“El corazón no envejece, el cuero
es el que se arruga”. Refrán popular.
Querido viejo: por diversas razones he estado admirando a artistas que conocimos hace muchos años y que con el paso del tiempo siguen teniendo un aspecto lozano, Catherine Deneuve y Sofía Loren son dos ejemplos de ello; y, por otra parte, vemos cómo lamentablemente algunas actrices, otrora sorprendentes por su belleza, al cabo del tiempo tienen un aspecto de envejecimiento que llama la atención, y eso me hizo recordar que uno de los cambios que disgustan a no pocos viejos como tú y como yo, son los cambios de la piel.
La piel es maravillosamente elástica, lo que puedes comprobar cuando conoces a un amigo y dos o tres años después aumentó más de 40 kilos, ¡y su piel se estiró y no se rompió como se habría roto una tela! A la inversa, cuando el tiempo pasa podemos perder pequeñas cantidades de grasa, perdemos músculos, la elasticidad de la piel va disminuyendo y ¡aparecen las arrugas!
En el mundo en que vivimos, en donde el ideal es la belleza y lozanía del hombre o la mujer maduros, y nadie quiere envejecer, siempre hubo en cada ciudad, en cada pueblo, quien se dedicaba a fabricar cremas y pócimas para mantener la piel con aspecto de juventud, y cuando surgió la cirugía estética se pensó que el problema estaba resuelto.
Pero no lo está por dos razones: a una persona que avanza en la edad se le puede restirar la piel, “una refrescadita”, dicen, para que la apariencia sea más fresca y lozana, pero si la persona no se alimenta bien, si sube o baja de peso por mal comer, si no hace ejercicio, los músculos se perderán poco a poco, la grasa disminuye y no, aunque la piel esté restirada, el aspecto del conjunto no es el más agradable.
Y la segunda razón, que creo es la más importante, es porque debemos entender que una de las distinciones, como condecoraciones por el tiempo que hemos vivido y cómo lo hemos vivido, son las arrugas.
La piel se arruga y va cincelando los rasgos de nuestros ojos —alegres o tristes—, de nuestra boca —amable o amarga—, de nuestra cuerpo —erguido o encorvado—, y eso no se arregla con cirugía ni con cremas y pomadas mágicas, sino con el diario vivir.
Tú conoces a viejecitos cuya cara refleja una vida llena de actividad, o de alegrías o, por qué no, de penas y amargura; esas arrugas no se pueden cambiar con cirugía y son el testimonio de nuestra forma de ver el mundo, de nuestra forma de reaccionar ante todas las circunstancias en las que nos vemos envueltos.
Si nos llevamos bien con nuestra piel, lo que significa que la cuidaremos, con aseo y pulcritud, tal vez con algo tan sencillo como una crema humectante (la simple glicerina, que cuesta unos centavos) y cuidamos igualmente nuestro cuerpo, con alimentación sana y sabrosa (aléjate de los “expertos” que te prohíben comer o beber tal o cual alimento) ejercicio moderado y una actitud positiva y optimista en todo momento, nuestras arrugas, nobles y hermosas, serán el testimonio de nuestra forma de vivir.
“Pero ya estoy viejo y tengo arrugas, no van a cambiar”, podrás decirme; esto no es totalmente cierto; si, por ejemplo, dejas de fumar, la piel se verá menos seca y acartonada, si haces ejercicio como caminar media hora, el sudor la hará verse más tersa, y si ganas o recuperas músculo, te verás mejor, tus arrugas serán sanas.
No hay que olvidar que con el tiempo se pueden presentar manchas que pueden ser de poca importancia o el principio de un cáncer de la piel; si tienes una manchita que permanece o que aumenta de tamaño o que sangra, ve de inmediato con un buen dermatólogo, él te dirá qué hacer.
Pero lo más importante, con arrugas o sin arrugas, cada día de tu vida puede ser luminoso, optimista, alegre, y eso no tiene precio.
Médico y escritor
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Rafael Álvarez Cordero
Source: Excelsior