CIUDAD DE MÉXICO.
El Picos de la Colonia El Sapo, allá por los Indios Verdes, movía de tal manera las piernas que a todo mundo ponía a bailar. “A las chavas en el California Dancing Club, ya fuera rock and roll, mambo o chachachá. ¿A los feos?, a esos los ponía a moverse como trompo, pero arriba del ring o en el barrio”.
Una charla a la distancia, a mil 600 kilómetros entre la Ciudad de México y Cancún. La voz de Ricardo Delgado, hombre de 71 años, quien recuerda las peleas de barrio en la González Romero, el bailongo con las Sonoras Matancera y Santanera, la camisa nuevecita y los zapatos lustrados “para sacar a bailar a las muchachas”. También el sonido de la campana en la Arena México, las cuatro peleas olímpicas en las que no perdió ningún round y el momento aquel en el que tuvo que subirse al podio para colgarse el oro entre la euforia de los paisanos y el Himno Nacional que aún escucha en la memoria. La nostalgia del México 68.
Usted no me lo va a creer, pero todavía me acuerdo como si hubiera sido ayer”, comenta aquel hombre de peso mosca, quien vuelve a mover las piernas al ritmo de la Sonora Santanera (“vacilón, que rico vacilón, chachachá, que rico chachachá…”).
Me decían el Picos, por picoso, porque a pesar de estar flaco y chiquito me le ponía a cualquiera a los trancazos. Se cansaban de soltar los puños al aire y no alcanzarme. Yo vendía revistas viejas, como mi papá, y me daba tiempo para bailar en alguna kermés. Luego me hice grandecito y terminé en el California Dancing Club”.
Ricardo Delgado cambiaría las pistas de baile por los cuadriláteros y así ligó una carrera amateur en el boxeo, con 125 victorias y cuatro derrotas. El último tropezón fue en una gira por Europa ante el polaco Arthur Olech, en un combate que hasta la fecha Ricardo considera que se lo robaron.
Así llegó a su cita olímpica, con 21 años y 50 kilos de peso. “¡No perdí ningún round! Ante mí desfilaron en el ring de la Arena México el irlandés Arthur McCarthy, el japonés Tetsuaki Nakamura y el brasileño Santos de Oliveira. Y mire cómo es el destino, en la final por el oro me tocó enfrentar de nuevo al polaco Olech. Lo que pensé es que ahora iba a ser en mi casa”.
Era el 26 de octubre y agonizaban los Juegos Olímpicos del 68. “La Arena México estaba a reventar y afuera habían puesto sillas y una pantalla gigante en blanco y negro para los que no alcanzaron boleto (125 pesos, el costo). Yo iba con camiseta y calzoncillo rojos, apenas me asomé al ring y aquello era un escándalo. No fue fácil, pues el chaparrito era duro y entrón. Él era fajador, pero yo le di la vuelta con jabs y boxeo fino. El público gritaba ¡túpele!, ¡muévete! Los jueces me dieron la pelea por 5-0. Entonces llegó la euforia del pueblo, los abrazos, la medalla de oro y el Himno Nacional. Antes lo platicaba y me ponía de llorón, ahora sólo me emociono”.
Aquella medalla de oro parecía tenerle un futuro promisorio al Picos. “Por aquellos días, el presidente Gustavo Díaz Ordaz nos invitó a los cuatro boxeadores que ganamos medalla (Toño Roldán, Joaquín Rocha, Agustín Zaragoza y Ricardo Delgado) a visitarlo a Los Pinos. Nos dijo que nos iba a regalar una casa para cada uno, yo me emocioné y que le pido una en Lindavista. Me mandó a Casas Alemán. También nos regaló un Rolex y unas placas de taxi. Yo me decidí por el box profesional, pues quería ser campeón del mundo”.
Eran tantas las ganas de sobresalir, que Ricardo se metió a estudiar la secundaria. La preparatoria no la terminó porque le salieron compromisos en busca del título mundial mosca. Se fue a entrenar a la esquina de Adolfo Negro Pérez, nada menos que el mánager de Vicente Saldívar. Sentía que la fama y la fortuna estaban a la vuelta de la esquina.
Debuté noqueando al coreano Woori Moo Huk y al poco tiempo enfrenté a Lorenzo Halimi Gutiérrez, era eliminatoria en El Forum de Los Ángeles para disputarle el título mosca al campeón mundial, que era japonés. ¿Qué pasó?, le gané, pero la pelea por el título nunca llegó. Al poco tiempo decidí colgar los guantes”.
Lo que no dice Ricardo es que el mánager de Halimi era el Cuyo Hernández y su cercanía con el empresario George Parnassus le facilitó el camino a su pupilo.
Ricardo Delgado se fue a vivir a Mérida, en busca de otros horizontes. “Ahora vivo en Cancún y me doy tiempo para entrenar chamacos que aspiren a ser campeones. ¿La casa y las placas que me regaló el presidente Díaz Ordaz?, las vendí. El Rolex no sé dónde quedó. Lo que sí guardo con mucho cariño es mi medalla. Yo digo que es mi oro cuántico”.
Y de vez en vez, el Picos vuelve a escuchar a la Santanera y dice que se pone a bailar solito (“vacilón, qué rico vacilón…”).
El oro de Toño Roldán
Antonio Roldán ya no quiere hablar de aquella pelea en la que descalificaron al gringo Albert Robinson por propinarle tres cabezazos al mexicano. Era la disputa por el oro olímpico de peso pluma y Toño terminó el combate con el rostro bañado en sangre. En aquel tiempo, Roldán estaba molesto porque no le había gustado colgarse el oro con la descalificación del rival en el segundo asalto.
Ocurrió el 26 de octubre de 1968. Roldán era un joven de 22 años que había derrotado a Abdel Awad (Sudán), Eddie Treacy (Irlanda), Valeri Platinov (URSS) y a Phillip Waruinge (Kenya) antes de subir al cuadrilátero de la Arena México para disputar la medalla de oro.
A casi 50 años de la hazaña deportiva, el hombre de 72 años no acepta ir a la Arena México para charlar sobre su presea o reencontrarse con los otros boxeadores que lograron alguna medalla en dichos juegos.
Antonio Roldán recibió una casa en la colonia Prado Vallejo, un Rolex y unas placas para taxi.
Después de ganar la medalla dorada, Roldán ingresó al boxeo profesional en peso pluma y colgó los guantes en 1973 tras ser noqueado por Armando Muñoz. Se dedicó a entrenar chamacos.
cva
Source: Excelsior