamientos más graves con respeto, sin insultos. La alevosía demostrada sólo es señal de soberbia.
Otro caso más es la decisión del TEPJF de obedecer las órdenes de López Obrador respecto del fideicomiso Por los demás. El INE fija la multa a Morena con diez votos a favor y uno en contra y el Tribunal la revoca por unanimidad. Votaciones en esos extremos sólo reflejan fallas en nuestro Estado de derecho. Los excelentes artículos de Jacqueline Peschard y Carlos Loret de Mola profundizan sobre el tema.
Volviendo al caso de las leyes y las instituciones, pondría el ejemplo de don Rodrigo Gómez en el Consejo del Banco de México, de 1952 a 1970, los años de mayor estabilidad monetaria en toda la historia de México. La banca central ha acreditado, con la reforma en 1992, su independencia que en mucho explica nuestra fortaleza macroeconómica. Con toda certeza, esta sólida institución va a enfrentar una grave amenaza ante la inviabilidad presupuestal de las propuestas del nuevo gobierno. Echar mano de las reservas será una tentación.
Confiemos en que en nuestra pobre vida institucional el Banco de México siga siendo la excepción.
Source: Excelsior